
El Pájaro Grifón
Había una vez, en un reino muy alegre, una princesa llamada Ana que de repente perdió su risa. No quería jugar ni comer pastel de fresas. El rey, su papá, estaba muy preocupado. Los médicos reales dijeron: "Majestad, solo una pluma del increíble Pájaro Grifón puede curarla".
El Pájaro Grifón era una criatura mágica, mitad león y mitad águila, que vivía en la montaña más alta del mundo. ¡Era muy difícil llegar hasta allí! El rey ofreció un gran tesoro a quien trajera la pluma. Los hermanos mayores de Leo, que eran muy fuertes y presumidos, lo intentaron primero. "¡Será pan comido!", dijeron. Pero volvieron con las manos vacías y los zapatos rotos, quejándose de lo alto que estaba.
Entonces, el pequeño Leo, el hijo menor del rey, dijo: "Yo iré". Todos en el salón del trono se rieron. "¿Tú? ¡Pero si eres muy pequeño!", le dijeron sus hermanos. Pero a Leo no le importó. Tenía un corazón valiente y quería ver a su hermana sonreír de nuevo.
Leo preparó una pequeña mochila con una manzana y una botella de agua, y comenzó su viaje. Subió y subió la gran montaña, cantando una cancioncilla para no tener miedo. Finalmente, en la cima, encontró un nido gigante, ¡tan grande como una casa! Y allí estaba el Pájaro Grifón, con sus plumas doradas brillando bajo el sol. Era enorme, pero no parecía enojado, solo un poco gruñón.
"Hola, señor Grifón", dijo Leo con una vocecita valiente. "Mi hermana, la princesa Ana, está enferma. ¿Podría por favor darme una de sus plumas mágicas para curarla?". El Grifón se sorprendió. Nadie le había hablado con tanta amabilidad. Miró a Leo y luego a su nido.
"Hmmm", gruñó el Grifón. "Te daré una pluma, pero solo si me ayudas. ¡Mi nido se tambalea cada vez que sopla el viento y me mareo!". Leo miró el nido y vio que unas ramas grandes se habían soltado. "¡Claro que sí!", exclamó.
Con todas sus fuerzas, empujó y ajustó las ramas hasta que el nido quedó firme y seguro. ¡Ya no se movía ni un poquito! El Grifón, muy agradecido, se inclinó y con su pico arrancó suavemente una de sus plumas más brillantes. "Gracias, pequeño valiente. Aquí tienes", dijo con una voz que sonaba como el viento y las rocas. "Llévasela a tu hermana".
Leo bajó la montaña corriendo, con la pluma dorada en la mano. Llegó al palacio y fue directo a la habitación de la princesa. Suavemente, le hizo cosquillas en la nariz con la pluma. La princesa arrugó la nariz, abrió los ojos y… ¡Atchís! Soltó un estornudo tan grande que hizo volar las cortinas.
Y después del estornudo, soltó una carcajada, una risa clara y feliz que llenó todo el castillo. ¡La princesa Ana estaba curada! Todos vitorearon a Leo, el pequeño héroe. Y desde ese día, todos en el reino supieron que no importa cuán pequeño seas. Porque con un poco de valentía y un gran corazón, ¡todo se puede lograr!
El Pájaro Grifón era una criatura mágica, mitad león y mitad águila, que vivía en la montaña más alta del mundo. ¡Era muy difícil llegar hasta allí! El rey ofreció un gran tesoro a quien trajera la pluma. Los hermanos mayores de Leo, que eran muy fuertes y presumidos, lo intentaron primero. "¡Será pan comido!", dijeron. Pero volvieron con las manos vacías y los zapatos rotos, quejándose de lo alto que estaba.
Entonces, el pequeño Leo, el hijo menor del rey, dijo: "Yo iré". Todos en el salón del trono se rieron. "¿Tú? ¡Pero si eres muy pequeño!", le dijeron sus hermanos. Pero a Leo no le importó. Tenía un corazón valiente y quería ver a su hermana sonreír de nuevo.
Leo preparó una pequeña mochila con una manzana y una botella de agua, y comenzó su viaje. Subió y subió la gran montaña, cantando una cancioncilla para no tener miedo. Finalmente, en la cima, encontró un nido gigante, ¡tan grande como una casa! Y allí estaba el Pájaro Grifón, con sus plumas doradas brillando bajo el sol. Era enorme, pero no parecía enojado, solo un poco gruñón.
"Hola, señor Grifón", dijo Leo con una vocecita valiente. "Mi hermana, la princesa Ana, está enferma. ¿Podría por favor darme una de sus plumas mágicas para curarla?". El Grifón se sorprendió. Nadie le había hablado con tanta amabilidad. Miró a Leo y luego a su nido.
"Hmmm", gruñó el Grifón. "Te daré una pluma, pero solo si me ayudas. ¡Mi nido se tambalea cada vez que sopla el viento y me mareo!". Leo miró el nido y vio que unas ramas grandes se habían soltado. "¡Claro que sí!", exclamó.
Con todas sus fuerzas, empujó y ajustó las ramas hasta que el nido quedó firme y seguro. ¡Ya no se movía ni un poquito! El Grifón, muy agradecido, se inclinó y con su pico arrancó suavemente una de sus plumas más brillantes. "Gracias, pequeño valiente. Aquí tienes", dijo con una voz que sonaba como el viento y las rocas. "Llévasela a tu hermana".
Leo bajó la montaña corriendo, con la pluma dorada en la mano. Llegó al palacio y fue directo a la habitación de la princesa. Suavemente, le hizo cosquillas en la nariz con la pluma. La princesa arrugó la nariz, abrió los ojos y… ¡Atchís! Soltó un estornudo tan grande que hizo volar las cortinas.
Y después del estornudo, soltó una carcajada, una risa clara y feliz que llenó todo el castillo. ¡La princesa Ana estaba curada! Todos vitorearon a Leo, el pequeño héroe. Y desde ese día, todos en el reino supieron que no importa cuán pequeño seas. Porque con un poco de valentía y un gran corazón, ¡todo se puede lograr!
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