
La Gallina de los Huevos de Oro
Había una vez un granjero muy bueno llamado Juan, que vivía en una casita con un gran jardín. Juan quería a todos sus animales, pero su preferida era Pipa, una gallina con plumas suaves como el algodón. Todas las mañanas, Pipa corría a saludarlo con un divertido "¡Poc-poc-alegría!". Juan le daba granitos de maíz y le hacía cosquillas en el cuello, y los dos se reían.
Una mañana, Juan fue al gallinero cantando una canción. ¡Pero al mirar en el nido de Pipa, se llevó una sorpresa gigante! Allí no había un huevo normal. ¡Había un huevo que brillaba más que el sol! Era un huevo de oro, liso y pesado. Juan lo cogió con mucho cuidado y se sintió el granjero más afortunado del mundo. Corrió a darle un abrazo a Pipa y le prometió cuidarla siempre.
Al día siguiente, ¡otro huevo de oro! Y al otro, ¡otro más! Cada mañana, Pipa le regalaba un huevo dorado. Con el oro, Juan compró un tractor nuevo de color rojo brillante y un sombrero muy elegante. También compraba muchos dulces y los repartía entre los niños del pueblo, que lo saludaban muy contentos.
Poco a poco, Juan empezó a cambiar. Se acostumbró tanto al oro que un huevo al día ya no le parecía suficiente. Se pasaba el día pensando: "Dentro de Pipa debe haber muchísimos huevos de oro. ¿Por qué tengo que esperar tanto para tenerlos? ¡Los quiero todos ahora mismo!". Ya no tenía ganas de esperar y se estaba volviendo muy impaciente.
Un mal día, su impaciencia le ganó. Fue al gallinero enfadado, sin su canción alegre y sin los granitos de maíz para Pipa. Se acercó a ella y con voz fuerte y seria, le ordenó: "¡Pipa, gallinita! ¡Basta de esperar! ¡Dame todos tus huevos de oro ahora mismo!".
Pipa se llevó un susto terrible. ¡Su amigo Juan nunca le había hablado así! Su corazoncito de gallina empezó a latir muy, muy rápido: ¡bum, bum, bum! Con un cacareo lleno de miedo, un "¡POOOC-POOOC-SOCORRO!", Pipa saltó la cerca del corral de un solo aleteo. Corrió y corrió sin mirar atrás, hasta que se perdió de vista en el bosque.
Juan se quedó solo en el silencio del corral. Miró el nido, completamente vacío. En ese momento, entendió el gran error que había cometido. Ya no tendría más huevos de oro, pero lo más triste de todo era que había asustado y perdido a su mejor amiga, Pipa. Se sentó en el suelo y dijo en voz baja: "Por querer tenerlo todo ya, me he quedado sin nada".
Y recuerda: la verdadera alegría está en disfrutar de las cosas buenas poquito a poco.
Una mañana, Juan fue al gallinero cantando una canción. ¡Pero al mirar en el nido de Pipa, se llevó una sorpresa gigante! Allí no había un huevo normal. ¡Había un huevo que brillaba más que el sol! Era un huevo de oro, liso y pesado. Juan lo cogió con mucho cuidado y se sintió el granjero más afortunado del mundo. Corrió a darle un abrazo a Pipa y le prometió cuidarla siempre.
Al día siguiente, ¡otro huevo de oro! Y al otro, ¡otro más! Cada mañana, Pipa le regalaba un huevo dorado. Con el oro, Juan compró un tractor nuevo de color rojo brillante y un sombrero muy elegante. También compraba muchos dulces y los repartía entre los niños del pueblo, que lo saludaban muy contentos.
Poco a poco, Juan empezó a cambiar. Se acostumbró tanto al oro que un huevo al día ya no le parecía suficiente. Se pasaba el día pensando: "Dentro de Pipa debe haber muchísimos huevos de oro. ¿Por qué tengo que esperar tanto para tenerlos? ¡Los quiero todos ahora mismo!". Ya no tenía ganas de esperar y se estaba volviendo muy impaciente.
Un mal día, su impaciencia le ganó. Fue al gallinero enfadado, sin su canción alegre y sin los granitos de maíz para Pipa. Se acercó a ella y con voz fuerte y seria, le ordenó: "¡Pipa, gallinita! ¡Basta de esperar! ¡Dame todos tus huevos de oro ahora mismo!".
Pipa se llevó un susto terrible. ¡Su amigo Juan nunca le había hablado así! Su corazoncito de gallina empezó a latir muy, muy rápido: ¡bum, bum, bum! Con un cacareo lleno de miedo, un "¡POOOC-POOOC-SOCORRO!", Pipa saltó la cerca del corral de un solo aleteo. Corrió y corrió sin mirar atrás, hasta que se perdió de vista en el bosque.
Juan se quedó solo en el silencio del corral. Miró el nido, completamente vacío. En ese momento, entendió el gran error que había cometido. Ya no tendría más huevos de oro, pero lo más triste de todo era que había asustado y perdido a su mejor amiga, Pipa. Se sentó en el suelo y dijo en voz baja: "Por querer tenerlo todo ya, me he quedado sin nada".
Y recuerda: la verdadera alegría está en disfrutar de las cosas buenas poquito a poco.
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