
Riquete el del Copete
Había una vez, en un reino de nubes de algodón, una reina que tuvo un bebé. El pequeño príncipe era muy curioso y le encantaba aprender, pero tenía un gracioso copete de pelo de punta que no se podía peinar. Por eso todos lo llamaban Riquete el del Copete. Un hada buena, que volaba en una burbuja de jabón, se acercó y le dio un regalo especial: "Tendrás un corazón tan bueno que podrás compartir tu alegría y tus ideas con quien más lo necesite". Cerca de allí, en un reino de castillos de caramelo, otra reina tuvo una bebé. ¡Era una princesa preciosa con ojos como estrellas! Pero era muy tímida y a veces se sentía un poco sola porque no sabía cómo empezar a jugar con los demás. La misma hada buena apareció y le susurró otro regalo: "Tendrás la magia de ver la bondad en el corazón de los demás, que es el tesoro más grande de todos". Los años pasaron. Riquete era un príncipe amable y sabio, y aunque su copete siempre estaba despeinado, todos lo querían por su buen corazón y sus ideas geniales para jugar. La princesa, por su parte, era muy dulce, pero a menudo se sentía triste porque su timidez le impedía hacer amigos. Un día, la princesa paseaba por un bosque de árboles cantores, sintiéndose muy sola. De repente, vio a un príncipe con un divertido copete que construía un pequeño puente de ramas sobre un arroyo. ¡Era Riquete! Él levantó la vista y le dedicó una sonrisa amable. "¿Por qué estás triste?", preguntó con su voz suave. "Porque me siento sola y no sé cómo hacer amigos", respondió ella casi en un susurro. Riquete dejó las ramas a un lado. "¡Ser un amigo es fácil! Solo tienes que ser amable. ¿Quieres ayudarme a construir este puente? Podemos hacer carreras de hojitas después". A la princesa se le iluminaron los ojos. ¡Nadie le había propuesto algo tan divertido! Juntos terminaron el puente y luego pasaron toda la tarde riendo mientras veían qué hoja llegaba primero al otro lado del arroyo. A partir de ese día, se hicieron los mejores amigos. Riquete le enseñaba juegos nuevos y le contaba cuentos fantásticos que él inventaba. La princesa, al sentirse escuchada y querida, empezó a perder su timidez. Pronto, ella también compartía sus propias ideas y reía a carcajadas. Un día, mientras jugaban, la princesa miró a Riquete. Ya no veía solo un copete despeinado; veía al amigo más bueno y divertido del mundo. Se dio cuenta de que su gran corazón era un tesoro y que eso lo hacía el príncipe más especial de todos. "Riquete", dijo ella con una gran sonrisa, "¡eres mi mejor amigo!". En ese momento, el copete de Riquete pareció brillar un poquito, no porque hubiera cambiado, sino porque la princesa lo veía con los ojos de la amistad verdadera. Se dieron un gran abrazo y siguieron jugando, demostrando a todos en el reino que el mejor regalo del mundo es un buen amigo, porque la verdadera belleza es la bondad que llevamos dentro.
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