El Príncipe Rana

El Príncipe Rana

por Hermanos Grimm

⏱️6 min3-4 añosPromesasAmabilidad
Había una vez, en un reino muy soleado, una princesa llamada Sofía a la que le encantaba jugar. Su juguete favorito no era una muñeca ni un castillo de juguete, sino una brillante pelota de oro que relucía como el sol. Un día, mientras jugaba cerca de un estanque profundo en el jardín del castillo, la pelota se le escapó de las manos, rodó por la hierba y… ¡PLOF! Cayó directamente al agua y se hundió.

La princesa Sofía se sentó en la orilla y comenzó a llorar. Sus lágrimas eran tan grandes como gotitas de lluvia. De repente, escuchó una vocecita que hacía "¡Croac! ¡Croac!". Levantó la vista y vio una pequeña rana verde con ojos saltones que la miraba desde una hoja de nenúfar.

“¿Por qué lloras, princesa?”, preguntó la rana.

“¡Oh, mi pelota de oro!”, sollozó Sofía. “Se ha caído al fondo del estanque y no la puedo alcanzar”.

La rana sonrió. “Yo puedo ayudarte”, dijo con su voz ronca. “Pero tienes que prometerme algo. Si te devuelvo tu pelota, ¿me dejarás ser tu amigo, comer de tu platito de oro y dormir en tu cómoda camita?”.

Sofía, que solo pensaba en su pelota, respondió rápidamente: “¡Sí, sí, te lo prometo todo!”.

La rana se zambulló en el agua y, al poco rato, salió con la pelota de oro en la boca. Se la entregó a la princesa, quien, loca de alegría, la agarró y corrió de vuelta al castillo, olvidándose por completo de su pequeña amiga verde.

Esa noche, mientras la princesa cenaba con su padre, el rey, escucharon un golpecito en la gran puerta del comedor. *Toc, toc, toc*. Un sirviente abrió y allí, en el umbral, estaba la pequeña rana.

“Princesa, he venido a cenar contigo, como prometiste”, dijo la rana.

Sofía se puso roja de la vergüenza. El rey, al ver su cara, le preguntó qué pasaba. Cuando Sofía le contó la historia, el rey dijo con voz seria pero amable: “Hija, una promesa es una promesa. Debes cumplir tu palabra”.

Con un suspiro, Sofía dejó que la rana subiera a la mesa. La ranita comió felizmente de su plato, haciendo ruiditos graciosos. Cuando llegó la hora de dormir, la rana saltó hacia ella. “Ahora, llévame a tu cuarto. Quiero dormir en tu almohada suave”.

A la princesa no le gustaba nada la idea de compartir su cama con una rana fría y húmeda. ¡Qué asco! Pero recordó las palabras de su padre. Con mucho cuidado, usando solo dos dedos, tomó a la rana y la llevó a su habitación, dejándola sobre la almohada.

Al ver a la ranita allí, tan pequeña y sola, Sofía sintió un poco de pena. Después de todo, había cumplido su parte del trato. Se inclinó y le dio un beso rápido y diminuto en su cabecita verde.

En ese instante, ¡POOF! Una luz brillante llenó la habitación. La rana desapareció y, en su lugar, apareció un príncipe alto y sonriente. “¡Gracias, princesa!”, dijo. “Un hechizo me convirtió en rana, y solo la promesa cumplida de una amiga podía romperlo”.

Desde ese día, el príncipe y la princesa se hicieron los mejores amigos del mundo, jugando juntos todos los días. Y la princesa aprendió que las promesas son para siempre, ¡incluso si se las haces a una rana!

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