El Perro y el Lobo

El Perro y el Lobo

por Esopo

⏱️4 min3-4 añosLibertadAmistad
Había una vez un lobo muy simpático que vivía en un gran bosque. A veces, su pancita hacía un ruidito: “¡Grrr!”, porque tenía un poquito de hambre. Un día, mientras olfateaba buscando bayas dulces, vio a un perrito que venía del pueblo.

¡Qué perrito tan alegre! Estaba bien llenito, su pelo brillaba y su colita se movía como un abanico, de un lado para otro. ¡Estaba súper contento!

“¡Hola!”, le dijo el lobo con una sonrisa curiosa. “Se te ve muy feliz. ¿Cuál es tu secreto para tener la pancita siempre llena?”. El perrito se rio. “¡Es fácil! Vivo en esa casita de allí. Mis humanos me cuidan, me dan comida rica en un plato y me dejan dormir en una camita muy suave”.

¡Al lobo le brillaron los ojos! ¡Una camita suave sonaba genial! “¿Y qué tienes que hacer para tener todo eso?”, preguntó muy interesado. “¡Solo jugar con los niños, darles muchos besitos y mover la cola cuando están contentos! ¡Es lo mejor! Si quieres, puedes venir. ¡Seguro que te quieren también!”.

La idea le encantó al lobo. ¡Adiós a la pancita ruidosa! Antes de ir hacia la casa, se pusieron a jugar un ratito. Corrieron en círculos, persiguiendo sus colas, y rodaron por la hierba suave. ¡Se reían a su manera y se hicieron muy amigos!

Mientras descansaban, el lobo vio algo muy bonito en el cuello de su nuevo amigo. “Oye, ¿qué es esa cosa que llevas ahí?”.

“¡Ah, es mi collar!”, respondió el perrito, muy orgulloso. “Y cuando salimos a pasear, me ponen una correa para que caminemos juntos y no me vaya corriendo solo. ¡Así estoy más seguro!”.

El lobo se detuvo e inclinó la cabeza, pensando mucho. ¿Una correa? Él estaba acostumbrado a correr libre por todo el bosque, a trepar colinas para ver el sol y a visitar a sus amigos los conejos cuando le apetecía. Con una correa, no podría ir a donde su nariz curiosa le llevara.

“Tu vida en la casa suena muy divertida y calentita, amigo perro”, dijo el lobo amablemente. “Pero creo que a mí me gusta más mi propio juego: correr libre por el bosque y descubrir sorpresas cada día”.

El perrito lo entendió y le ladró un “¡adiós!” amistoso. Sabía que seguirían siendo amigos, aunque vivieran en lugares distintos. El lobo se despidió con la pata y trotó de vuelta al bosque, sintiéndose feliz con su elección.

Porque para ser feliz, cada uno tiene que encontrar su lugar especial. ¡Y está muy bien ser diferentes!

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