
Blancanieves y Rosarroja
En un claro del bosque vivían dos hermanas llamadas Blancanieves y Rosarroja. Blancanieves tenía la piel tan blanca como la nieve y el cabello oscuro, y Rosarroja lucía mejillas de un rojo brillante como una rosa. Ambas compartían cariño, risas y travesuras entre los árboles altos y las flores silvestres.
Un día de primavera, mientras recogían fresas cerca del arroyo, escucharon un suave gemido. Al asomarse tras unos arbustos, hallaron a un gran oso pardo con una pata herida. Blancanieves se acercó despacio con una ramita de hierba fresca, y Rosarroja sostuvo la pata del oso con ternura. Con cuidado vendaron la herida y le ofrecieron un poco de pan y miel.
El oso las miró con ojos agradecidos. Se incorporó y dio un gruñido suave que sonó a gracias. Entonces, con un saludo de cabeza, se internó en el bosque, dejando a las hermanas con sonrisas de orgullo. “Somos amigas de los animalitos”, dijo Blancanieves. “Sí, y juntos hacemos el bien”, añadió Rosarroja.
Al caer la tarde, apareció un enano de aspecto regordete y cejas fruncidas. Tenía una bolsa de monedas muy brillante. “¡Ese oso es mío!” reclamó el enano, señalando hacia el bosque. “Me robó mi oro”.
Rosarroja, siempre valiente, respondió: “El oso estaba herido y sólo lo curamos. Ahora se fue a descansar. No creemos que tenga tu dinero”. El enano, muy enfadado, comenzó a gritar y a dar saltos de rabia. A cada salto, sus monedas tintineaban.
Blancanieves pidió calma. “¿Y si buscamos tu oro juntos? Quizá el oso lo dejó en su madriguera”. Así, las hermanas guiaron al enano por senderos de flores, hasta un viejo tronco hueco. Dentro, encontraron un montoncito de monedas doradas y plateadas. El enano las recogió con alegría.
En lugar de marcharse, el enano se ablandó. Estaba tan feliz que ofreció un saco de monedas a las hermanas. “Gracias por su ayuda”, dijo con voz suave. Pero ellas rechazaron el regalo: “Ayudamos al oso por amistad, no por monedas”. El enano sonrió y guardó el saco.
Antes de irse, el enano abrió su bolsa secreta y sacó un broche de oro con forma de estrella. “Este símbolo es para ustedes. Recuerden que la bondad y el cariño son más valiosos que el tesoro más grande”. Les colocó el broche a ambas y alzó su sombrero en señal de respeto. Con un último saludo, desapareció entre los árboles.
Aquella noche, Blancanieves y Rosarroja cenaron bajo la luz de la luna y contaron sus aventuras a los pajaritos que se posaban cerca. Se sintieron felices de haber ayudado a un amigo y de haber ganado un regalo que brillaría siempre.
Y así, Blancanieves y Rosarroja vivieron felices y juntas para siempre.
Un día de primavera, mientras recogían fresas cerca del arroyo, escucharon un suave gemido. Al asomarse tras unos arbustos, hallaron a un gran oso pardo con una pata herida. Blancanieves se acercó despacio con una ramita de hierba fresca, y Rosarroja sostuvo la pata del oso con ternura. Con cuidado vendaron la herida y le ofrecieron un poco de pan y miel.
El oso las miró con ojos agradecidos. Se incorporó y dio un gruñido suave que sonó a gracias. Entonces, con un saludo de cabeza, se internó en el bosque, dejando a las hermanas con sonrisas de orgullo. “Somos amigas de los animalitos”, dijo Blancanieves. “Sí, y juntos hacemos el bien”, añadió Rosarroja.
Al caer la tarde, apareció un enano de aspecto regordete y cejas fruncidas. Tenía una bolsa de monedas muy brillante. “¡Ese oso es mío!” reclamó el enano, señalando hacia el bosque. “Me robó mi oro”.
Rosarroja, siempre valiente, respondió: “El oso estaba herido y sólo lo curamos. Ahora se fue a descansar. No creemos que tenga tu dinero”. El enano, muy enfadado, comenzó a gritar y a dar saltos de rabia. A cada salto, sus monedas tintineaban.
Blancanieves pidió calma. “¿Y si buscamos tu oro juntos? Quizá el oso lo dejó en su madriguera”. Así, las hermanas guiaron al enano por senderos de flores, hasta un viejo tronco hueco. Dentro, encontraron un montoncito de monedas doradas y plateadas. El enano las recogió con alegría.
En lugar de marcharse, el enano se ablandó. Estaba tan feliz que ofreció un saco de monedas a las hermanas. “Gracias por su ayuda”, dijo con voz suave. Pero ellas rechazaron el regalo: “Ayudamos al oso por amistad, no por monedas”. El enano sonrió y guardó el saco.
Antes de irse, el enano abrió su bolsa secreta y sacó un broche de oro con forma de estrella. “Este símbolo es para ustedes. Recuerden que la bondad y el cariño son más valiosos que el tesoro más grande”. Les colocó el broche a ambas y alzó su sombrero en señal de respeto. Con un último saludo, desapareció entre los árboles.
Aquella noche, Blancanieves y Rosarroja cenaron bajo la luz de la luna y contaron sus aventuras a los pajaritos que se posaban cerca. Se sintieron felices de haber ayudado a un amigo y de haber ganado un regalo que brillaría siempre.
Y así, Blancanieves y Rosarroja vivieron felices y juntas para siempre.