
Hansel y Gretel
¿Te imaginas encontrarte una casita de galletas y caramelos en medio de un bosque? Eso les pasó a Hansel y Gretel, dos hermanitos muy curiosos que estaban a punto de vivir la aventura más dulce y divertida de sus vidas.
Hansel y Gretel vivían con su padre y su madrastra en una casita pequeña junto al bosque. Aunque el padre trabajaba mucho, a veces faltaba comida. Compartían un rincón acogedor con una chimenea donde miraban las estrellas antes de dormir. Cada mañana, el padre salía a trabajar y la madrastra tejía mantas. Gretel era dulce y valiente; Hansel era ingenioso y alegre. Se querían mucho y siempre buscaban aventuras, aunque a veces tenían un poquito de miedo.
Una noche, la madrastra sugirió alejarse al bosque. Hansel llevó unas migas de pan para no perder el camino, mientras Gretel sujetaba su manita con cuidado. Caminaron bajo la luz de la luna y escucharon búhos ululando. Cuando se detuvieron, Hansel miró el sendero, pero las migas ya no estaban: los pájaros se las habían comido durante la noche. Gretel sintió un nudo en la garganta.
Se perdieron entre árboles altos y hojas crujientes. El viento susurraba en las ramas y algunas luciérnagas bailaban en la oscuridad. Gretel tomó la mano de Hansel y le sonrió para darle ánimo. Siguieron andando hasta que, al amanecer, vieron una casita hecha de galletas, bizcochos y caramelos de colores. La puerta y el techo parecían dulces de fantasía.
Hansel tocó una ventana y se comió un trozo de pastel suave. Señaló la chimenea: "¿Qué olor tan rico?", preguntó. Gretel probó un caramelo que crujió en su boca y sus ojos brillaron con alegría. Pensaron que quizá ahí encontrarían algo de comer y se olvidaron de todo miedo mientras saboreaban dulces trocitos.
De pronto, apareció una anciana con ojos brillantes y sonrisa dulce. Les invitó con voz suave a entrar. "Pasen y descansen", dijo amablemente. Dentro, las paredes parecían azúcar y el suelo era de tiras de chocolate. Ramos de flores de mazapán colgaban cerca del techo. Hansel y Gretel se sintieron felices y confiaron en ella.
Pero la anciana era en realidad una bruja traviesa. La bruja cerró la puerta con llave y soltó una risa rara. "Hoy cocinarán un gran banquete para mí", anunció. Hansel quedó en una jaula pequeña, y Gretel tuvo que mover leños y preparar masa en un horno enorme con guantes viejos.
Gretel no se asustó. Fingió no entender cómo funcionaba el fuego y miró al horno con curiosidad. Cuando la bruja se inclinó para enseñar, Gretel la empujó con valentía dentro del horno. La bruja gritó sorprendida y desapareció en una nube de polvo. Hansel y Gretel respiraron aliviados y soltaron una carcajada suave.
Abrieron la jaula, abrazaron a Hansel y juntos exploraron cada rincón de la casa. Encontraron cofres llenos de monedas brillantes y joyas escondidas detrás de estantes de miel. Cargaron lo que pudieron y siguieron el camino de regreso, guiados por la luz del sol que asomaba entre los árboles. Salieron corriendo del bosque con risas y emoción.
Al llegar a casa, el padre los abrazó con alegría y prometió nunca más llevarlos tan lejos. La madrastra, al ver su amor y coraje, se volvió más amable y aprendió a compartir. Desde entonces, la familia vivió unida y feliz, siempre recordando que juntos podían superar cualquier reto.
Y así, siempre recordaron: con amor y valentía, ¡toda aventura termina bien!
Hansel y Gretel vivían con su padre y su madrastra en una casita pequeña junto al bosque. Aunque el padre trabajaba mucho, a veces faltaba comida. Compartían un rincón acogedor con una chimenea donde miraban las estrellas antes de dormir. Cada mañana, el padre salía a trabajar y la madrastra tejía mantas. Gretel era dulce y valiente; Hansel era ingenioso y alegre. Se querían mucho y siempre buscaban aventuras, aunque a veces tenían un poquito de miedo.
Una noche, la madrastra sugirió alejarse al bosque. Hansel llevó unas migas de pan para no perder el camino, mientras Gretel sujetaba su manita con cuidado. Caminaron bajo la luz de la luna y escucharon búhos ululando. Cuando se detuvieron, Hansel miró el sendero, pero las migas ya no estaban: los pájaros se las habían comido durante la noche. Gretel sintió un nudo en la garganta.
Se perdieron entre árboles altos y hojas crujientes. El viento susurraba en las ramas y algunas luciérnagas bailaban en la oscuridad. Gretel tomó la mano de Hansel y le sonrió para darle ánimo. Siguieron andando hasta que, al amanecer, vieron una casita hecha de galletas, bizcochos y caramelos de colores. La puerta y el techo parecían dulces de fantasía.
Hansel tocó una ventana y se comió un trozo de pastel suave. Señaló la chimenea: "¿Qué olor tan rico?", preguntó. Gretel probó un caramelo que crujió en su boca y sus ojos brillaron con alegría. Pensaron que quizá ahí encontrarían algo de comer y se olvidaron de todo miedo mientras saboreaban dulces trocitos.
De pronto, apareció una anciana con ojos brillantes y sonrisa dulce. Les invitó con voz suave a entrar. "Pasen y descansen", dijo amablemente. Dentro, las paredes parecían azúcar y el suelo era de tiras de chocolate. Ramos de flores de mazapán colgaban cerca del techo. Hansel y Gretel se sintieron felices y confiaron en ella.
Pero la anciana era en realidad una bruja traviesa. La bruja cerró la puerta con llave y soltó una risa rara. "Hoy cocinarán un gran banquete para mí", anunció. Hansel quedó en una jaula pequeña, y Gretel tuvo que mover leños y preparar masa en un horno enorme con guantes viejos.
Gretel no se asustó. Fingió no entender cómo funcionaba el fuego y miró al horno con curiosidad. Cuando la bruja se inclinó para enseñar, Gretel la empujó con valentía dentro del horno. La bruja gritó sorprendida y desapareció en una nube de polvo. Hansel y Gretel respiraron aliviados y soltaron una carcajada suave.
Abrieron la jaula, abrazaron a Hansel y juntos exploraron cada rincón de la casa. Encontraron cofres llenos de monedas brillantes y joyas escondidas detrás de estantes de miel. Cargaron lo que pudieron y siguieron el camino de regreso, guiados por la luz del sol que asomaba entre los árboles. Salieron corriendo del bosque con risas y emoción.
Al llegar a casa, el padre los abrazó con alegría y prometió nunca más llevarlos tan lejos. La madrastra, al ver su amor y coraje, se volvió más amable y aprendió a compartir. Desde entonces, la familia vivió unida y feliz, siempre recordando que juntos podían superar cualquier reto.
Y así, siempre recordaron: con amor y valentía, ¡toda aventura termina bien!