
Barba Azul
Había una vez un inventor muy alegre y algo despistado llamado Bartolomé. Un día, mientras creaba un nuevo tipo de tinta para plumas, tropezó y ¡zas!, todo el frasco de tinta azul brillante cayó sobre su barba. Por más que la lavó, el color no se fue. Los niños del pueblo, al verlo, empezaron a llamarlo "Barba Azul", y aunque a él no le gustaba mucho el apodo, siempre les sonreía. Bartolomé vivía en una casa llena de inventos increíbles. Un día, invitó a todos los niños a una fiesta para mostrarles su última creación. "Pueden jugar con todo", les dijo, "con los zapatos que saltan solos y la máquina que hace nubes de algodón de azúcar. Solo les pido una cosa: no abran la puerta del taller del fondo, la que tiene un cerrojo dorado. Mi nuevo invento aún no está listo y es una sorpresa". Todos los niños se divirtieron muchísimo, pero dos de ellos, Ana y Luis, sentían mucha curiosidad por la puerta prohibida. "¿Qué estará construyendo?", susurró Ana. "A lo mejor el apodo 'Barba Azul' es porque es un villano y esconde algo malo", dijo Luis, un poco asustado. Incapaces de aguantar más, se acercaron y abrieron la puerta con cuidado. ¡La habitación estaba llena de cachorritos robot que ladraban burbujas de jabón! Eran adorables y tropezaban torpemente unos con otros. En ese momento, Bartolomé entró y los vio. Se sonrojó un poco. "¡Oh! ¡Descubrieron mi sorpresa! Quería regalárselos a todos al final de la fiesta". Ana y Luis se sintieron avergonzados por haber desconfiado de él. "Perdón, Bartolomé", dijeron. "Pensamos... por tu apodo...". Bartolomé se rió con ganas. "Mi barba es solo un accidente divertido. Lo que importa es lo que hay en el corazón". Desde ese día, nadie volvió a pensar que el apodo "Barba Azul" era algo malo. Se convirtió en el nombre del inventor más genial y amable del mundo, y todos jugaron felices con sus cachorros de burbujas.
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