
Caperucita Roja
En un pueblito soleado vivía una niña dulce llamada Caperucita Roja. Un día, su mamá le pidió llevar una canasta con pan y mermelada a la abuela que vivía al otro lado del bosque. Antes de salir, Caperucita se puso su capa favorita, del color de las fresas, y se despidió con una gran sonrisa.
Caperucita caminaba entre árboles que crujían suaves con la brisa. Las flores se asomaban a saludarla y los pajaritos cantaban como en un concierto. La niña estaba emocionada y tarareaba una canción alegre mientras avanzaba.
De pronto, un lobo juguetón la vio pasar y decidió ser muy amistoso. “¡Hola, Caperucita!”, saludó con voz suave. La niña se sorprendió un poco, pero respondió: “¡Hola, señor Lobo!”.
—¿Adónde vas con esa canasta tan bonita?
—Voy a casa de mi abuela para llevarle pan y mermelada —explicó Caperucita con inocencia.
—¡Qué idea tan dulce! —dijo el lobo con una sonrisa traviesa—. ¿Te cuento un secreto? Hay un atajo lleno de margaritas y mariposas. Si lo tomas, llegarás antes.
Caperucita miró el sendero cubierto de flores y pensó que sería divertido. Así que dejó el camino grande y se metió en el atajo.
Mientras tanto, el lobo corrió por el camino ancho y llegó primero a la casa de la abuela. Tocó la puerta con suavidad. La abuela, que estaba tejiendo frente a la ventana, le abrió.
—¡Oh, Caperucita! —dijo la abuela, pensando que era su nieta—. ¡Qué alegría verte!
El lobo disfrazado de niña entró y con un brinco se metió en la cama de la abuela. La pobre señora se asustó un poco, pero el lobo la tranquilizó y la guardó en el armario.
Minutos después, Caperucita llegó con su canasta y se encontró con el lobo en la cama.
—¡Hola, abuelita! —dijo la niña—. ¡Qué ojos tan grandes tienes!
—Son para verte mejor, tesoro —respondió el lobo imitando la voz dulce.
—¡Y qué orejas tan grandes! —exclamó Caperucita.
—Son para oírte mejor, querida.
—¡Y qué dientes tan…! —siguió la niña.
En ese momento, el lobo mostró una mueca juguetona, pero justo antes de que la escena se volviera seria, la puerta se abrió de golpe. Era la abuela, que había salido del armario con valentía.
—¡Sorpresa! —gritó—. Nunca subestimes a quien teje fuerza con cada vuelta.
El lobo dio un gran salto y salió corriendo, dejando atrás su capa falsa.
Caperucita corrió a abrazar a la abuela. Juntas sacaron la mermelada y el pan de la canasta y celebraron con un picnic improvisado en la sala.
Desde entonces, Caperucita aprendió que la curiosidad está bien, pero siempre es mejor ir por el camino familiar y contar con la ayuda de quien te quiere.
Y así, Caperucita descubrió que el mejor tesoro del bosque era el amor de la abuela.
Caperucita caminaba entre árboles que crujían suaves con la brisa. Las flores se asomaban a saludarla y los pajaritos cantaban como en un concierto. La niña estaba emocionada y tarareaba una canción alegre mientras avanzaba.
De pronto, un lobo juguetón la vio pasar y decidió ser muy amistoso. “¡Hola, Caperucita!”, saludó con voz suave. La niña se sorprendió un poco, pero respondió: “¡Hola, señor Lobo!”.
—¿Adónde vas con esa canasta tan bonita?
—Voy a casa de mi abuela para llevarle pan y mermelada —explicó Caperucita con inocencia.
—¡Qué idea tan dulce! —dijo el lobo con una sonrisa traviesa—. ¿Te cuento un secreto? Hay un atajo lleno de margaritas y mariposas. Si lo tomas, llegarás antes.
Caperucita miró el sendero cubierto de flores y pensó que sería divertido. Así que dejó el camino grande y se metió en el atajo.
Mientras tanto, el lobo corrió por el camino ancho y llegó primero a la casa de la abuela. Tocó la puerta con suavidad. La abuela, que estaba tejiendo frente a la ventana, le abrió.
—¡Oh, Caperucita! —dijo la abuela, pensando que era su nieta—. ¡Qué alegría verte!
El lobo disfrazado de niña entró y con un brinco se metió en la cama de la abuela. La pobre señora se asustó un poco, pero el lobo la tranquilizó y la guardó en el armario.
Minutos después, Caperucita llegó con su canasta y se encontró con el lobo en la cama.
—¡Hola, abuelita! —dijo la niña—. ¡Qué ojos tan grandes tienes!
—Son para verte mejor, tesoro —respondió el lobo imitando la voz dulce.
—¡Y qué orejas tan grandes! —exclamó Caperucita.
—Son para oírte mejor, querida.
—¡Y qué dientes tan…! —siguió la niña.
En ese momento, el lobo mostró una mueca juguetona, pero justo antes de que la escena se volviera seria, la puerta se abrió de golpe. Era la abuela, que había salido del armario con valentía.
—¡Sorpresa! —gritó—. Nunca subestimes a quien teje fuerza con cada vuelta.
El lobo dio un gran salto y salió corriendo, dejando atrás su capa falsa.
Caperucita corrió a abrazar a la abuela. Juntas sacaron la mermelada y el pan de la canasta y celebraron con un picnic improvisado en la sala.
Desde entonces, Caperucita aprendió que la curiosidad está bien, pero siempre es mejor ir por el camino familiar y contar con la ayuda de quien te quiere.
Y así, Caperucita descubrió que el mejor tesoro del bosque era el amor de la abuela.