
El Caracol y el Rosal
En un jardín lleno de sol y flores, vivía un rosal muy feliz. Sus ramas se estiraban hacia el cielo y sus rosas olían de maravilla. Al rosal le encantaba compartir su perfume. "¡Buenos días, abejitas!", decía alegre. "¡Vengan a oler mis flores!". Las mariposas y las mariquitas siempre lo visitaban y le decían lo bonito que era. Para el rosal, compartir era su mayor alegría.
Justo debajo, a la sombra de una hoja, vivía un caracol. Era muy tímido y le encantaba su casita, una concha a rayas donde todo era silencio. Era su pequeño mundo secreto. A veces, asomaba sus antenitas, ¡plic, plic!, para espiar el jardín. Veía mucho movimiento y prefería quedarse solito y tranquilo.
El rosal siempre estaba de fiesta. Saludaba al sol, a las nubes y a todos los bichitos. "¡Qué divertido es estar juntos!", pensaba el rosal. El caracol lo miraba desde su escondite. "¡Cuánto ruido!", pensaba. Pero no podía evitar sentir curiosidad. ¿Por qué todos estaban tan contentos allí afuera?
Un día, el rosal vio los ojitos curiosos del caracol. Con una voz suave como un pétalo, le dijo: "¡Hola, amigo caracol! ¿No quieres sentir el calorcito del sol?". El caracol, muy sorprendido, se escondió un poquito. "Aquí estoy muy bien, gracias", susurró. Pero dejó la puerta de su casita un poco abierta.
Pasaron los días. El caracol, desde su puerta, empezó a mirar con más atención. Vio cómo una mariquita ayudaba a una hormiga a subir por una hoja. Y escuchó a una niña que, al oler una rosa, le dijo a su papá: "¡Papá, esta flor huele a felicidad!".
El caracol se quedó pensando en eso: "Oler a felicidad". ¡Claro! El rosal no guardaba su perfume, lo compartía con todos. ¡Compartir era lo que los hacía felices! Entonces, muy despacito, el caracol tomó una decisión. Sacó una antena, luego la otra, y finalmente, salió por completo de su casita.
¡Qué bien se sentía el sol! Era calentito y agradable. Vio pasar a la mariquita y, con mucha valentía, la saludó con sus antenas. El rosal, al verlo, pareció sonreír, y sus flores brillaron todavía más. El caracol entendió que su casita era segura, pero compartir el jardín con amigos era mucho más emocionante.
Y así, el caracol y el rosal nos enseñaron que la felicidad es como una flor: ¡se vuelve más bonita cuando la compartes!
Justo debajo, a la sombra de una hoja, vivía un caracol. Era muy tímido y le encantaba su casita, una concha a rayas donde todo era silencio. Era su pequeño mundo secreto. A veces, asomaba sus antenitas, ¡plic, plic!, para espiar el jardín. Veía mucho movimiento y prefería quedarse solito y tranquilo.
El rosal siempre estaba de fiesta. Saludaba al sol, a las nubes y a todos los bichitos. "¡Qué divertido es estar juntos!", pensaba el rosal. El caracol lo miraba desde su escondite. "¡Cuánto ruido!", pensaba. Pero no podía evitar sentir curiosidad. ¿Por qué todos estaban tan contentos allí afuera?
Un día, el rosal vio los ojitos curiosos del caracol. Con una voz suave como un pétalo, le dijo: "¡Hola, amigo caracol! ¿No quieres sentir el calorcito del sol?". El caracol, muy sorprendido, se escondió un poquito. "Aquí estoy muy bien, gracias", susurró. Pero dejó la puerta de su casita un poco abierta.
Pasaron los días. El caracol, desde su puerta, empezó a mirar con más atención. Vio cómo una mariquita ayudaba a una hormiga a subir por una hoja. Y escuchó a una niña que, al oler una rosa, le dijo a su papá: "¡Papá, esta flor huele a felicidad!".
El caracol se quedó pensando en eso: "Oler a felicidad". ¡Claro! El rosal no guardaba su perfume, lo compartía con todos. ¡Compartir era lo que los hacía felices! Entonces, muy despacito, el caracol tomó una decisión. Sacó una antena, luego la otra, y finalmente, salió por completo de su casita.
¡Qué bien se sentía el sol! Era calentito y agradable. Vio pasar a la mariquita y, con mucha valentía, la saludó con sus antenas. El rosal, al verlo, pareció sonreír, y sus flores brillaron todavía más. El caracol entendió que su casita era segura, pero compartir el jardín con amigos era mucho más emocionante.
Y así, el caracol y el rosal nos enseñaron que la felicidad es como una flor: ¡se vuelve más bonita cuando la compartes!
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