
El Hombre y el Hacha Perdida
Había una vez un leñador llamado Leo que quería mucho su hacha. Era una hacha simple, de madera y metal, pero para él era la mejor del mundo.
Un día, mientras trabajaba cerca de un río, ¡zas! Su hacha se resbaló de sus manos y cayó al agua con un gran ¡PLOF! Leo se puso muy triste. Se sentó en la orilla y suspiró: "¡Oh, no! Mi querida hacha...".
De repente, el agua comenzó a brillar y de ella salió un espíritu mágico con una sonrisa amable. "¿Por qué esa cara tan triste?", preguntó con una voz suave. Leo le contó que su hacha se había caído al río.
"No te preocupes, yo te ayudaré", dijo el espíritu. Se zambulló y al momento salió con un hacha de oro que brillaba como el sol. "¿Es esta tu hacha?". Leo la miró y, aunque era preciosa, negó con la cabeza. "No, esa no es la mía".
Al espíritu le gustó su respuesta. Se zambulló de nuevo y esta vez sacó un hacha de plata que brillaba como la luna. "¿Y esta? ¿Es la tuya?". Leo volvió a negar. "Tampoco es esa. Es muy bonita, pero la mía es más simple".
El espíritu sonrió muy contento. Se metió en el agua por tercera vez y, ¡al fin!, sacó el hacha de Leo, la de madera y metal. "¡Esa sí! ¡Esa es mi hacha!", gritó Leo, saltando de alegría.
"Me gusta mucho que siempre digas la verdad", dijo el espíritu con una gran sonrisa. "Por ser tan bueno y sincero, te mereces un regalo. Te devuelvo tu hacha... ¡y también te regalo la de oro y la de plata!".
Leo no se lo podía creer. Abrazó su vieja hacha con fuerza y miró los otros dos tesoros brillantes. ¡Qué maravilla! Le dio las gracias al espíritu muchas, muchas veces.
¡Con su hacha y dos tesoros, Leo volvió a casa feliz y dando brincos!
Un día, mientras trabajaba cerca de un río, ¡zas! Su hacha se resbaló de sus manos y cayó al agua con un gran ¡PLOF! Leo se puso muy triste. Se sentó en la orilla y suspiró: "¡Oh, no! Mi querida hacha...".
De repente, el agua comenzó a brillar y de ella salió un espíritu mágico con una sonrisa amable. "¿Por qué esa cara tan triste?", preguntó con una voz suave. Leo le contó que su hacha se había caído al río.
"No te preocupes, yo te ayudaré", dijo el espíritu. Se zambulló y al momento salió con un hacha de oro que brillaba como el sol. "¿Es esta tu hacha?". Leo la miró y, aunque era preciosa, negó con la cabeza. "No, esa no es la mía".
Al espíritu le gustó su respuesta. Se zambulló de nuevo y esta vez sacó un hacha de plata que brillaba como la luna. "¿Y esta? ¿Es la tuya?". Leo volvió a negar. "Tampoco es esa. Es muy bonita, pero la mía es más simple".
El espíritu sonrió muy contento. Se metió en el agua por tercera vez y, ¡al fin!, sacó el hacha de Leo, la de madera y metal. "¡Esa sí! ¡Esa es mi hacha!", gritó Leo, saltando de alegría.
"Me gusta mucho que siempre digas la verdad", dijo el espíritu con una gran sonrisa. "Por ser tan bueno y sincero, te mereces un regalo. Te devuelvo tu hacha... ¡y también te regalo la de oro y la de plata!".
Leo no se lo podía creer. Abrazó su vieja hacha con fuerza y miró los otros dos tesoros brillantes. ¡Qué maravilla! Le dio las gracias al espíritu muchas, muchas veces.
¡Con su hacha y dos tesoros, Leo volvió a casa feliz y dando brincos!
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