
El Caballo y el Asno
En una granja soleada, vivían dos amigos. Uno era Destello, un caballo fuerte con un pelo que brillaba como el oro. Al otro, un burrito bueno y amable, lo llamaban Platero. A Destello le encantaba correr por el campo y mostrar lo rápido que era. Platero era más tranquilo y siempre estaba listo para echar una mano, o mejor dicho, ¡una pezuña!
Una mañana, el granjero los despertó. "¡Hoy vamos al mercado!", anunció con alegría. Preparó dos cargas. Sobre el lomo de Platero puso sacos grandes y pesados, ¡llenos de patatas! ¡Uf, qué peso! Las orejitas de Platero se cayeron un poco. A Destello, en cambio, solo le puso una silla de montar roja y brillante. No pesaba nada de nada.
Destello, sintiéndose muy importante, empezó a trotar muy rápido. ¡Toco-toc, toco-toc! Dejó atrás a su amigo. Platero caminaba muy despacio, ¡bum, bum, bum! Sus patitas apenas podían con tanto peso y su cabecita miraba al suelo. Estaba muy, muy cansado.
Al ratito, Platero ya no podía más. Con una vocecita suave, le pidió ayuda a su amigo. "Destello, ¿podrías llevar uno de mis sacos, por favor? Siento que mis patitas son como fideos".
Destello se detuvo, levantó su nariz muy alto y relinchó: "¿Yo? ¡Claro que no! Llevar peso es cosa de burritos, no de caballos veloces como yo". Y siguió su camino, dejando una nube de polvo detrás.
El pobre Platero suspiró, muy triste. Sus patitas temblaron y temblaron hasta que, de repente, ¡PLOF! Se desplomó en el camino. No podía moverse más.
El granjero corrió a ver qué pasaba. "¡Oh, mi pobre Platero! Estás agotado". Luego, miró a Destello, que observaba todo sin llevar ni una sola patata. "¡Ah, ya tengo la solución!", exclamó el granjero.
Con mucho cuidado, el granjero tomó toda la carga de Platero y la colocó sobre el lomo de Destello. ¡Ahora el caballo fuerte tenía que llevarlo todo!
"¡Ay, cómo pesa!", se quejó Destello. Ahora sus pasos eran lentos y pesados. Mientras caminaba, pensó: "Qué tonto fui. Si hubiera ayudado a mi amigo con un saquito, ahora no tendría que llevarlo todo yo solo".
Platero, ya sin peso y descansado, se levantó y caminó feliz al lado de Destello para hacerle compañía hasta el mercado. Desde ese día, Destello aprendió una gran lección.
Y así es como los dos amigos recordaron siempre: ¡compartir la carga la hace más ligera!
Una mañana, el granjero los despertó. "¡Hoy vamos al mercado!", anunció con alegría. Preparó dos cargas. Sobre el lomo de Platero puso sacos grandes y pesados, ¡llenos de patatas! ¡Uf, qué peso! Las orejitas de Platero se cayeron un poco. A Destello, en cambio, solo le puso una silla de montar roja y brillante. No pesaba nada de nada.
Destello, sintiéndose muy importante, empezó a trotar muy rápido. ¡Toco-toc, toco-toc! Dejó atrás a su amigo. Platero caminaba muy despacio, ¡bum, bum, bum! Sus patitas apenas podían con tanto peso y su cabecita miraba al suelo. Estaba muy, muy cansado.
Al ratito, Platero ya no podía más. Con una vocecita suave, le pidió ayuda a su amigo. "Destello, ¿podrías llevar uno de mis sacos, por favor? Siento que mis patitas son como fideos".
Destello se detuvo, levantó su nariz muy alto y relinchó: "¿Yo? ¡Claro que no! Llevar peso es cosa de burritos, no de caballos veloces como yo". Y siguió su camino, dejando una nube de polvo detrás.
El pobre Platero suspiró, muy triste. Sus patitas temblaron y temblaron hasta que, de repente, ¡PLOF! Se desplomó en el camino. No podía moverse más.
El granjero corrió a ver qué pasaba. "¡Oh, mi pobre Platero! Estás agotado". Luego, miró a Destello, que observaba todo sin llevar ni una sola patata. "¡Ah, ya tengo la solución!", exclamó el granjero.
Con mucho cuidado, el granjero tomó toda la carga de Platero y la colocó sobre el lomo de Destello. ¡Ahora el caballo fuerte tenía que llevarlo todo!
"¡Ay, cómo pesa!", se quejó Destello. Ahora sus pasos eran lentos y pesados. Mientras caminaba, pensó: "Qué tonto fui. Si hubiera ayudado a mi amigo con un saquito, ahora no tendría que llevarlo todo yo solo".
Platero, ya sin peso y descansado, se levantó y caminó feliz al lado de Destello para hacerle compañía hasta el mercado. Desde ese día, Destello aprendió una gran lección.
Y así es como los dos amigos recordaron siempre: ¡compartir la carga la hace más ligera!
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