
La Bella Durmiente
En un reino muy lejano, nació una princesa de sonrisa brillante y ojos curiosos. Todos en el castillo celebraron con música y dulces, y la princesa creció rodeada de risas. Niñas y niños jugaban a su alrededor, mientras el sol llenaba de colores cada rincón. Era un día lleno de alegría y promesas, sin que nadie imaginara la pequeña travesura que cambiaría todo.
Para celebrar su bautizo, el rey y la reina invitaron a todas las hadas buenas del reino. El gran salón se llenó de luz, música suave y mesas repletas de galletas y miel. Cada hada llegó con un regalo brillante: salud para la princesa, alegría duradera y dulces sueños. Mientras tanto, nadie recordó invitar a una hada traviesa que vivía en un bosque cercano. La princesa, sin saberlo, seguía sonriendo y aplaudiendo, sin imaginar que se estaba olvidando a alguien muy especial.
Al caer la tarde, la hada traviesa apareció de pronto entre destellos de polvo de estrella. Con voz suave dijo: «Cuando cumpla quince años, la princesa se pinchará con un huso y caerá en un sueño profundo». Y añadió con un suspiro divertido: «Que no despierte nadie… ¡hasta después de cien años!» Se marchó volando, dejando una ligera risa. Las hadas buenas se miraron preocupadas y compartieron un abrazo, tratando de contrarrestar el hechizo con todo su cariño.
Los años pasaron llenos de juegos y aprendizajes. La princesa creció leyendo cuentos, riendo con sus amigos y explorando cada rincón del castillo. Un día, encontró una vieja torre que nunca había visto. Allí vio a unas hilanderas y sus ruedas brillantes. Sobre una mesa relucía un huso dorado. Movida por la curiosidad, la princesa levantó el huso y, antes de darse cuenta, sintió un pequeño pinchazo en el dedo. Con tranquilidad, se tumbó en un suave cojín y sus ojos se cerraron al instante.
El hechizo se cumplió en todo el reino. En el salón, las velas se apagaron solas. En los pasillos, las armaduras se quedaron quietas como estatuas. Las mesas, con sus platos y tazas, quedaron suspendidas en un instante de magia. En el jardín, las flores detuvieron su baile al viento y los pájaros guardaron silencio. Apenas un susurro de brisa movía las hojas. Todo quedó en calma y cada rincón del castillo empezó un dulce sueño compartido.
Pasaron cien años como si fueran un parpadeo. Un día, un príncipe de tierras lejanas escuchó el rumor de un castillo dormido bajo un manto de rosas. Con valentía y buen humor decidió buscarlo. Guió su caballo por senderos enredados en rosas suaves. Los pétalos lo saludaban al pasar. Pronto encontró el gran portón cubierto de verdes hojas. Con un empujón tímido, entró y vio a la princesa dormida sobre un lecho de pétalos que parecía una nube rosa.
El príncipe se acercó despacio y, con ternura, le besó la frente. Un resplandor suave despertó a la princesa, que parpadeó sorprendida. Entonces, todo el castillo cobró vida. Las velas volvieron a encenderse solas, los platos cayeron suavemente en las mesas y las flores volvieron a moverse con el viento. Las hadas buenas aparecieron danzando, los animales salieron de sus escondites y el sol brilló más fuerte que nunca. El reino entero celebró con risas, canciones y un gran festín lleno de abrazos.
Y colorín, colorado, el sueño se ha despertado.
Para celebrar su bautizo, el rey y la reina invitaron a todas las hadas buenas del reino. El gran salón se llenó de luz, música suave y mesas repletas de galletas y miel. Cada hada llegó con un regalo brillante: salud para la princesa, alegría duradera y dulces sueños. Mientras tanto, nadie recordó invitar a una hada traviesa que vivía en un bosque cercano. La princesa, sin saberlo, seguía sonriendo y aplaudiendo, sin imaginar que se estaba olvidando a alguien muy especial.
Al caer la tarde, la hada traviesa apareció de pronto entre destellos de polvo de estrella. Con voz suave dijo: «Cuando cumpla quince años, la princesa se pinchará con un huso y caerá en un sueño profundo». Y añadió con un suspiro divertido: «Que no despierte nadie… ¡hasta después de cien años!» Se marchó volando, dejando una ligera risa. Las hadas buenas se miraron preocupadas y compartieron un abrazo, tratando de contrarrestar el hechizo con todo su cariño.
Los años pasaron llenos de juegos y aprendizajes. La princesa creció leyendo cuentos, riendo con sus amigos y explorando cada rincón del castillo. Un día, encontró una vieja torre que nunca había visto. Allí vio a unas hilanderas y sus ruedas brillantes. Sobre una mesa relucía un huso dorado. Movida por la curiosidad, la princesa levantó el huso y, antes de darse cuenta, sintió un pequeño pinchazo en el dedo. Con tranquilidad, se tumbó en un suave cojín y sus ojos se cerraron al instante.
El hechizo se cumplió en todo el reino. En el salón, las velas se apagaron solas. En los pasillos, las armaduras se quedaron quietas como estatuas. Las mesas, con sus platos y tazas, quedaron suspendidas en un instante de magia. En el jardín, las flores detuvieron su baile al viento y los pájaros guardaron silencio. Apenas un susurro de brisa movía las hojas. Todo quedó en calma y cada rincón del castillo empezó un dulce sueño compartido.
Pasaron cien años como si fueran un parpadeo. Un día, un príncipe de tierras lejanas escuchó el rumor de un castillo dormido bajo un manto de rosas. Con valentía y buen humor decidió buscarlo. Guió su caballo por senderos enredados en rosas suaves. Los pétalos lo saludaban al pasar. Pronto encontró el gran portón cubierto de verdes hojas. Con un empujón tímido, entró y vio a la princesa dormida sobre un lecho de pétalos que parecía una nube rosa.
El príncipe se acercó despacio y, con ternura, le besó la frente. Un resplandor suave despertó a la princesa, que parpadeó sorprendida. Entonces, todo el castillo cobró vida. Las velas volvieron a encenderse solas, los platos cayeron suavemente en las mesas y las flores volvieron a moverse con el viento. Las hadas buenas aparecieron danzando, los animales salieron de sus escondites y el sol brilló más fuerte que nunca. El reino entero celebró con risas, canciones y un gran festín lleno de abrazos.
Y colorín, colorado, el sueño se ha despertado.