El Pescador y el Pez

El Pescador y el Pez

por Hermanos Grimm

⏱️5 min3-4 añosGratitudFelicidad
Había una vez, muy cerquita del mar, un pescador llamado Simón. Simón era muy bueno y vivía con su esposa, Ana, en una cabaña chiquitita pero llena de risas. Su cabaña tenía una puerta que hacía ‘ñiiic’ y una ventana que miraba siempre al mar.

Cada mañana, Simón salía en su bote de madera. ¡Splash, splash!, hacían los remos en el agua. Un día soleado, su red se sintió muy pesada. ¡Oh! ¿Qué había pescado? ¡Era un pez increíble! Brillaba con todos los colores del arcoíris y tenía escamas doradas como el sol. De repente, el pececito movió su boca y dijo: “¡Hola, buen pescador! Por favor, si me dejas volver al mar, te prometo que no lo olvidarás. ¡Soy un pez mágico!”. Simón, que amaba a todos los animales, sonrió y con mucho cuidado lo devolvió al agua. “¡Nada libre, amiguito!”, le dijo.

Cuando llegó a casa, el olor de la sopa de Ana lo recibió. Le contó lo del pez mágico. Ana abrió mucho los ojos. “¡Qué maravilla, Simón! Eres muy amable”. Luego miró alrededor de su casita. “Nuestra cabaña es muy acogedora, pero el techo tiene goteras cuando llueve… y la puerta hace ‘ñiiic’ muy fuerte. ¿Crees que el pececito podría ayudarnos a tener una casa un poquito mejor?”.

A Simón le pareció una buena idea. Volvió a la orilla, donde las olas hacían ‘shhh, shhh’. Se acercó al agua y cantó una cancioncita que inventó en el momento: “¡Pez, pececito, tan brillante, asoma tu aletita al instante!”.

¡Y plop! El pez dorado saltó fuera del agua, dejando un rastro de burbujas. “He oído tu canción, Simón. ¿Qué necesitas?”. Con un poco de vergüenza, el pescador le pidió: “Quisiéramos una casita un poco más fuerte y bonita, sin goteras y con una puerta que no haga ruido”. El pez sonrió con su boca de pez y dijo: “¡Deseo concedido! ¡Corre a casa!”.

Simón corrió y ¡sorpresa! En lugar de su vieja cabaña, había una casa preciosa. Era de color azul, como el mar. La puerta ya no hacía ‘ñiiic’, sino un suave ‘clic’. Y por dentro, ¡era perfecta! Tenía una chimenea que daba un calorcito muy agradable y unas sillas tan cómodas que parecía que te daban un abrazo.

Ana salió a recibirlo y los dos bailaron de felicidad en su nueva casa. “¡Esto es perfecto!”, dijo Simón. “Sí”, respondió Ana, dándole un gran abrazo. “No necesitamos nada más para ser felices”.

Al día siguiente, Simón no fue a pescar. Fue directo a la orilla del mar. Volvió a cantar su canción: “¡Pez, pececito, tan brillante, asoma tu aletita al instante!”. El pez mágico apareció de nuevo. Simón no pidió nada. Solo le dijo con una gran sonrisa: “¡Muchas, muchas gracias, amigo pez!”. Y el pez le guiñó un ojo antes de volver a las profundidades.

Simón y Ana entendieron algo muy importante ese día.

Porque tener un lugar bonito es genial, pero estar juntos y ser agradecidos… ¡ese es el mejor tesoro del mundo!

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