
El Halcón y el Gallo
Había una vez, en una granja muy animada, un Gallo que quería que todos pensaran que era el más valiente. Eso es presumir. Todas las mañanas, se subía a la cerca más alta. Inflaba su pecho grande y cantaba con todas sus fuerzas: “¡Kikirikí! ¡Mírenme todos! ¡Soy el gallo más valiente del mundo entero!”.
Los otros animales de la granja ya estaban acostumbrados. La vaca movía la cabeza, las ovejas seguían comiendo pasto y los cerditos jugaban felices en el lodo. No le hacían mucho caso. Pero en un árbol muy alto, un Halcón sabio lo observaba cada día. El Halcón escuchaba al Gallo gritar y gritar sobre lo valiente que era.
Un día, el Halcón decidió bajar a conversar con él. Voló en círculos y aterrizó con suavidad en la cerca, justo al lado del Gallo. “¡Hola, amigo Gallo!”, dijo el Halcón con una voz muy tranquila. “Te oigo cantar cada mañana. ¡Debes de ser muy, muy valiente!”.
El Gallo dio un saltito del susto al verlo tan cerca. ¡Un halcón era un pájaro muy grande! Pero enseguida, para no parecer asustado, infló su pecho todavía más. “¡Claro que sí! ¡Soy el más valiente de todos! ¡No le tengo miedo a nada de nada!”.
El Halcón ladeó la cabeza con curiosidad. “Qué bien. Pero ayer, cuando un zorro astuto se acercó a la granja, no te vi por ningún lado. ¿Dónde te habías metido?”.
El Gallo se puso muy nervioso. Sus plumas se erizaron un poquito. “Ah, ¡es que justo ayer me dolía un poco la garganta! Por eso no pude avisar”, dijo muy, muy rápido. Pero el Gallo no decía la verdad. Se había escondido porque el zorro le daba mucho miedo.
El Halcón asintió despacio. “Ya veo. ¿Y te acuerdas de la semana pasada? El perro grande del vecino ladró muy fuerte. Yo te vi escondido, temblando debajo de un cubo de madera”.
El Gallo se puso rojo, ¡tan rojo como la cresta que llevaba en su cabeza! “¡Bueno, eso fue porque… estaba buscando un gusanito muy rico que se me perdió justo ahí debajo!”. Pero eso tampoco era verdad. Se había escondido porque el ladrido fuerte le dio un gran susto.
El Halcón sonrió con mucha amabilidad. No estaba enfadado. “Gallo, no pasa nada por tener miedo. Todos sentimos miedo a veces, hasta yo”, le dijo con cariño. “Pero la valentía de verdad no es gritar muy fuerte para que todos te oigan. Ser valiente de verdad es ayudar a tus amigos cuando más lo necesitan, aunque tengas un poquito de miedo”.
El Gallo se quedó callado y pensó en las palabras del Halcón. Eran muy sabias. El Halcón tenía razón. Gritar desde un lugar seguro era muy fácil. El Gallo sintió algo cálido y bueno crecer en su pecho. Ya no quería presumir. Ahora, lo que más quería era ser un buen amigo.
A la mañana siguiente, el Gallo se subió de nuevo a su poste. Respiró hondo, miró a todos sus amigos y cantó un “¡Kikirikí!” muy diferente. Era un canto alegre y amigable, un “¡buenos días a todos!”.
Y así, el Gallo aprendió que ser valiente no es hacer mucho ruido, sino estar cuando de verdad importa.
Los otros animales de la granja ya estaban acostumbrados. La vaca movía la cabeza, las ovejas seguían comiendo pasto y los cerditos jugaban felices en el lodo. No le hacían mucho caso. Pero en un árbol muy alto, un Halcón sabio lo observaba cada día. El Halcón escuchaba al Gallo gritar y gritar sobre lo valiente que era.
Un día, el Halcón decidió bajar a conversar con él. Voló en círculos y aterrizó con suavidad en la cerca, justo al lado del Gallo. “¡Hola, amigo Gallo!”, dijo el Halcón con una voz muy tranquila. “Te oigo cantar cada mañana. ¡Debes de ser muy, muy valiente!”.
El Gallo dio un saltito del susto al verlo tan cerca. ¡Un halcón era un pájaro muy grande! Pero enseguida, para no parecer asustado, infló su pecho todavía más. “¡Claro que sí! ¡Soy el más valiente de todos! ¡No le tengo miedo a nada de nada!”.
El Halcón ladeó la cabeza con curiosidad. “Qué bien. Pero ayer, cuando un zorro astuto se acercó a la granja, no te vi por ningún lado. ¿Dónde te habías metido?”.
El Gallo se puso muy nervioso. Sus plumas se erizaron un poquito. “Ah, ¡es que justo ayer me dolía un poco la garganta! Por eso no pude avisar”, dijo muy, muy rápido. Pero el Gallo no decía la verdad. Se había escondido porque el zorro le daba mucho miedo.
El Halcón asintió despacio. “Ya veo. ¿Y te acuerdas de la semana pasada? El perro grande del vecino ladró muy fuerte. Yo te vi escondido, temblando debajo de un cubo de madera”.
El Gallo se puso rojo, ¡tan rojo como la cresta que llevaba en su cabeza! “¡Bueno, eso fue porque… estaba buscando un gusanito muy rico que se me perdió justo ahí debajo!”. Pero eso tampoco era verdad. Se había escondido porque el ladrido fuerte le dio un gran susto.
El Halcón sonrió con mucha amabilidad. No estaba enfadado. “Gallo, no pasa nada por tener miedo. Todos sentimos miedo a veces, hasta yo”, le dijo con cariño. “Pero la valentía de verdad no es gritar muy fuerte para que todos te oigan. Ser valiente de verdad es ayudar a tus amigos cuando más lo necesitan, aunque tengas un poquito de miedo”.
El Gallo se quedó callado y pensó en las palabras del Halcón. Eran muy sabias. El Halcón tenía razón. Gritar desde un lugar seguro era muy fácil. El Gallo sintió algo cálido y bueno crecer en su pecho. Ya no quería presumir. Ahora, lo que más quería era ser un buen amigo.
A la mañana siguiente, el Gallo se subió de nuevo a su poste. Respiró hondo, miró a todos sus amigos y cantó un “¡Kikirikí!” muy diferente. Era un canto alegre y amigable, un “¡buenos días a todos!”.
Y así, el Gallo aprendió que ser valiente no es hacer mucho ruido, sino estar cuando de verdad importa.
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