El Príncipe Malvado

El Príncipe Malvado

por Hans Christian Andersen

⏱️4 min3-4 añosCompartirAmistad
Había una vez un príncipe que tenía muchísimos juguetes. Su cuarto era gigante, lleno de pelotas, coches y bloques de todos los colores. Pero el príncipe se sentía solo porque no le gustaba compartir. Si veía a otro niño con un juguete, lo quería solo para él. Su palabra favorita era una muy egoísta: "¡Mío!".

Un día, mirando por la ventana, se sintió triste. Tenía todos los juguetes del mundo, pero no era feliz. "¡Quiero el sol para mí! ¡Y la luna también!", pensó con enfado. Pero sabía que no podía tenerlos, y eso lo hacía sentir aún más solo.

De repente, una lucecita brillante apareció en su habitación. ¡Era un hada mágica! Con una voz que sonaba como campanitas, le dijo: "He escuchado tu deseo. El cielo es de todos, y compartirlo lo hace más bonito. Para que lo entiendas, te mostraré un secreto".

El hada sopló un polvito de estrellas que hizo cosquillas al príncipe. ¡Zas! Se convirtió en una pequeña y zumbadora abeja. No tuvo miedo, sentía mucha curiosidad por sus nuevas alitas.

Como abeja, voló a un jardín lleno de flores. Allí vio a muchas otras abejas trabajando juntas. Compartían el dulce néctar de las flores para hacer una miel deliciosa para todas. Ninguna decía "¡Esta flor es mía!". Al verlas tan unidas, el príncipe abeja sintió una chispita de alegría en su corazón.

Luego voló a un parque y vio a unos niños jugando en la arena. Se pasaban la pala y el cubo, riendo mientras construían un gran castillo juntos. ¡Se divertían mucho más que él solo en su cuarto! Su corazoncito de abeja se sintió cálido y muy feliz. ¡Ahora lo entendía todo!

En ese instante, el polvo de estrellas brilló de nuevo y ¡zas!, volvió a ser un príncipe. Ya no se sentía triste ni solo. ¡Se sentía feliz y con ganas de compartir! Corrió a su cuarto de juguetes, abrió las puertas de par en par y gritó con una gran sonrisa: "¡Amigos, vengan todos a jugar!".

Ver a sus amigos reír con sus juguetes fue el mejor regalo. Descubrió que la verdadera magia era compartir la alegría. Y así, su nueva palabra favorita ya no fue "¡Mío!". Su nueva palabra favorita fue una mucho más bonita: "¡Nuestro!".

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