
La Reina de las Nieves
Kay y Gerda eran los mejores, mejores amigos. Jugaban siempre juntos en su jardín lleno de flores bonitas. ¡Se reían mucho!
Un día de invierno, un copo de nieve muy helado voló por el aire y ¡ploc!, aterrizó justo en el corazón de Kay. De repente, Kay sintió mucho, mucho frío. "Uf, qué frío", dijo, y ya no quiso jugar más. Quería estar solito.
Justo en ese momento, apareció la Reina de las Nieves en su trineo brillante. Su voz sonaba como el viento: "Ven a mi palacio de hielo, allí todo es tranquilo y muy, muy frío". Como Kay sentía tanto frío, pensó que era una buena idea y se fue con ella.
Gerda se preocupó mucho. "¿Dónde está mi amigo? ¡Kay tiene mucho frío!", pensó. "¡Necesita un abrazo muy, muy calentito para estar mejor!".
Gerda era muy valiente. Se puso su abrigo y sus botas y salió a buscarlo. ¡Tenía una misión! Enseguida, se encontró con un reno grande y de nariz suave. "Yo sé dónde está tu amigo", dijo el reno con una voz cálida. "Está en el palacio frío, frío, muy frío. ¡Súbete, yo te llevo rápido!".
El reno corrió como el viento y llegaron al palacio de hielo. Dentro, todo brillaba y estaba helado. Kay estaba sentado en el suelo, muy quieto, con piezas de hielo. Estaba tan serio que ni siquiera la vio llegar.
"¡Kay!", gritó Gerda. Corrió hacia él y le dio el abrazo más grande y calentito del mundo. ¡Un abrazo de súper amiga! Era un abrazo tan, tan calentito que el hielo del corazón de Kay empezó a derretirse. ¡Puf! El frío se fue volando.
Kay parpadeó y una gran sonrisa apareció en su cara. "¡Gerda!", dijo feliz, y la abrazó muy fuerte. ¡Volvía a ser el de siempre!
Salieron corriendo del palacio, se despidieron del reno y volvieron a su jardín. Las flores parecían sonreírles. Kay y Gerda jugaron y se rieron, felices de estar juntos otra vez.
Y es que un abrazo calentito puede arreglarlo casi todo.
Un día de invierno, un copo de nieve muy helado voló por el aire y ¡ploc!, aterrizó justo en el corazón de Kay. De repente, Kay sintió mucho, mucho frío. "Uf, qué frío", dijo, y ya no quiso jugar más. Quería estar solito.
Justo en ese momento, apareció la Reina de las Nieves en su trineo brillante. Su voz sonaba como el viento: "Ven a mi palacio de hielo, allí todo es tranquilo y muy, muy frío". Como Kay sentía tanto frío, pensó que era una buena idea y se fue con ella.
Gerda se preocupó mucho. "¿Dónde está mi amigo? ¡Kay tiene mucho frío!", pensó. "¡Necesita un abrazo muy, muy calentito para estar mejor!".
Gerda era muy valiente. Se puso su abrigo y sus botas y salió a buscarlo. ¡Tenía una misión! Enseguida, se encontró con un reno grande y de nariz suave. "Yo sé dónde está tu amigo", dijo el reno con una voz cálida. "Está en el palacio frío, frío, muy frío. ¡Súbete, yo te llevo rápido!".
El reno corrió como el viento y llegaron al palacio de hielo. Dentro, todo brillaba y estaba helado. Kay estaba sentado en el suelo, muy quieto, con piezas de hielo. Estaba tan serio que ni siquiera la vio llegar.
"¡Kay!", gritó Gerda. Corrió hacia él y le dio el abrazo más grande y calentito del mundo. ¡Un abrazo de súper amiga! Era un abrazo tan, tan calentito que el hielo del corazón de Kay empezó a derretirse. ¡Puf! El frío se fue volando.
Kay parpadeó y una gran sonrisa apareció en su cara. "¡Gerda!", dijo feliz, y la abrazó muy fuerte. ¡Volvía a ser el de siempre!
Salieron corriendo del palacio, se despidieron del reno y volvieron a su jardín. Las flores parecían sonreírles. Kay y Gerda jugaron y se rieron, felices de estar juntos otra vez.
Y es que un abrazo calentito puede arreglarlo casi todo.
Cuentos que te pueden gustar
Descubre historias similares llenas de aventuras y enseñanzas