
El Ciervo en la Fuente
Había una vez un ciervo muy feliz. Vivía en un bosque lleno de sol y flores. Un día de mucho calor, el ciervo tuvo muchísima sed. "¡Qué sed tengo!", pensó. Corrió a buscar su fuente favorita. El agua era tan clara que parecía un espejo.
El ciervo se asomó para beber. ¡Y se vio en el agua! Vio sus cuernos. ¡Eran grandes y brillantes! "¡Qué cuernos tan bonitos tengo!", pensó muy contento. Pero luego miró sus patas. "Oh... mis patas son muy flaquitas", pensó triste. "No me gustan nada".
De repente, escuchó un ruido. ¡CRUNCH! Algo se movía entre los árboles. ¿Qué sería? ¡Era un león grande que apareció de sorpresa! Al ciervo le dio un gran susto. Su corazón hizo ¡PUM, PUM, PUM! Y sin pensarlo, ¡se puso a correr muy, muy rápido! ¡Como un cohete!
Sus patas flaquitas, las que no le gustaban, ¡eran súper rápidas! Se movían a toda velocidad. El ciervo corría y corría. ¡Qué sorpresa! El león se quedó muy atrás. "¡Gracias, patitas!", pensó el ciervo, muy contento.
Feliz, corrió hacia una parte del bosque con muchos árboles para esconderse. Pero, ¡ay! Sus cuernos tan grandes se atascaron en las ramas. ¡CRASH! Estaba atrapado. ¡No se podía mover!
El ciervo volvió a escuchar al león que se acercaba. "¡Oh, no!", pensó. "¡Mis cuernos bonitos son un problema!". Tiró y tiró con mucha fuerza. ¡ZAS! Por fin se soltó. Y salió corriendo a un lugar sin árboles.
Lejos del león, el ciervo se detuvo a descansar. ¡Estaba a salvo! Qué alivio. Miró sus patas y les dio las gracias. "Patitas, sois las mejores", susurró. Entendió que sus patas flacas eran muy útiles. Y sus cuernos bonitos, a veces, podían estorbar.
Y desde ese día, el ciervo aprendió que lo más útil no siempre es lo más bonito. Y después de su gran carrera, se fue feliz a beber agua fresca a la fuente.
El ciervo se asomó para beber. ¡Y se vio en el agua! Vio sus cuernos. ¡Eran grandes y brillantes! "¡Qué cuernos tan bonitos tengo!", pensó muy contento. Pero luego miró sus patas. "Oh... mis patas son muy flaquitas", pensó triste. "No me gustan nada".
De repente, escuchó un ruido. ¡CRUNCH! Algo se movía entre los árboles. ¿Qué sería? ¡Era un león grande que apareció de sorpresa! Al ciervo le dio un gran susto. Su corazón hizo ¡PUM, PUM, PUM! Y sin pensarlo, ¡se puso a correr muy, muy rápido! ¡Como un cohete!
Sus patas flaquitas, las que no le gustaban, ¡eran súper rápidas! Se movían a toda velocidad. El ciervo corría y corría. ¡Qué sorpresa! El león se quedó muy atrás. "¡Gracias, patitas!", pensó el ciervo, muy contento.
Feliz, corrió hacia una parte del bosque con muchos árboles para esconderse. Pero, ¡ay! Sus cuernos tan grandes se atascaron en las ramas. ¡CRASH! Estaba atrapado. ¡No se podía mover!
El ciervo volvió a escuchar al león que se acercaba. "¡Oh, no!", pensó. "¡Mis cuernos bonitos son un problema!". Tiró y tiró con mucha fuerza. ¡ZAS! Por fin se soltó. Y salió corriendo a un lugar sin árboles.
Lejos del león, el ciervo se detuvo a descansar. ¡Estaba a salvo! Qué alivio. Miró sus patas y les dio las gracias. "Patitas, sois las mejores", susurró. Entendió que sus patas flacas eran muy útiles. Y sus cuernos bonitos, a veces, podían estorbar.
Y desde ese día, el ciervo aprendió que lo más útil no siempre es lo más bonito. Y después de su gran carrera, se fue feliz a beber agua fresca a la fuente.
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