
El Jardín Del Paraíso
Había una vez un príncipe que soñaba con visitar el Jardín del Paraíso. Su abuela le contaba que era un lugar mágico, donde las flores cantaban canciones alegres y los ríos eran de dulce jugo de fresa. ¡Qué divertido sonaba eso!
Un día, el Viento del Este, que era muy juguetón, escuchó su deseo y le susurró al oído: "¡Sujétate fuerte, príncipe! ¡Nos vamos de aventura!". El príncipe se agarró con fuerza y, ¡zas!, salieron volando muy alto por el cielo azul.
Aterrizaron en un jardín increíble, lleno de luz y colores brillantes. Las mariposas parecían reír mientras volaban y los árboles tenían frutas de todos los colores del arcoíris. Allí, el Hada del Jardín lo recibió con una sonrisa tan cálida como el sol.
"Bienvenido", dijo con dulzura. "Puedes jugar y probarlo todo. Solo te pido una cosa: ¿ves esa Flor de Cristal que brilla tanto en el centro? Por favor, no la toques. Es muy especial y necesita crecer tranquila para repartir su magia".
El príncipe prometió que no lo haría y se fue a explorar. Corrió por el pasto que se sentía como una alfombra suave, chapoteó en el río de fresa y jugó al escondite con unos conejitos que contaban chistes. Pero, de vez en cuando, sus ojos volvían a la Flor de Cristal. Brillaba más que cualquier estrella y parecía cantar una canción muy, muy bonita.
El príncipe sintió una curiosidad gigante. Se acercó de puntitas, solo para escucharla un poco mejor. "Solo un toquecito", pensó para sí. Y con la punta de su dedo, rozó suavemente un pétalo de cristal.
Al instante, la flor dejó de brillar. Su música se detuvo y todo el jardín se quedó en un gran silencio. El Hada del Jardín se acercó, pero no estaba enfadada. Al contrario, le regaló una sonrisa muy tierna.
"No te preocupes", le dijo con cariño. "La flor volverá a cantar, pero necesita tiempo. Las cosas más bonitas a veces solo necesitan que las miremos y tengamos paciencia". Luego, le dio al príncipe una pequeña semilla que brillaba. "Cuando aprendas a esperar con alegría, esta semilla te mostrará el camino de vuelta".
El Viento del Este lo llevó de regreso a su castillo. El príncipe ya no estaba triste. Miró la semillita en su mano y entendió la lección.
Y desde ese día, el príncipe supo que esperar con alegría es la mejor magia de todas.
Un día, el Viento del Este, que era muy juguetón, escuchó su deseo y le susurró al oído: "¡Sujétate fuerte, príncipe! ¡Nos vamos de aventura!". El príncipe se agarró con fuerza y, ¡zas!, salieron volando muy alto por el cielo azul.
Aterrizaron en un jardín increíble, lleno de luz y colores brillantes. Las mariposas parecían reír mientras volaban y los árboles tenían frutas de todos los colores del arcoíris. Allí, el Hada del Jardín lo recibió con una sonrisa tan cálida como el sol.
"Bienvenido", dijo con dulzura. "Puedes jugar y probarlo todo. Solo te pido una cosa: ¿ves esa Flor de Cristal que brilla tanto en el centro? Por favor, no la toques. Es muy especial y necesita crecer tranquila para repartir su magia".
El príncipe prometió que no lo haría y se fue a explorar. Corrió por el pasto que se sentía como una alfombra suave, chapoteó en el río de fresa y jugó al escondite con unos conejitos que contaban chistes. Pero, de vez en cuando, sus ojos volvían a la Flor de Cristal. Brillaba más que cualquier estrella y parecía cantar una canción muy, muy bonita.
El príncipe sintió una curiosidad gigante. Se acercó de puntitas, solo para escucharla un poco mejor. "Solo un toquecito", pensó para sí. Y con la punta de su dedo, rozó suavemente un pétalo de cristal.
Al instante, la flor dejó de brillar. Su música se detuvo y todo el jardín se quedó en un gran silencio. El Hada del Jardín se acercó, pero no estaba enfadada. Al contrario, le regaló una sonrisa muy tierna.
"No te preocupes", le dijo con cariño. "La flor volverá a cantar, pero necesita tiempo. Las cosas más bonitas a veces solo necesitan que las miremos y tengamos paciencia". Luego, le dio al príncipe una pequeña semilla que brillaba. "Cuando aprendas a esperar con alegría, esta semilla te mostrará el camino de vuelta".
El Viento del Este lo llevó de regreso a su castillo. El príncipe ya no estaba triste. Miró la semillita en su mano y entendió la lección.
Y desde ese día, el príncipe supo que esperar con alegría es la mejor magia de todas.
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