
El Pescador y su Mujer
Había una vez, junto al mar azul y brillante, un pescador llamado Pedro que vivía con su esposa, Lola, en una casita pequeña pero muy acogedora. Todas las mañanas, Pedro salía en su bote a pescar, mientras Lola cuidaba de su hogar con una sonrisa.
Un día, la caña de pescar de Pedro se dobló con fuerza. "¡Qué pez tan grande!", pensó. Al sacarlo del agua, vio que era un pez dorado que brillaba como el sol. Para su sorpresa, el pez le habló: "¡Hola, buen pescador! Por favor, déjame volver al mar. Soy un pez mágico y si me liberas, te concederé un deseo". Pedro, que era un hombre de buen corazón, lo soltó sin pedir nada a cambio y volvió a casa feliz por haber ayudado.
Cuando le contó a Lola lo que había pasado, ella abrió los ojos con asombro. "¡Un pez mágico! ¡Qué maravilla, Pedro! ¿Te imaginas? Podríamos pedirle una casa un poco más grande, con un jardín lleno de flores. ¿Crees que podrías volver y pedírselo, por favor?". A Pedro la idea le pareció un poco excesiva, pero para ver a Lola feliz, fue a la orilla del mar y llamó: "¡Pez mágico, pez brillante, ven a escucharme un instante!".
El pez apareció y le preguntó: "¿Qué desea tu esposa?". Pedro, con un poco de timidez, le contó que Lola quería una casa más bonita. "Vuelve a casa", dijo el pez. "Su deseo está cumplido". Y al llegar, encontró una casa preciosa con un jardín lleno de rosas y girasoles.
Estuvieron muy contentos, pero solo por unos días. Pronto, Lola dijo con entusiasmo: "¡Esta casa es un sueño! Y me hizo pensar... ¿te imaginas vivir en un castillo de cuento, con torres altas y amables ayudantes? ¡Sería como ser una reina!". Pedro suspiró. "Lola, creo que eso es demasiado". Pero la ilusión de Lola era tan grande que Pedro no pudo decirle que no.
De nuevo, fue al mar, que ahora estaba un poco más oscuro y agitado. Llamó al pez y le pidió el castillo. "Vuelve a casa", dijo el pez. Y al regresar, en lugar de la casa, había un castillo enorme. Lola llevaba un vestido precioso y un sombrero brillante como una corona.
Pero la alegría duró aún menos. Una mañana, Lola, sentada en una silla dorada muy especial, suspiró: "Ser la dueña de este castillo es maravilloso, pero... sueño con algo más. ¡Quisiera ser tan poderosa como la Reina del mundo entero! Pedirle al sol que brille más fuerte y a la luna que salga a jugar cuando yo quiera".
Pedro se preocupó de verdad. "¡Eso es imposible, Lola! No podemos pedir tanto". Pero la emoción de Lola era tan desbordante que Pedro, con el corazón inquieto, fue por última vez al mar. El cielo estaba cubierto de nubes grises y las olas chocaban con más fuerza. Con voz temblorosa, llamó al pez.
"¿Y ahora qué desea?", preguntó el pez, con una voz muy profunda y seria.
"Quiere... quiere ser como la Reina del mundo entero", susurró Pedro.
El pez mágico lo miró con calma y dijo solo una cosa: "Vuelve a casa".
Pedro corrió de regreso y vio que el castillo había desaparecido. La casa bonita también. Allí, junto al mar, estaba su misma casita pequeña y acogedora de antes. Lola estaba sentada en la puerta, mirando el mar tranquilo. Al ver a Pedro, sonrió y le dio un gran abrazo. "Nuestra casita es el lugar más bonito del mundo", dijo en voz baja. Ya no necesitaba castillos ni sombreros brillantes.
Y desde ese día, ambos recordaron la lección. Porque la verdadera felicidad no está en querer siempre más, sino en sonreír y disfrutar juntos de las pequeñas cosas que ya tienes.
Un día, la caña de pescar de Pedro se dobló con fuerza. "¡Qué pez tan grande!", pensó. Al sacarlo del agua, vio que era un pez dorado que brillaba como el sol. Para su sorpresa, el pez le habló: "¡Hola, buen pescador! Por favor, déjame volver al mar. Soy un pez mágico y si me liberas, te concederé un deseo". Pedro, que era un hombre de buen corazón, lo soltó sin pedir nada a cambio y volvió a casa feliz por haber ayudado.
Cuando le contó a Lola lo que había pasado, ella abrió los ojos con asombro. "¡Un pez mágico! ¡Qué maravilla, Pedro! ¿Te imaginas? Podríamos pedirle una casa un poco más grande, con un jardín lleno de flores. ¿Crees que podrías volver y pedírselo, por favor?". A Pedro la idea le pareció un poco excesiva, pero para ver a Lola feliz, fue a la orilla del mar y llamó: "¡Pez mágico, pez brillante, ven a escucharme un instante!".
El pez apareció y le preguntó: "¿Qué desea tu esposa?". Pedro, con un poco de timidez, le contó que Lola quería una casa más bonita. "Vuelve a casa", dijo el pez. "Su deseo está cumplido". Y al llegar, encontró una casa preciosa con un jardín lleno de rosas y girasoles.
Estuvieron muy contentos, pero solo por unos días. Pronto, Lola dijo con entusiasmo: "¡Esta casa es un sueño! Y me hizo pensar... ¿te imaginas vivir en un castillo de cuento, con torres altas y amables ayudantes? ¡Sería como ser una reina!". Pedro suspiró. "Lola, creo que eso es demasiado". Pero la ilusión de Lola era tan grande que Pedro no pudo decirle que no.
De nuevo, fue al mar, que ahora estaba un poco más oscuro y agitado. Llamó al pez y le pidió el castillo. "Vuelve a casa", dijo el pez. Y al regresar, en lugar de la casa, había un castillo enorme. Lola llevaba un vestido precioso y un sombrero brillante como una corona.
Pero la alegría duró aún menos. Una mañana, Lola, sentada en una silla dorada muy especial, suspiró: "Ser la dueña de este castillo es maravilloso, pero... sueño con algo más. ¡Quisiera ser tan poderosa como la Reina del mundo entero! Pedirle al sol que brille más fuerte y a la luna que salga a jugar cuando yo quiera".
Pedro se preocupó de verdad. "¡Eso es imposible, Lola! No podemos pedir tanto". Pero la emoción de Lola era tan desbordante que Pedro, con el corazón inquieto, fue por última vez al mar. El cielo estaba cubierto de nubes grises y las olas chocaban con más fuerza. Con voz temblorosa, llamó al pez.
"¿Y ahora qué desea?", preguntó el pez, con una voz muy profunda y seria.
"Quiere... quiere ser como la Reina del mundo entero", susurró Pedro.
El pez mágico lo miró con calma y dijo solo una cosa: "Vuelve a casa".
Pedro corrió de regreso y vio que el castillo había desaparecido. La casa bonita también. Allí, junto al mar, estaba su misma casita pequeña y acogedora de antes. Lola estaba sentada en la puerta, mirando el mar tranquilo. Al ver a Pedro, sonrió y le dio un gran abrazo. "Nuestra casita es el lugar más bonito del mundo", dijo en voz baja. Ya no necesitaba castillos ni sombreros brillantes.
Y desde ese día, ambos recordaron la lección. Porque la verdadera felicidad no está en querer siempre más, sino en sonreír y disfrutar juntos de las pequeñas cosas que ya tienes.
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