
El Lobo y el Perro Flaco
Había una vez un lobo que se sentía un poco solo. Quería encontrar un amigo para jugar a las carreras por el campo. De pronto, vio a un perrito que jugaba cerca de su casa.
"¡Hola!", pensó el lobo. "¡Un nuevo amigo!". Pero al acercarse, vio que el perrito era muy, muy flaquito. "Oh...", dijo el lobo un poco decepcionado. "Pareces cansado. Así no podremos jugar una carrera divertida".
El perrito, que era pequeño pero muy astuto, movió su colita y le dijo con una vocecita alegre: "¡Señor Lobo, tienes razón! Pero es que hoy en mi casa hay una fiesta muy grande. ¡Una boda!".
Al lobo se le iluminaron los ojos. "¿Una fiesta?", preguntó con curiosidad.
"¡Sí!", continuó el perrito. "Habrá muchísima comida rica. Comeré pastel, pollito y un montón de cosas más. Si me dejas ir ahora, después tendré mucha energía. ¡Podremos jugar la mejor carrera del mundo!".
Al lobo le encantó la idea. "¡Qué buen plan!", dijo, imaginando lo divertido que sería. "De acuerdo, perrito listo. Ve a tu fiesta, come mucho y ponte fuerte. ¡Volveré en unos días para nuestro juego!".
El perrito corrió feliz a su casa. Y claro que hubo una gran fiesta. Comió, jugó con sus amigos y se divirtió un montón. Su pancita quedó llena y su corazón, muy contento.
Pasados unos días, el lobo, listo para jugar, volvió a la casa del perro. Lo buscó con la mirada y lo encontró descansando feliz en un balcón alto, tomando el sol.
"¡Oye, amiguito!", llamó el lobo desde abajo. "¡Ya estoy aquí! ¿Estás listo para nuestra carrera?".
El perrito abrió un ojo, sonrió y le contestó: "¡Claro que sí, señor Lobo! Pero la puerta está cerrada. Para entrar, tienes que hablar con mi amigo el portero. Él te abrirá".
El lobo miró hacia la puerta y vio al portero: un perro enorme y fuerte, que lo miraba con tranquilidad. El perro grande no gruñó, solo se quedó allí, muy quieto, protegiendo la entrada. Era su trabajo cuidar la casa y a su pequeño amigo.
El lobo entendió enseguida. Esa era una casa privada y no podía entrar sin ser invitado. Vio que el perrito estaba seguro y feliz con su amigo protector. Así que, en lugar de enfadarse, el lobo sonrió, levantó una patita para despedirse y se fue a buscar otros amigos con quienes jugar en el bosque.
El perrito se quedó muy contento en su balcón, sabiendo que en su casa siempre estaría a salvo.
Y recuerda: el mejor lugar para jugar es en casa, ¡y con amigos que te cuidan!
"¡Hola!", pensó el lobo. "¡Un nuevo amigo!". Pero al acercarse, vio que el perrito era muy, muy flaquito. "Oh...", dijo el lobo un poco decepcionado. "Pareces cansado. Así no podremos jugar una carrera divertida".
El perrito, que era pequeño pero muy astuto, movió su colita y le dijo con una vocecita alegre: "¡Señor Lobo, tienes razón! Pero es que hoy en mi casa hay una fiesta muy grande. ¡Una boda!".
Al lobo se le iluminaron los ojos. "¿Una fiesta?", preguntó con curiosidad.
"¡Sí!", continuó el perrito. "Habrá muchísima comida rica. Comeré pastel, pollito y un montón de cosas más. Si me dejas ir ahora, después tendré mucha energía. ¡Podremos jugar la mejor carrera del mundo!".
Al lobo le encantó la idea. "¡Qué buen plan!", dijo, imaginando lo divertido que sería. "De acuerdo, perrito listo. Ve a tu fiesta, come mucho y ponte fuerte. ¡Volveré en unos días para nuestro juego!".
El perrito corrió feliz a su casa. Y claro que hubo una gran fiesta. Comió, jugó con sus amigos y se divirtió un montón. Su pancita quedó llena y su corazón, muy contento.
Pasados unos días, el lobo, listo para jugar, volvió a la casa del perro. Lo buscó con la mirada y lo encontró descansando feliz en un balcón alto, tomando el sol.
"¡Oye, amiguito!", llamó el lobo desde abajo. "¡Ya estoy aquí! ¿Estás listo para nuestra carrera?".
El perrito abrió un ojo, sonrió y le contestó: "¡Claro que sí, señor Lobo! Pero la puerta está cerrada. Para entrar, tienes que hablar con mi amigo el portero. Él te abrirá".
El lobo miró hacia la puerta y vio al portero: un perro enorme y fuerte, que lo miraba con tranquilidad. El perro grande no gruñó, solo se quedó allí, muy quieto, protegiendo la entrada. Era su trabajo cuidar la casa y a su pequeño amigo.
El lobo entendió enseguida. Esa era una casa privada y no podía entrar sin ser invitado. Vio que el perrito estaba seguro y feliz con su amigo protector. Así que, en lugar de enfadarse, el lobo sonrió, levantó una patita para despedirse y se fue a buscar otros amigos con quienes jugar en el bosque.
El perrito se quedó muy contento en su balcón, sabiendo que en su casa siempre estaría a salvo.
Y recuerda: el mejor lugar para jugar es en casa, ¡y con amigos que te cuidan!
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