
Las Ranas Pidiendo Rey
En una charca muy bonita vivían muchas ranitas. ¡Eran muy, muy felices! Pasaban el día entero jugando. Saltaban de hoja en hoja, cantaban alegres canciones a la luna y se escondían entre las plantas. ¡Croac, croac! ¡Qué vida tan divertida!
Pero un día, a una rana se le ocurrió una idea. 'Oigan todas', dijo. '¡No tenemos un rey! ¡Necesitamos a alguien que nos diga qué hacer!'. A las demás ranas les pareció una idea fantástica. ¡Un rey solo para ellas! Se juntaron en la orilla y gritaron con todas sus fuerzas: '¡Queremos un rey! ¡Por favor, queremos un rey!'.
El Gran Espíritu del Cielo las escuchó desde una nube. De repente, se oyó un gran ¡PLOF! Algo pesado cayó en la charca e hizo una ola gigante. Las ranitas abrieron sus ojos muy, muy grandes y, con el corazón latiendo rápido, se zambulleron para esconderse bajo las hojas. ¡Qué susto!
Cuando todo estuvo en calma, una ranita valiente asomó la cabeza. ¡Su nuevo rey era un gran tronco de madera! El tronco flotaba quieto y no decía nada. Poco a poco, las ranas perdieron el miedo y descubrieron que era muy divertido. ¡Era el mejor tobogán! Se deslizaban y reían. También se subían a su lomo para tomar el sol. ¡Qué buen rey de madera!
Pero después de unos días, se aburrieron de su rey silencioso. '¡Qué rey más soso!', se quejaba una. 'No nos da órdenes ni nos dice cosas importantes', contestaba otra. '¡Queremos un rey de verdad, uno que se mueva y nos gobierne!'.
Así que, muy decididas, volvieron a juntarse para gritar todavía más fuerte: '¡Este rey de madera no nos gusta! ¡Queremos un rey de verdad!'. El Gran Espíritu suspiró. 'Estaban tan felices solas…', pensó. 'Pero si insisten, tendrán lo que piden'.
Entonces, una enorme garza aterrizó en la charca. Tenía patas muy flacas y un pico larguísimo. Miró a todas las ranas con sus ojos pequeños y brillantes. 'He oído que necesitaban un rey', dijo con una voz mandona. 'Pues aquí estoy. ¡Y a partir de ahora, se hará lo que yo diga!'.
La vida en la charca cambió por completo. '¡Silencio!', ordenaba la garza. '¡Se acabaron las canciones y los saltos!'. Si alguna rana intentaba jugar, la garza corría y le daba un pequeño picotazo. ¡Ay! Las ranitas ya no sonreían. Sus boquitas se pusieron tristes, como una línea hacia abajo. Una ranita lloró una lagrimita que cayó al agua.
Las pobres ranas se escondían de la garza, muy arrepentidas. Susurraban bajito: 'Cómo extrañamos a nuestro rey tronco. Con él sí podíamos jugar y reír'. Se dieron cuenta de que tener un rey mandón no era nada divertido.
Y así aprendieron que no hay mejor rey que la libertad para jugar y ser felices.
Pero un día, a una rana se le ocurrió una idea. 'Oigan todas', dijo. '¡No tenemos un rey! ¡Necesitamos a alguien que nos diga qué hacer!'. A las demás ranas les pareció una idea fantástica. ¡Un rey solo para ellas! Se juntaron en la orilla y gritaron con todas sus fuerzas: '¡Queremos un rey! ¡Por favor, queremos un rey!'.
El Gran Espíritu del Cielo las escuchó desde una nube. De repente, se oyó un gran ¡PLOF! Algo pesado cayó en la charca e hizo una ola gigante. Las ranitas abrieron sus ojos muy, muy grandes y, con el corazón latiendo rápido, se zambulleron para esconderse bajo las hojas. ¡Qué susto!
Cuando todo estuvo en calma, una ranita valiente asomó la cabeza. ¡Su nuevo rey era un gran tronco de madera! El tronco flotaba quieto y no decía nada. Poco a poco, las ranas perdieron el miedo y descubrieron que era muy divertido. ¡Era el mejor tobogán! Se deslizaban y reían. También se subían a su lomo para tomar el sol. ¡Qué buen rey de madera!
Pero después de unos días, se aburrieron de su rey silencioso. '¡Qué rey más soso!', se quejaba una. 'No nos da órdenes ni nos dice cosas importantes', contestaba otra. '¡Queremos un rey de verdad, uno que se mueva y nos gobierne!'.
Así que, muy decididas, volvieron a juntarse para gritar todavía más fuerte: '¡Este rey de madera no nos gusta! ¡Queremos un rey de verdad!'. El Gran Espíritu suspiró. 'Estaban tan felices solas…', pensó. 'Pero si insisten, tendrán lo que piden'.
Entonces, una enorme garza aterrizó en la charca. Tenía patas muy flacas y un pico larguísimo. Miró a todas las ranas con sus ojos pequeños y brillantes. 'He oído que necesitaban un rey', dijo con una voz mandona. 'Pues aquí estoy. ¡Y a partir de ahora, se hará lo que yo diga!'.
La vida en la charca cambió por completo. '¡Silencio!', ordenaba la garza. '¡Se acabaron las canciones y los saltos!'. Si alguna rana intentaba jugar, la garza corría y le daba un pequeño picotazo. ¡Ay! Las ranitas ya no sonreían. Sus boquitas se pusieron tristes, como una línea hacia abajo. Una ranita lloró una lagrimita que cayó al agua.
Las pobres ranas se escondían de la garza, muy arrepentidas. Susurraban bajito: 'Cómo extrañamos a nuestro rey tronco. Con él sí podíamos jugar y reír'. Se dieron cuenta de que tener un rey mandón no era nada divertido.
Y así aprendieron que no hay mejor rey que la libertad para jugar y ser felices.
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