
El León y el Ratón
En el corazón de la selva, vivía un león muy grande con una melena despeinada. Era el rey de todos los animales y le encantaba dormir largas siestas bajo la sombra de un árbol. Cuando dormía, sus ronquidos sonaban por todas partes. ¡Rooooonc, rooooonc!
Un día, un ratoncito muy pequeño y juguetón pasaba por allí. ¡Tap, tap, tap!, hacían sus patitas al correr. Estaba tan distraído que no vio la enorme nariz del león. ¡Y sin querer, corrió sobre ella como si fuera un tobogán! El león sintió un cosquilleo, arrugó la nariz y… ¡Aaaachúuus! Se despertó con un estornudo tan fuerte que asustó a los pájaros.
"¡GRRR! ¿Quién se atreve a molestar mi siesta?", rugió el león, muy enfadado. De un manotazo, ¡PUM!, atrapó al asustado ratoncito con su pata gigante. El ratón temblaba de miedo. "¡Oh, rey león, por favor, perdóname!", chilló con su vocecita. "Si me dejas ir, te prometo que algún día te ayudaré".
El león soltó una carcajada. ¡Ja, ja, ja! "¿Tú? ¿Un ratoncito tan pequeño ayudarme a mí? ¡Qué divertido!". Al león le hizo tanta gracia que se le pasó el mal humor. Levantó su pata y lo dejó ir. "Está bien, pequeño, puedes irte. Me has hecho reír mucho". El ratoncito se fue corriendo, feliz de estar a salvo.
Poco tiempo después, mientras el león paseaba orgulloso, ¡ZAS!, cayó en una trampa de cazadores. Una red muy fuerte de cuerdas cayó sobre él y lo dejó inmovilizado. Por más que rugía y se movía, no podía liberarse. ¡GRRRR! Sus rugidos de auxilio se escucharon por toda la selva, llenos de miedo y tristeza.
El pequeño ratón, que estaba buscando nueces cerca de allí, escuchó los rugidos. "¡Esa es la voz del león! ¡Está en problemas!", pensó. Recordó su promesa y corrió tan rápido como sus patitas le permitieron para ayudar a su amigo.
"¡No te preocupes, amigo! ¡Ya estoy aquí para ayudarte!", le dijo el ratoncito. Sin perder tiempo, se puso a morder una de las cuerdas gruesas con sus pequeños pero afilados dientes. ¡Ñam, ñam, ñam! Rompió una cuerda. Luego mordió otra, y otra más. Trabajó sin parar hasta que hizo un agujero lo bastante grande.
El león pudo salir por el agujero. ¡Por fin era libre! Miró al ratoncito con ojos llenos de agradecimiento. "Gracias, mi pequeño amigo", dijo el león con voz suave. "Me salvaste la vida. Me reí de ti, pero hoy aprendí que hasta el más pequeño puede ser el mejor de los amigos". Desde ese día, el gran león y el pequeño ratón fueron inseparables.
Y recuerda: no importa si eres grande o pequeño, todos podemos ayudar.
Un día, un ratoncito muy pequeño y juguetón pasaba por allí. ¡Tap, tap, tap!, hacían sus patitas al correr. Estaba tan distraído que no vio la enorme nariz del león. ¡Y sin querer, corrió sobre ella como si fuera un tobogán! El león sintió un cosquilleo, arrugó la nariz y… ¡Aaaachúuus! Se despertó con un estornudo tan fuerte que asustó a los pájaros.
"¡GRRR! ¿Quién se atreve a molestar mi siesta?", rugió el león, muy enfadado. De un manotazo, ¡PUM!, atrapó al asustado ratoncito con su pata gigante. El ratón temblaba de miedo. "¡Oh, rey león, por favor, perdóname!", chilló con su vocecita. "Si me dejas ir, te prometo que algún día te ayudaré".
El león soltó una carcajada. ¡Ja, ja, ja! "¿Tú? ¿Un ratoncito tan pequeño ayudarme a mí? ¡Qué divertido!". Al león le hizo tanta gracia que se le pasó el mal humor. Levantó su pata y lo dejó ir. "Está bien, pequeño, puedes irte. Me has hecho reír mucho". El ratoncito se fue corriendo, feliz de estar a salvo.
Poco tiempo después, mientras el león paseaba orgulloso, ¡ZAS!, cayó en una trampa de cazadores. Una red muy fuerte de cuerdas cayó sobre él y lo dejó inmovilizado. Por más que rugía y se movía, no podía liberarse. ¡GRRRR! Sus rugidos de auxilio se escucharon por toda la selva, llenos de miedo y tristeza.
El pequeño ratón, que estaba buscando nueces cerca de allí, escuchó los rugidos. "¡Esa es la voz del león! ¡Está en problemas!", pensó. Recordó su promesa y corrió tan rápido como sus patitas le permitieron para ayudar a su amigo.
"¡No te preocupes, amigo! ¡Ya estoy aquí para ayudarte!", le dijo el ratoncito. Sin perder tiempo, se puso a morder una de las cuerdas gruesas con sus pequeños pero afilados dientes. ¡Ñam, ñam, ñam! Rompió una cuerda. Luego mordió otra, y otra más. Trabajó sin parar hasta que hizo un agujero lo bastante grande.
El león pudo salir por el agujero. ¡Por fin era libre! Miró al ratoncito con ojos llenos de agradecimiento. "Gracias, mi pequeño amigo", dijo el león con voz suave. "Me salvaste la vida. Me reí de ti, pero hoy aprendí que hasta el más pequeño puede ser el mejor de los amigos". Desde ese día, el gran león y el pequeño ratón fueron inseparables.
Y recuerda: no importa si eres grande o pequeño, todos podemos ayudar.
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