
Pulgarcito
¿Alguna vez has visto a un niño tan pequeño que cabía en la palma de una mano? Pulgarcito era tan diminuto como increíble, y sus aventuras empezaban cuando menos lo esperaban.
Había una vez una pareja de campesinos que apenas tenía para comer. Cuando nació su hijo más pequeño, era tan pequeñito que lo llamaron Pulgarcito. Aunque era diminuto, tenía un gran corazón y una imaginación sin límites.
Todos admiraban cómo un niño tan pequeño podía correr y jugar con sus hermanos mayores. Pulgarcito soñaba con descubrir lugares nuevos y ayudar a su familia.
Un día, la familia cayó en tanta pobreza que los padres, con el corazón apesadumbrado, decidieron llevar a los siete niños al bosque. Pulgarcito escuchó el plan y buscó piedritas blancas en el camino. Mientras los otros niños dormían, él dejó caer las piedritas una a una. A la mañana siguiente, todos siguieron el brillo de las piedras y regresaron a casa sanos y salvos.
Pero la miseria volvió pronto y, esta vez, no encontró piedras brillantes, así que Pulgarcito salió de madrugada y esparció migas de pan. Desafortunadamente, los pajaritos del bosque se las comieron todas y, al despertar, los hermanos ya no encontraron huellas que seguir. Pulgarcito los consoló y, de la mano, caminaron hasta perderse.
Con el día cayendo, llegaron a una casita donde vivía un ogro muy grande con su esposa. La mujer, amable, les dio sopa caliente y pan. Luego, sin querer, el gran ogro apareció y, al verlos, pensó que cenaría carne de niño. La señora del ogro entendió las buenas intenciones de los pequeños y, con voz suave, ató a los niños a la puerta de la cocina para que nadie se lastimara, y metió a Pulgarcito en un tarro grande, como si fuera un juguete.
En la noche, el ogro caminó hasta el tarro y casi pisó a Pulgarcito, pensando que era un caramelo gigante. Pulgarcito, valiente, se despertó y gritó: “¡Soy Pulgarcito! ¡No me pises!” El ogro dio un gran salto y tropezó con su propio pie. La esposa, asustada, suplicó al ogro que los dejara ir. Con un gruñido, el ogro accedió, pero advirtió a su mujer que guardara sus botas mágicas, pues eran muy poderosas.
Pulgarcito, que había visto las enormes botas junto a la chimenea, ideó un plan. Mientras el ogro dormía, la esposa salió al pozo a buscar agua. El niño tomó las botas gigantes, se las puso y saltó fuera de la casa. Saltó tan alto que cruzó el bosque en segundos y llegó a su hogar.
¡Qué sorpresa se llevó la familia al ver a Pulgarcito vestido con aquellas botas enormes! El pequeño les contó su aventura y mostró la magia: con un solo salto llegaba del granero al tejado. Gracias a las botas, la familia se hizo famosa y recibió ayuda de vecinos y amigos, que alegraron su mesa con pan, fruta y leche.
Desde entonces, Pulgarcito y sus hermanos vivieron felices, y cada vez que alguien dudaba de su tamaño, él saltaba con alegría.
Un gran salto cabe en un pulgar.
Había una vez una pareja de campesinos que apenas tenía para comer. Cuando nació su hijo más pequeño, era tan pequeñito que lo llamaron Pulgarcito. Aunque era diminuto, tenía un gran corazón y una imaginación sin límites.
Todos admiraban cómo un niño tan pequeño podía correr y jugar con sus hermanos mayores. Pulgarcito soñaba con descubrir lugares nuevos y ayudar a su familia.
Un día, la familia cayó en tanta pobreza que los padres, con el corazón apesadumbrado, decidieron llevar a los siete niños al bosque. Pulgarcito escuchó el plan y buscó piedritas blancas en el camino. Mientras los otros niños dormían, él dejó caer las piedritas una a una. A la mañana siguiente, todos siguieron el brillo de las piedras y regresaron a casa sanos y salvos.
Pero la miseria volvió pronto y, esta vez, no encontró piedras brillantes, así que Pulgarcito salió de madrugada y esparció migas de pan. Desafortunadamente, los pajaritos del bosque se las comieron todas y, al despertar, los hermanos ya no encontraron huellas que seguir. Pulgarcito los consoló y, de la mano, caminaron hasta perderse.
Con el día cayendo, llegaron a una casita donde vivía un ogro muy grande con su esposa. La mujer, amable, les dio sopa caliente y pan. Luego, sin querer, el gran ogro apareció y, al verlos, pensó que cenaría carne de niño. La señora del ogro entendió las buenas intenciones de los pequeños y, con voz suave, ató a los niños a la puerta de la cocina para que nadie se lastimara, y metió a Pulgarcito en un tarro grande, como si fuera un juguete.
En la noche, el ogro caminó hasta el tarro y casi pisó a Pulgarcito, pensando que era un caramelo gigante. Pulgarcito, valiente, se despertó y gritó: “¡Soy Pulgarcito! ¡No me pises!” El ogro dio un gran salto y tropezó con su propio pie. La esposa, asustada, suplicó al ogro que los dejara ir. Con un gruñido, el ogro accedió, pero advirtió a su mujer que guardara sus botas mágicas, pues eran muy poderosas.
Pulgarcito, que había visto las enormes botas junto a la chimenea, ideó un plan. Mientras el ogro dormía, la esposa salió al pozo a buscar agua. El niño tomó las botas gigantes, se las puso y saltó fuera de la casa. Saltó tan alto que cruzó el bosque en segundos y llegó a su hogar.
¡Qué sorpresa se llevó la familia al ver a Pulgarcito vestido con aquellas botas enormes! El pequeño les contó su aventura y mostró la magia: con un solo salto llegaba del granero al tejado. Gracias a las botas, la familia se hizo famosa y recibió ayuda de vecinos y amigos, que alegraron su mesa con pan, fruta y leche.
Desde entonces, Pulgarcito y sus hermanos vivieron felices, y cada vez que alguien dudaba de su tamaño, él saltaba con alegría.
Un gran salto cabe en un pulgar.