El Principito en el Planeta del Zorro

El Principito en el Planeta del Zorro

por Antoine de Saint-Exupéry

⏱️3 min3-4 añosAmistadAmor
En un lugar muy, muy pequeño vivía un niño vestido de capa, con una gran sonrisa y una flor pequeñita que cuidaba con mucho cariño. Cada mañana, el niño saludaba al sol y soñaba con viajes a estrellas brillantes.

El niño vivía en un planeta tan pequeño que, al estirarse, podía tocar el cielo. Allí, tenía tres volcanes diminutos: uno dormido que descansaba como un oso, otro activo que silbaba un vapor suave y un volcán apagado que era un amigo tranquilo. Cada mañana, el niño barría la ceniza con un rastrillo de madera y ventilaba el volcán activo para que no se atragantara. Pero lo más querido era su flor rosada, delicada como un suspiro. Con paciencia, el niño hablaba a su flor y le cantaba canciones de sol, así nunca se sentía solo.

Un día, el niño decidió visitar otras estrellas. Subió a su cohete de papel y encendió las luces de colores. Voló por un cielo de terciopelo oscuro, lleno de puntitos brillantes que parpadeaban como luciérnagas. Pasó junto a un planeta verde que giraba despacio, luego rozó una luna naranja que contaba cuentos con ecos suaves. En el camino, saludó a una lluvia de estrellas fugaces y deseó que su viaje fuera divertido. Aunque el espacio era inmenso y lleno de risas lejanas, el niño extrañaba su flor y sus volcanes. Entonces, apuntó al destino donde esperaba encontrar un nuevo amigo.

Al aterrizar, vio un campo lleno de flores amarillas. Allí vivía un zorro gris, curioso y juguetón. El zorro se acercó con pasos suaves y miró al niño con ojos listos. «¿Quién eres?», preguntó. El niño sonrió y dijo: «Soy un viajero que busca compañía». El zorro barrió la tierra con su cola y luego propuso un juego. «Si me dejas acercarme poco a poco, aprenderás mi secreto». El niño asintió y el zorro empezó la danza del tiempo amigo.

Cada amanecer, el niño se sentaba en la hierba y el zorro se acercaba un paso más. Jugaron al escondite entre las flores y contaron historias de estrellas. El zorro le enseñó que las cosas importantes se sienten con el corazón, no se ven con los ojos. El niño entendió que su flor y su amigo eran únicos porque invertía tiempo en ellos. Al pasar los días, su amistad creció con risas, cuidado y un fuerte abrazo al atardecer.

Pronto llegó el momento de regresar. El niño miró al zorro con tristeza y el zorro ladeó su cabeza. «La despedida es triste», dijo el niño. «Lo sé», respondió el zorro, «pero cada adiós hace que el reencuentro sea más dulce». El niño acarició el suave pelaje del zorro y prometió volver. Subió a su cohete y saludó con la mano. El zorro agitó la cola y vio cómo el niño volaba hacia su planeta.

De vuelta en su mundo diminuto, el niño cuidó de sus volcanes y conversó con su flor. Ahora sabía que la amistad y el amor nacen de pequeños gestos y tiempo compartido. Y cada noche, miraba al cielo y sonreía, sabiendo que nunca estaba realmente solo.

Y desde entonces, todos supieron que lo más bonito se siente con el corazón.