
La Ninfa del Estanque
Había una vez, al lado de un arroyo que cantaba al correr, un molino de agua muy alegre. En la casita del molino vivían un joven llamado León y su esposa, Lina. Eran muy felices juntos. A León le encantaba sentarse a la orilla del estanque que formaba el arroyo y tocar su flauta. La música volaba sobre el agua y hacía bailar a las libélulas.
Un día, mientras León tocaba la melodía más dulce que conocía, algo mágico sucedió. Del centro del estanque, surgió una ninfa de agua. Tenía el pelo largo y verde como las algas y ojos que brillaban como dos gotitas de rocío. Era Ondina, la guardiana del estanque. A Ondina le fascinaba la música de León, pero se sentía muy sola en su palacio de cristal bajo el agua.
"¡Qué música tan bonita!", pensó Ondina. "¡Quisiera que tocara para mí todo el tiempo!". Y con un movimiento rápido y juguetón, una ola suave rodeó a León y, ¡zas!, lo llevó con ella al fondo del estanque. No fue con maldad, solo quería un amigo con quien compartir sus tesoros de perlas y caracolas.
Cuando Lina vio que León no volvía, se preocupó mucho. Lo buscó por todas partes, llamando: "¡León! ¿Dónde estás?". Pero solo el viento le respondía susurrando entre los árboles. Lina se sentó muy triste a la orilla del estanque, con el corazón encogido.
Pasaron los días, y Lina no perdía la esperanza. Recordó la canción especial que ella y León siempre cantaban juntos. Con toda la fuerza de su amor, se acercó al agua y empezó a cantar. Su voz, clara y llena de cariño, viajó hacia las profundidades.
Allá abajo, en el palacio brillante, León estaba distraído mirando a los peces de colores, pero extrañaba mucho a Lina. De pronto, escuchó la canción. ¡Era la voz de Lina! Su corazón dio un brinco de alegría. "Esa es mi Lina", le dijo a la ninfa. "Debo volver con ella".
Ondina vio la emoción en los ojos de León y comprendió que el amor verdadero no se puede encerrar. Se dio cuenta de que tener un amigo no significaba quedárselo para ella sola. Con una sonrisa un poco triste pero comprensiva, ayudó a León a subir a la superficie.
¡León apareció en la orilla, sano y salvo! Lina corrió y le dio el abrazo más grande del mundo. Ondina asomó su cabeza y dijo con una vocecita tímida: "Perdón, solo estaba sola".
León y Lina le sonrieron. "No tienes por qué estar sola", dijo Lina amablemente. "Puedes ser nuestra amiga. Ven a escuchar la música de León siempre que quieras".
Desde ese día, Ondina nunca más se sintió sola. Cada tarde, León tocaba su flauta junto al estanque, Lina cantaba a su lado y la ninfa danzaba feliz en el agua, rodeada de burbujas brillantes.
Y recuerda siempre: **Compartir la alegría la hace más grande todavía.**
Un día, mientras León tocaba la melodía más dulce que conocía, algo mágico sucedió. Del centro del estanque, surgió una ninfa de agua. Tenía el pelo largo y verde como las algas y ojos que brillaban como dos gotitas de rocío. Era Ondina, la guardiana del estanque. A Ondina le fascinaba la música de León, pero se sentía muy sola en su palacio de cristal bajo el agua.
"¡Qué música tan bonita!", pensó Ondina. "¡Quisiera que tocara para mí todo el tiempo!". Y con un movimiento rápido y juguetón, una ola suave rodeó a León y, ¡zas!, lo llevó con ella al fondo del estanque. No fue con maldad, solo quería un amigo con quien compartir sus tesoros de perlas y caracolas.
Cuando Lina vio que León no volvía, se preocupó mucho. Lo buscó por todas partes, llamando: "¡León! ¿Dónde estás?". Pero solo el viento le respondía susurrando entre los árboles. Lina se sentó muy triste a la orilla del estanque, con el corazón encogido.
Pasaron los días, y Lina no perdía la esperanza. Recordó la canción especial que ella y León siempre cantaban juntos. Con toda la fuerza de su amor, se acercó al agua y empezó a cantar. Su voz, clara y llena de cariño, viajó hacia las profundidades.
Allá abajo, en el palacio brillante, León estaba distraído mirando a los peces de colores, pero extrañaba mucho a Lina. De pronto, escuchó la canción. ¡Era la voz de Lina! Su corazón dio un brinco de alegría. "Esa es mi Lina", le dijo a la ninfa. "Debo volver con ella".
Ondina vio la emoción en los ojos de León y comprendió que el amor verdadero no se puede encerrar. Se dio cuenta de que tener un amigo no significaba quedárselo para ella sola. Con una sonrisa un poco triste pero comprensiva, ayudó a León a subir a la superficie.
¡León apareció en la orilla, sano y salvo! Lina corrió y le dio el abrazo más grande del mundo. Ondina asomó su cabeza y dijo con una vocecita tímida: "Perdón, solo estaba sola".
León y Lina le sonrieron. "No tienes por qué estar sola", dijo Lina amablemente. "Puedes ser nuestra amiga. Ven a escuchar la música de León siempre que quieras".
Desde ese día, Ondina nunca más se sintió sola. Cada tarde, León tocaba su flauta junto al estanque, Lina cantaba a su lado y la ninfa danzaba feliz en el agua, rodeada de burbujas brillantes.
Y recuerda siempre: **Compartir la alegría la hace más grande todavía.**
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