
El Agua de la Vida
¡Vaya lío tenía el Rey Arturo! Cada mañana despertaba con un estornudo tan fuerte que casi salía volando de su corona. Los médicos no sabían qué hacer y el rey se ponía muy triste. Decían que solo el Agua de la Vida podía curar su terrible estornudo.
El rey reunió a sus tres hijos: Alejandro, Bruno y Carlos. Les explicó su problema y les ofreció un premio a quien trajera el Agua de la Vida. El palacio brilló de emoción cuando los príncipes aceptaron la misión. Alejandro, el mayor, llevó la armadura más brillante; Bruno, la espada más larga; y Carlos, el corazón más valiente.
Los tres hermanos saludaron a su madre con un beso y prometieron cuidarse. El pueblo los despidió con aplausos y risas. Incluso el bufón lanzó confeti para desearles buena suerte. Así, cada uno cruzó el puente levadizo, listos para la aventura.
Partieron al amanecer por un bosque verde, donde los pajaritos cantaron su canción y un conejito les dio brincos de ánimo. Muy pronto encontraron a un anciano muy cansado junto a un río seco. “Buenos días”, saludó Carlos con voz amable. El anciano sonrió y les dijo que el Agua de la Vida estaba en la Montaña del Eco, pero que solo el más generoso podría alcanzar su fuente pura.
Los hermanos continuaron. Alejandro cargó la bolsa del anciano sin quejarse. Bruno pasó de largo con prisa y solo dijo “Chao”. Carlos se detuvo, partió su pan y compartió agua. El anciano recuperó fuerzas y les dio un mapa brillante. Solo Carlos vio las huellas doradas que señalaban el camino correcto.
Al llegar a la Montaña del Eco, una roca enorme reflejaba sus voces. Si gritaban “¡Hola!”, la montaña respondía con un “¡Hola! ¡Hola!” divertido. Bruno y Alejandro subieron antes para encontrar el manantial. El agua brotó de la roca con un suave canto: “Bebe con cuidado”. Alejandro probó, pero sin pensar derramó la mitad al suelo. Carlos escuchó el eco y se rió mientras subía con cuidado.
Carlos llegó y pidió permiso al manantial. El eco repitió: “Solo al generoso”. Entonces Carlos llenó una pequeña botella con cuidado y sopló un beso al agua. El manantial burbujó feliz y le regaló una gota extra para el anciano. Carlos guardó la botella y emprendió el regreso con el Agua de la Vida.
Ya de vuelta, Bruno y Alejandro vieron la botella. La robaron de la mochila de Carlos y celebraron pensando que vencieron. Pero al destaparla para beber, la gota extra salió volando como una sonrisa y desapareció. Una paloma los miró con ojos curiosos. Quedaron con la botella vacía. Mientras, Carlos apareció tranquilo y mostró su botella intacta, con el agua clara y pura.
Regresaron al castillo. Carlos ofreció el Agua de la Vida al rey. Con una gota, el estornudo desapareció y la corona volvió a brillar. El rey abrazó a Carlos y agradeció su bondad. Alejandro y Bruno aprendieron que la generosidad vale más que la fuerza o el brillo.
Y desde aquel día, la bondad siempre encontraba su camino.
El rey reunió a sus tres hijos: Alejandro, Bruno y Carlos. Les explicó su problema y les ofreció un premio a quien trajera el Agua de la Vida. El palacio brilló de emoción cuando los príncipes aceptaron la misión. Alejandro, el mayor, llevó la armadura más brillante; Bruno, la espada más larga; y Carlos, el corazón más valiente.
Los tres hermanos saludaron a su madre con un beso y prometieron cuidarse. El pueblo los despidió con aplausos y risas. Incluso el bufón lanzó confeti para desearles buena suerte. Así, cada uno cruzó el puente levadizo, listos para la aventura.
Partieron al amanecer por un bosque verde, donde los pajaritos cantaron su canción y un conejito les dio brincos de ánimo. Muy pronto encontraron a un anciano muy cansado junto a un río seco. “Buenos días”, saludó Carlos con voz amable. El anciano sonrió y les dijo que el Agua de la Vida estaba en la Montaña del Eco, pero que solo el más generoso podría alcanzar su fuente pura.
Los hermanos continuaron. Alejandro cargó la bolsa del anciano sin quejarse. Bruno pasó de largo con prisa y solo dijo “Chao”. Carlos se detuvo, partió su pan y compartió agua. El anciano recuperó fuerzas y les dio un mapa brillante. Solo Carlos vio las huellas doradas que señalaban el camino correcto.
Al llegar a la Montaña del Eco, una roca enorme reflejaba sus voces. Si gritaban “¡Hola!”, la montaña respondía con un “¡Hola! ¡Hola!” divertido. Bruno y Alejandro subieron antes para encontrar el manantial. El agua brotó de la roca con un suave canto: “Bebe con cuidado”. Alejandro probó, pero sin pensar derramó la mitad al suelo. Carlos escuchó el eco y se rió mientras subía con cuidado.
Carlos llegó y pidió permiso al manantial. El eco repitió: “Solo al generoso”. Entonces Carlos llenó una pequeña botella con cuidado y sopló un beso al agua. El manantial burbujó feliz y le regaló una gota extra para el anciano. Carlos guardó la botella y emprendió el regreso con el Agua de la Vida.
Ya de vuelta, Bruno y Alejandro vieron la botella. La robaron de la mochila de Carlos y celebraron pensando que vencieron. Pero al destaparla para beber, la gota extra salió volando como una sonrisa y desapareció. Una paloma los miró con ojos curiosos. Quedaron con la botella vacía. Mientras, Carlos apareció tranquilo y mostró su botella intacta, con el agua clara y pura.
Regresaron al castillo. Carlos ofreció el Agua de la Vida al rey. Con una gota, el estornudo desapareció y la corona volvió a brillar. El rey abrazó a Carlos y agradeció su bondad. Alejandro y Bruno aprendieron que la generosidad vale más que la fuerza o el brillo.
Y desde aquel día, la bondad siempre encontraba su camino.