El Lobo y las Siete Cabritillas

El Lobo y las Siete Cabritillas

por Hermanos Grimm

⏱️3 min3-4 añosUnidadPrecaución
En un valle verde y tranquilo vivían siete cabritillas juguetonas. Cada día esperaban a su mamá con dulces cuentos y risas. Pero un día apareció un lobo muy astuto con deseos de engaño. ¿Podrán las cabritillas estar alerta a sus travesuras?

Las siete cabritillas vivían felices en su casita de madera blanca, rodeada de flores silvestres. Cada tarde salían a saltar entre piedras redondas y a bailar bajo el sol. Les encantaba cantar al compás del viento y reír cuando una hoja caía en sus cabecitas.

Mamá cabra vivía cerca de un tranquilo pinar junto al valle. Cada mañana, antes de salir a buscar comida, abrazaba a sus siete cabritillas. Les daba instrucciones claras: “No abran la puerta a nadie que no sea yo, pues el lobo astuto puede engañarlas con su voz”.

Un día, mientras se alejaba por el bosque, el lobo la vio y sonrió con malicia. “Seguro puedo jugar con esas cabritillas”, pensó. Se acercó a la casita blanca y probó su voz: “¿Señorita cabra, puedo entrar?” Pero su voz sonó demasiado grave y las cabritillas entendieron el engaño. Se rieron y negaron la bienvenida.

Molesto, el lobo corrió al río y lamió miel con arena para afinar su voz. Volvió a la puerta y dijo con voz aguda: “Soy mamá cabra, ¡abran la puerta!” Las cabritillas sintieron la dulzura de la voz, pero recordaron el consejo. Llamaron: “¡Muéstranos tu pata!” El lobo, ágil, se cubrió con harina blanca… Su pata lució suave, y una cabritilla curiosa la tocó. De inmediato notó que era fría y resbalosa. Además, la harina se esparció por el suelo, creando un polvo blanco donde el lobo patinó un poco antes de ir corriendo al granero.

El lobo, muy presuroso, corrió al granero, lamió mermelada y azúcar para cambiar el sabor. Con su nueva trampa volvió a tocar la puerta. Esta vez, su voz y su pata parecían perfectas. Seis cabritillas lo dejaron entrar y, en un segundo, él las encerró en un saco. “¡Ay, mamá!”, gritaron, pero solo una cabritilla blanca se quedó afuera al llegar el viento y hacer que no pudiera abrir la puerta.

La pequeña cabritilla buscó a mamá entre los árboles y encontró sus huellas. Corrió a la cueva del lobo y vio el saco temblando. Con valentía, tiró de él. El saco se abrió y las seis cabritillas saltaron. Todas abrazaron a su hermana y a mamá, que había escuchado los gritos y había llegado corriendo.

Para proteger la casa, mamá cabra llenó aquel saco de suaves piedras pequeñas y lo cerró. El lobo, furioso, regresó con hambre y tomó un gran sorbo de agua en el río. De pronto, sintió algo duro en su barriga. ¡Eran las piedras! Saltó de sorpresa y salió corriendo, gimiendo y prometiendo no volver.

Desde aquel día, las siete cabritillas jugaron juntas en el valle, siempre cuidadosas y felices. Y así, las cabritillas aprendieron que juntas y alerta vivían más seguras. Nunca más dudaron de su unión y cuidaron su casita con amor. Y cada noche se dormían contando estrellas, soñando con risas y aventuras junto a mamá cabra.