El Flautista de Hamelín

El Flautista de Hamelín

por Unknown

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Cada mañana en Hamelín, un suave viento traía risas y campanas. Pero un día, los ratones llegaron de pronto, correteando por cada calle, desordenando sombreros y mordisqueando panes. El pueblo se llenó de voz triste. Hasta que un misterioso flautista apareció con su dulce música para cambiarlo todo.

El flautista vestía un abrigo de colores brillantes y un sombrero divertido. Llevaba en la mano una flauta dorada que brillaba con el sol. Cuando tocó una melodía suave, los ratones se detuvieron y levantaron las patitas, hipnotizados por el sonido dulce. Uno tras otro, fueron siguiéndolo en fila por la calle principal. Niñas y niños asomaban las cabezas por las ventanas para verlo pasar.

El alcalde de Hamelín salió a la plaza y observó la increíble estampa: decenas de ratones bailando al ritmo de la flauta. Los vecinos aplaudían emocionados. Entonces el flautista pidió su recompensa: una cesta llena de queso y pan recién horneado. El alcalde asintió con una sonrisa y firmó un papel que prometía entregarla al día siguiente.

Esa noche, Hamelín durmió tranquilo. Al amanecer, los panaderos amasaron panes crujientes y las queseras prepararon trozos de queso suave. Pero al alcalde se le ocurrió guardar parte de la paga para otro día. "Es mucho queso para un solo músico", pensó en voz baja.

Cuando el flautista regresó al concejo, buscó al alcalde. Vio que la cesta apenas tenía migajas. Con voz triste, explicó que solo había sobras. El alcalde se encogió de hombros y se marchó. El flautista suspiró, tocó su flauta en silencio y decidió no rendirse.

Esa misma tarde, una música nueva brotó de la flauta dorada. Era alegre, movida y chispeante. Los niños que jugaban en la plaza se detuvieron y sonrieron. Incluso las abuelas dejaron de tejer para tararear. Luego, como si fuera un desfile mágico, los ratones salieron de sus escondites y comenzaron a seguir al flautista otra vez. Pero esta vez entraron todos por un sendero secreto en el bosque cercano.

El pueblo corrió tras ellos, pero el flautista siguió tocando sin mirar atrás. Los ratones avanzaron en fila, subieron por el sendero y desaparecieron bajo un viejo puente de piedra. Nadie volvió a ver ratón alguno en Hamelín.

Los vecinos comprendieron que una promesa debía cumplirse siempre. Aprendieron a valorar la palabra dada y el poder de la música. Y desde entonces, una dulce melodía nunca dejó de sonar en Hamelín.