
La Familia Contentísima
En una casita de campo rodeada de flores vivía una familia muy, muy feliz. Estaban papá, mamá y su hijo Leo. Pero la familia no estaba completa sin sus amigos especiales: el gallo Kiko, que cantaba con orgullo; la gata Mía, que adoraba acurrucarse en el sofá; el perro Tobi, el rey de los mimos; y el burrito Pancho, que tenía las orejas más suaves del mundo. Todos se querían mucho y se cuidaban entre sí.
Cada mañana, el canto alegre de Kiko, ¡Kikirikí!, era la señal para empezar el día. A la hora del desayuno, la cocina se llenaba de risas. Leo siempre le guardaba un trocito de su pan a Tobi, que movía la cola tan rápido que parecía un remolino. Mía bebía su leche y ronroneaba suavemente frotándose contra las piernas de mamá, mientras Pancho esperaba su zanahoria con un tierno empujoncito. Verlos a todos tan contentos hacía que el corazón de Leo se sintiera cálido y lleno.
Un día, mientras miraba a todos jugar, papá preguntó con una sonrisa: —¿Será que somos la familia más feliz del mundo? Mamá lo abrazó y respondió: —¡Qué buena pregunta! ¿Qué te parece si lo averiguamos?
A Leo se le iluminó la carita de curiosidad. ¡Quería saber la respuesta! Tomó a Kiko con mucho cuidado, lo abrazó y le susurró al oído: —Kiko, tú que eres tan valiente, ¿podrías investigar un poquito por nosotros? Kiko infló su pecho, sintiéndose el gallo más importante del mundo. Estiró sus alas, aleteó con todas sus fuerzas y ¡hop!, con un saltito, se subió al tejado para poder mirar las casas de los vecinos.
Desde allí arriba, Kiko vio la casa roja de al lado. Una familia jugaba a la pelota con un perro enorme y muy alegre. Se veían muy contentos, pero Kiko ladeó la cabeza y pensó: "Qué divertido, pero... les falta una gatita suave como Mía para hacerles compañía en las siestas".
Luego, Kiko se fijó en la granja que estaba un poco más allá. ¡Había muchos animales! Vio perros y gatos jugando juntos. Pero por más que buscó, no encontró ningún burrito simpático. "Ellos también parecen felices", pensó Kiko, "pero no tienen un amigo como Pancho que les dé paseos divertidos por el campo".
En ese momento, Kiko lo comprendió todo con una gran sonrisa en su pico. ¡El secreto de su familia era que estaban todos juntos! Papá, mamá, Leo, el gallo valiente, la gata dormilona, el perro juguetón y el burrito tierno. Cada uno era diferente y especial, y por eso su familia estaba completa. ¡No faltaba nadie!
Con el corazón lleno de alegría, Kiko aleteó de vuelta hasta la ventana de la cocina y cantó el "¡Kikirikí!" más feliz que nadie había oído jamás. Leo corrió a darle un abrazo, y al ver los ojitos brillantes de Kiko, supo la respuesta sin que nadie tuviera que decir una palabra. Ya no hacía falta buscar en ningún otro lugar.
Esa noche, todos se acurrucaron muy juntitos en el sofá, sintiéndose seguros y queridos.
Y así, la familia contentísima supo que el mejor lugar del mundo es estar juntos.
Cada mañana, el canto alegre de Kiko, ¡Kikirikí!, era la señal para empezar el día. A la hora del desayuno, la cocina se llenaba de risas. Leo siempre le guardaba un trocito de su pan a Tobi, que movía la cola tan rápido que parecía un remolino. Mía bebía su leche y ronroneaba suavemente frotándose contra las piernas de mamá, mientras Pancho esperaba su zanahoria con un tierno empujoncito. Verlos a todos tan contentos hacía que el corazón de Leo se sintiera cálido y lleno.
Un día, mientras miraba a todos jugar, papá preguntó con una sonrisa: —¿Será que somos la familia más feliz del mundo? Mamá lo abrazó y respondió: —¡Qué buena pregunta! ¿Qué te parece si lo averiguamos?
A Leo se le iluminó la carita de curiosidad. ¡Quería saber la respuesta! Tomó a Kiko con mucho cuidado, lo abrazó y le susurró al oído: —Kiko, tú que eres tan valiente, ¿podrías investigar un poquito por nosotros? Kiko infló su pecho, sintiéndose el gallo más importante del mundo. Estiró sus alas, aleteó con todas sus fuerzas y ¡hop!, con un saltito, se subió al tejado para poder mirar las casas de los vecinos.
Desde allí arriba, Kiko vio la casa roja de al lado. Una familia jugaba a la pelota con un perro enorme y muy alegre. Se veían muy contentos, pero Kiko ladeó la cabeza y pensó: "Qué divertido, pero... les falta una gatita suave como Mía para hacerles compañía en las siestas".
Luego, Kiko se fijó en la granja que estaba un poco más allá. ¡Había muchos animales! Vio perros y gatos jugando juntos. Pero por más que buscó, no encontró ningún burrito simpático. "Ellos también parecen felices", pensó Kiko, "pero no tienen un amigo como Pancho que les dé paseos divertidos por el campo".
En ese momento, Kiko lo comprendió todo con una gran sonrisa en su pico. ¡El secreto de su familia era que estaban todos juntos! Papá, mamá, Leo, el gallo valiente, la gata dormilona, el perro juguetón y el burrito tierno. Cada uno era diferente y especial, y por eso su familia estaba completa. ¡No faltaba nadie!
Con el corazón lleno de alegría, Kiko aleteó de vuelta hasta la ventana de la cocina y cantó el "¡Kikirikí!" más feliz que nadie había oído jamás. Leo corrió a darle un abrazo, y al ver los ojitos brillantes de Kiko, supo la respuesta sin que nadie tuviera que decir una palabra. Ya no hacía falta buscar en ningún otro lugar.
Esa noche, todos se acurrucaron muy juntitos en el sofá, sintiéndose seguros y queridos.
Y así, la familia contentísima supo que el mejor lugar del mundo es estar juntos.
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