
El León Enamorado
Había una vez, en un bosque lleno de sol, un león llamado Leo. Leo tenía una melena brillante como los rayos del sol y unas patas fuertes y robustas. ¡Estaba muy orgulloso de ellas! Le encantaba correr por el bosque y dar su famoso rugido: ¡ROAR! A veces, cuando se emocionaba mucho, su fuerza le jugaba una mala pasada y empujaba las cosas sin querer. No era su intención, pero aún estaba aprendiendo a usar su gran poder de león con delicadeza.
Un día, mientras perseguía alegremente a una mariposa azul, escuchó la risa más bonita del mundo, sonaba como campanitas: ¡Tilín, tilín! Era Lía, la hija del leñador, que estaba haciendo un caminito con flores de colores. El corazón de Leo hizo ¡pum, pum, pum! de la emoción. "¡Qué simpática! ¡Quiero ser su amigo!", pensó con una gran sonrisa.
Leo se acercó despacito a la casa de Lía y habló con su papá. "Señor leñador", dijo con su voz más amable. "Me gustaría mucho jugar con Lía. Es muy alegre". El papá de Lía sonrió, porque vio que Leo era un león bueno y de gran corazón. "¡Claro que sí, Leo!", le dijo con cariño. "Solo recuerda que eres muy fuerte y Lía es pequeña. ¿Prometes usar tu fuerza de león con mucho cuidado para que jueguen seguros y se diviertan un montón?". "¡Lo prometo!", dijo Leo, muy decidido.
Al día siguiente, Leo fue a buscar a Lía para jugar. En medio del camino había un tronco grande que no los dejaba pasar. "¡Oh, no!", dijo Lía. "Quería hacer una carrera hasta el gran roble y ahora no podemos cruzar". Leo, recordando su promesa de ser cuidadoso, intentó mover el tronco empujándolo solo con la puntita de su nariz. ¡Pero el tronco ni se movió! Luego, intentó rugirle muy bajito para que el tronco se asustara y se fuera, pero solo le salió un ruidito que sonó a estornudo: "¡A-chís!".
Lía se rio con dulzura. "¡Leo, necesitas tu fuerza de león!", le dijo con una chispa en los ojos. "¡Inténtalo con tus patas fuertes! ¡No tengas miedo! Yo te ayudo a empujar desde mi lado". Leo dudó un momento, pero Lía le sonrió y le dio confianza. Así que Leo respiró hondo, apoyó bien sus patas robustas en la tierra y empujó el tronco con cuidado, pero con firmeza. ¡Poco a poco, el tronco se movió a un lado del camino! ¡Lo habían logrado juntos! "¡Bien hecho, Leo!", gritó Lía.
El papá de Lía los vio desde lejos y sonrió al verlos chocar los cinco, la manita pequeña de Lía contra la gran pata suave de Leo. Comprendió que Leo no necesitaba ser menos león, sino simplemente un león que sabe usar su gran corazón.
Leo y Lía se hicieron los mejores amigos. Jugaban a las carreras, a construir castillos de hojas y a rugir juntos al sol. Leo aprendió que su fuerza no era para esconderla, sino para compartirla con cuidado y amor, convirtiéndola en su mayor súper poder.
Porque tus dones especiales son para compartirlos, ¡no para esconderlos!
Un día, mientras perseguía alegremente a una mariposa azul, escuchó la risa más bonita del mundo, sonaba como campanitas: ¡Tilín, tilín! Era Lía, la hija del leñador, que estaba haciendo un caminito con flores de colores. El corazón de Leo hizo ¡pum, pum, pum! de la emoción. "¡Qué simpática! ¡Quiero ser su amigo!", pensó con una gran sonrisa.
Leo se acercó despacito a la casa de Lía y habló con su papá. "Señor leñador", dijo con su voz más amable. "Me gustaría mucho jugar con Lía. Es muy alegre". El papá de Lía sonrió, porque vio que Leo era un león bueno y de gran corazón. "¡Claro que sí, Leo!", le dijo con cariño. "Solo recuerda que eres muy fuerte y Lía es pequeña. ¿Prometes usar tu fuerza de león con mucho cuidado para que jueguen seguros y se diviertan un montón?". "¡Lo prometo!", dijo Leo, muy decidido.
Al día siguiente, Leo fue a buscar a Lía para jugar. En medio del camino había un tronco grande que no los dejaba pasar. "¡Oh, no!", dijo Lía. "Quería hacer una carrera hasta el gran roble y ahora no podemos cruzar". Leo, recordando su promesa de ser cuidadoso, intentó mover el tronco empujándolo solo con la puntita de su nariz. ¡Pero el tronco ni se movió! Luego, intentó rugirle muy bajito para que el tronco se asustara y se fuera, pero solo le salió un ruidito que sonó a estornudo: "¡A-chís!".
Lía se rio con dulzura. "¡Leo, necesitas tu fuerza de león!", le dijo con una chispa en los ojos. "¡Inténtalo con tus patas fuertes! ¡No tengas miedo! Yo te ayudo a empujar desde mi lado". Leo dudó un momento, pero Lía le sonrió y le dio confianza. Así que Leo respiró hondo, apoyó bien sus patas robustas en la tierra y empujó el tronco con cuidado, pero con firmeza. ¡Poco a poco, el tronco se movió a un lado del camino! ¡Lo habían logrado juntos! "¡Bien hecho, Leo!", gritó Lía.
El papá de Lía los vio desde lejos y sonrió al verlos chocar los cinco, la manita pequeña de Lía contra la gran pata suave de Leo. Comprendió que Leo no necesitaba ser menos león, sino simplemente un león que sabe usar su gran corazón.
Leo y Lía se hicieron los mejores amigos. Jugaban a las carreras, a construir castillos de hojas y a rugir juntos al sol. Leo aprendió que su fuerza no era para esconderla, sino para compartirla con cuidado y amor, convirtiéndola en su mayor súper poder.
Porque tus dones especiales son para compartirlos, ¡no para esconderlos!
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