El Enano Saltarín

El Enano Saltarín

por Hermanos Grimm

⏱️5 min3-4 añosAmistadIngenio
Había una vez un molinero que tenía una hija muy buena y alegre. Un día, para parecer importante, le dijo al rey: “Mi hija tiene un don especial, puede convertir la paja en los hilos más bonitos y dorados”. Al rey, que le encantaban las cosas bellas, le dio mucha curiosidad.

El rey llevó a la hija del molinero a una habitación llena de paja. “Si puedes convertir esta paja en hilos dorados, te convertirás en la princesa del castillo”, dijo amablemente, y cerró la puerta.

La pobre chica se puso triste, pues no sabía cómo hacerlo. De repente, la puerta se abrió y apareció un hombrecito muy pequeño, un enano con un sombrero puntiagudo y zapatos ruidosos. “¿Por qué estás triste?”, preguntó el enano.

“El rey quiere que convierta esta paja en hilos dorados y no sé cómo”, respondió ella. El enano sonrió: “¿Cantarías una canción para mí si te ayudo?”. “¡Claro que sí!”, dijo la chica. El enano se puso a trabajar y, en un momento, toda la paja se convirtió en preciosos hilos dorados.

El rey se puso muy contento y llevó a la chica a una habitación más grande. El enano apareció de nuevo. “¿Jugarías a las escondidas conmigo si te ayudo?”, preguntó. La chica aceptó feliz. Y de nuevo, toda la paja se volvió dorada.

El rey, maravillado, la llevó a la habitación más grande de todas. “Si lo logras una vez más, serás la reina”. Cuando el enano apareció, la chica ya había pensado en algo. “Si me ayudas esta vez, cuando sea reina, te invitaré a la fiesta más grande del castillo”, prometió. El enano, que se sentía un poco solo, aceptó con una gran sonrisa. Y una vez más, la paja se convirtió en oro.

El rey cumplió su palabra y se casó con ella. Un año después, la nueva reina tuvo un precioso bebé. Un día, el enano apareció. “He venido a recordarte tu promesa”, dijo él. La reina, que había estado muy ocupada, ¡había olvidado el nombre de su pequeño amigo!

Al verla preocupada, el enano le dijo con dulzura: “Te daré una oportunidad. Tienes tres días para adivinar mi nombre. Si lo haces, ¡celebraremos la fiesta!”.

La reina pensó y pensó. Al día siguiente, le dijo muchos nombres, pero el enano siempre decía: “No, ese no es mi nombre”. El segundo día, mandó a sus ayudantes a buscar nombres divertidos, pero tampoco acertó.

Al tercer día, un ayudante regresó emocionado: “Majestad, en el bosque vi a un enano saltando junto a una fogata, y cantaba: ‘¡Qué feliz estoy hoy aquí, mi nombre es Rumpelstiltskin!’”.

Cuando el enano llegó, la reina preguntó con una sonrisa: “¿Tu nombre será... Rumpelstiltskin?”.

El enano abrió mucho los ojos y se rio a carcajadas. “¡Lo adivinaste! ¡Sí, soy yo!”, gritó feliz. “¡Tendremos una fiesta!”.

Y así, Rumpelstiltskin se convirtió en el mejor amigo de la reina y el príncipe, y todos vivieron felices, compartiendo juegos y canciones para siempre.

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