
La Liebre y el Erizo
Había una vez, en un campo bañado por el sol, una liebre muy, muy veloz. Le encantaba correr y, sobre todo, presumir de lo rápida que era. "¡Mis patas son las más rápidas del mundo!", decía a todos. Un domingo por la mañana, mientras estiraba sus largas patas, vio a un erizo que caminaba tranquilamente por el surco de un campo.
La liebre soltó una carcajada. "¿A dónde vas con esas patitas tan cortas?", se burló. "¡Seguro que tardas una eternidad en llegar!".
El erizo, que era muy calmado y astuto, la miró con sus ojitos brillantes. "No te burles, liebre. Aunque mis patas son cortas, apuesto a que puedo ganarte en una carrera".
La liebre no podía creer lo que oía. "¿Tú? ¿Ganarme a mí? ¡Jajajá! ¡Eso es imposible!". Pero la idea de una carrera fácil le pareció divertida. "¡Acepto! Correremos hasta el final de este campo. El que llegue primero, gana".
"Perfecto", dijo el erizo. "Solo necesito ir a casa a desayunar. Nos vemos aquí en media hora". La liebre, muy segura de sí misma, aceptó.
Pero el erizo no fue a desayunar. Corrió a su casa y le dijo a su esposa, que era idéntica a él: "Querida, la liebre presumida y yo vamos a hacer una carrera. Necesito tu ayuda. Quiero que vayas al final del campo y te escondas cerca de la meta. Cuando la veas llegar, simplemente te pones de pie y dices: '¡Ya estoy aquí!'".
La esposa del erizo sonrió, entendiendo el plan. "¡Qué idea tan astuta! Cuenta conmigo".
Media hora después, la liebre y el erizo estaban en la línea de salida. "¡Uno, dos y tres!", gritó la liebre y salió disparada como una flecha. El erizo solo corrió unos pocos pasos, se escondió en el surco y se quedó allí tranquilamente.
La liebre corría y corría, sintiendo el viento en sus orejas. Estaba a punto de llegar a la meta, orgullosa de su velocidad, cuando de repente vio al erizo (que en realidad era su esposa) de pie, fresco como una lechuga. "¡Ya estoy aquí!", le dijo la eriza con una sonrisa.
La liebre se quedó con la boca abierta. "¡No puede ser!", gritó, confundida. Pensando que había algún truco, exclamó: "¡Corramos de vuelta!". Y sin esperar respuesta, giró y corrió a toda velocidad hacia la línea de salida.
Al llegar, ¡sorpresa! El erizo original estaba allí, esperándola. "¡Ya estoy aquí!", dijo él.
La liebre estaba mareada y sin aliento. Varias veces corrió de un lado a otro, y cada vez que llegaba, un erizo ya la estaba esperando. Finalmente, la liebre, completamente agotada, se desplomó en mitad del campo y no pudo dar un paso más. El erizo se acercó caminando lentamente y le dijo con amabilidad: "Lo ves, liebre, no hay que burlarse de nadie".
Y desde ese día, la liebre aprendió una gran lección. Porque como dijo el erizo: **"Más vale maña que velocidad, y nunca te rías de los demás"**.
La liebre soltó una carcajada. "¿A dónde vas con esas patitas tan cortas?", se burló. "¡Seguro que tardas una eternidad en llegar!".
El erizo, que era muy calmado y astuto, la miró con sus ojitos brillantes. "No te burles, liebre. Aunque mis patas son cortas, apuesto a que puedo ganarte en una carrera".
La liebre no podía creer lo que oía. "¿Tú? ¿Ganarme a mí? ¡Jajajá! ¡Eso es imposible!". Pero la idea de una carrera fácil le pareció divertida. "¡Acepto! Correremos hasta el final de este campo. El que llegue primero, gana".
"Perfecto", dijo el erizo. "Solo necesito ir a casa a desayunar. Nos vemos aquí en media hora". La liebre, muy segura de sí misma, aceptó.
Pero el erizo no fue a desayunar. Corrió a su casa y le dijo a su esposa, que era idéntica a él: "Querida, la liebre presumida y yo vamos a hacer una carrera. Necesito tu ayuda. Quiero que vayas al final del campo y te escondas cerca de la meta. Cuando la veas llegar, simplemente te pones de pie y dices: '¡Ya estoy aquí!'".
La esposa del erizo sonrió, entendiendo el plan. "¡Qué idea tan astuta! Cuenta conmigo".
Media hora después, la liebre y el erizo estaban en la línea de salida. "¡Uno, dos y tres!", gritó la liebre y salió disparada como una flecha. El erizo solo corrió unos pocos pasos, se escondió en el surco y se quedó allí tranquilamente.
La liebre corría y corría, sintiendo el viento en sus orejas. Estaba a punto de llegar a la meta, orgullosa de su velocidad, cuando de repente vio al erizo (que en realidad era su esposa) de pie, fresco como una lechuga. "¡Ya estoy aquí!", le dijo la eriza con una sonrisa.
La liebre se quedó con la boca abierta. "¡No puede ser!", gritó, confundida. Pensando que había algún truco, exclamó: "¡Corramos de vuelta!". Y sin esperar respuesta, giró y corrió a toda velocidad hacia la línea de salida.
Al llegar, ¡sorpresa! El erizo original estaba allí, esperándola. "¡Ya estoy aquí!", dijo él.
La liebre estaba mareada y sin aliento. Varias veces corrió de un lado a otro, y cada vez que llegaba, un erizo ya la estaba esperando. Finalmente, la liebre, completamente agotada, se desplomó en mitad del campo y no pudo dar un paso más. El erizo se acercó caminando lentamente y le dijo con amabilidad: "Lo ves, liebre, no hay que burlarse de nadie".
Y desde ese día, la liebre aprendió una gran lección. Porque como dijo el erizo: **"Más vale maña que velocidad, y nunca te rías de los demás"**.
Cuentos que te pueden gustar
Descubre historias similares llenas de aventuras y enseñanzas