
El Porquerizo
Había una vez un príncipe muy bueno que quería ser amigo de una princesa. A la princesa le encantaban los juguetes nuevos y brillantes, ¡cuanto más ruidosos, mejor!
El príncipe le envió un regalo desde su jardín: una rosa que olía tan bien que te hacía sonreír al instante. Pero la princesa arrugó la nariz y dijo: "Uf, es una flor de verdad. ¡Yo quería un juguete!".
Después, le envió un pajarito que cantaba las melodías más dulces del mundo. Pero la princesa se cruzó de brazos. "Mis juguetes musicales cantan cuando yo aprieto un botón", dijo, y dejó que el pajarito se fuera volando.
El príncipe se puso un poco triste, pero luego se le ocurrió una idea divertida. Se disfrazó con ropa de granjero y se pintó unas manchitas de barro en la cara. ¡Nadie lo reconoció! Fue al palacio y consiguió un trabajo muy especial: ser el cuidador de los cerditos del rey. ¡Ahora era el porquerizo, y se hizo amigo de todos los cerditos rosados!
Un día, el príncipe-porquerizo construyó una ollita mágica. Cuando el agua hervía, ¡tocaba una melodía muy alegre! La princesa la escuchó desde su ventana y corrió a verlo. "¡Qué juguete tan genial! ¡Lo quiero!", exclamó con una gran sonrisa. El porquerizo le respondió con amabilidad: "Te la cambio por un abrazo". La princesa, feliz, le dio un abrazo fuerte y se llevó su olla musical.
Al día siguiente, construyó un sonajero de colores que, al girarlo, ¡tocaba música para bailar! La princesa lo vio y empezó a dar saltitos de alegría. "¡Ese también lo quiero!", dijo riendo. "Claro", contestó el porquerizo. "Este te lo cambio por otro abrazo".
Mientras la princesa le daba el segundo abrazo, el príncipe se limpió el barro de la cara. ¡La princesa abrió mucho los ojos! "¡Eres tú! ¡El príncipe!", dijo muy sorprendida y contenta.
El príncipe sonrió y le dijo: "La rosa y el pajarito también eran regalos míos, pero no te gustaron. En cambio, mis juguetes te encantaron. Pero, ¿sabes cuál es el mejor regalo de todos? Un abrazo. Porque se da con el corazón".
La princesa lo entendió todo. ¡Un abrazo de un amigo era mucho mejor que cualquier juguete brillante! Y desde ese día, se hicieron los mejores amigos del mundo.
Y recuerda: las cosas más bonitas no se compran, ¡se sienten con el corazón!
El príncipe le envió un regalo desde su jardín: una rosa que olía tan bien que te hacía sonreír al instante. Pero la princesa arrugó la nariz y dijo: "Uf, es una flor de verdad. ¡Yo quería un juguete!".
Después, le envió un pajarito que cantaba las melodías más dulces del mundo. Pero la princesa se cruzó de brazos. "Mis juguetes musicales cantan cuando yo aprieto un botón", dijo, y dejó que el pajarito se fuera volando.
El príncipe se puso un poco triste, pero luego se le ocurrió una idea divertida. Se disfrazó con ropa de granjero y se pintó unas manchitas de barro en la cara. ¡Nadie lo reconoció! Fue al palacio y consiguió un trabajo muy especial: ser el cuidador de los cerditos del rey. ¡Ahora era el porquerizo, y se hizo amigo de todos los cerditos rosados!
Un día, el príncipe-porquerizo construyó una ollita mágica. Cuando el agua hervía, ¡tocaba una melodía muy alegre! La princesa la escuchó desde su ventana y corrió a verlo. "¡Qué juguete tan genial! ¡Lo quiero!", exclamó con una gran sonrisa. El porquerizo le respondió con amabilidad: "Te la cambio por un abrazo". La princesa, feliz, le dio un abrazo fuerte y se llevó su olla musical.
Al día siguiente, construyó un sonajero de colores que, al girarlo, ¡tocaba música para bailar! La princesa lo vio y empezó a dar saltitos de alegría. "¡Ese también lo quiero!", dijo riendo. "Claro", contestó el porquerizo. "Este te lo cambio por otro abrazo".
Mientras la princesa le daba el segundo abrazo, el príncipe se limpió el barro de la cara. ¡La princesa abrió mucho los ojos! "¡Eres tú! ¡El príncipe!", dijo muy sorprendida y contenta.
El príncipe sonrió y le dijo: "La rosa y el pajarito también eran regalos míos, pero no te gustaron. En cambio, mis juguetes te encantaron. Pero, ¿sabes cuál es el mejor regalo de todos? Un abrazo. Porque se da con el corazón".
La princesa lo entendió todo. ¡Un abrazo de un amigo era mucho mejor que cualquier juguete brillante! Y desde ese día, se hicieron los mejores amigos del mundo.
Y recuerda: las cosas más bonitas no se compran, ¡se sienten con el corazón!
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