
El Viento y el Sol
Arriba, muy alto en el cielo, vivían el Viento y el Sol. Eran muy diferentes. Al Viento le gustaba mucho decir: "¡Soy el más fuerte de todos!". Siempre lo repetía con su voz ruidosa. El Sol, en cambio, era tranquilo y bueno. Él sonreía y pensaba que ser amable era mucho mejor que ser fuerte.
Un día, vieron a un hombre que caminaba por un sendero. El hombre llevaba un abrigo grueso y calentito porque hacía un poco de fresco. "¡Tengo una idea!", dijo el Sol con su voz suave. "Hagamos una prueba. El que consiga que ese hombre se quite el abrigo, será el ganador". Al Viento le encantó la idea. "¡Claro que sí! ¡Y voy a empezar yo!", gritó, muy seguro de que ganaría.
El Viento respiró muy, muy hondo. Llenó sus mejillas de aire y… ¡FUUUUUUU! Sopló un viento frío y muy fuerte. Las hojas de los árboles volaron por todas partes. El hombre sintió el viento helado en su cara. "¡Brrr, qué frío hace de repente!", dijo. Y en lugar de quitarse el abrigo, se lo apretó con más fuerza. Se subió el cuello hasta las orejas para estar más calentito.
El Viento no se detuvo. Volvió a soplar, esta vez más fuerte. ¡FUUUUUUUUUU! Pero el hombre solo se agarraba más y más a su abrigo. Caminaba un poquito encorvado para protegerse del viento. El Viento sopló hasta que se quedó sin fuerzas. Estaba muy cansado. "Uff... no puedo más", le dijo al Sol. Y paró.
"Ahora es mi turno", dijo el Sol con una sonrisa. El Sol se asomó despacito por detrás de una nube. Empezó a enviar sus rayitos de luz. No eran muy fuertes, eran suaves y tibios, como una caricia. El hombre levantó la cabeza y sintió el calorcito en sus mejillas. "Mmm, qué agradable", pensó. Y se desabrochó el primer botón de su abrigo.
El Sol vio esto y brilló un poco más. Sus rayos eran ahora más cálidos y envolvían al hombre como un abrazo gigante y calentito. El aire se puso delicioso. El hombre empezó a sentir mucho calor. "¡Uy, qué calor!", exclamó con una gran sonrisa. Ya no necesitaba el abrigo. Se lo quitó del todo, lo dobló y lo puso sobre su brazo. Siguió su camino, muy contento y cantando una cancioncilla.
El Sol miró al Viento, que ahora estaba muy callado. Con mucho cariño, el Sol le dijo: "Lo ves, amigo. A veces, ser bueno y cariñoso consigue mucho más que toda la fuerza del mundo".
Y desde ese día, el Viento aprendió que un abrazo tibio es más fuerte que un gran soplido.
Un día, vieron a un hombre que caminaba por un sendero. El hombre llevaba un abrigo grueso y calentito porque hacía un poco de fresco. "¡Tengo una idea!", dijo el Sol con su voz suave. "Hagamos una prueba. El que consiga que ese hombre se quite el abrigo, será el ganador". Al Viento le encantó la idea. "¡Claro que sí! ¡Y voy a empezar yo!", gritó, muy seguro de que ganaría.
El Viento respiró muy, muy hondo. Llenó sus mejillas de aire y… ¡FUUUUUUU! Sopló un viento frío y muy fuerte. Las hojas de los árboles volaron por todas partes. El hombre sintió el viento helado en su cara. "¡Brrr, qué frío hace de repente!", dijo. Y en lugar de quitarse el abrigo, se lo apretó con más fuerza. Se subió el cuello hasta las orejas para estar más calentito.
El Viento no se detuvo. Volvió a soplar, esta vez más fuerte. ¡FUUUUUUUUUU! Pero el hombre solo se agarraba más y más a su abrigo. Caminaba un poquito encorvado para protegerse del viento. El Viento sopló hasta que se quedó sin fuerzas. Estaba muy cansado. "Uff... no puedo más", le dijo al Sol. Y paró.
"Ahora es mi turno", dijo el Sol con una sonrisa. El Sol se asomó despacito por detrás de una nube. Empezó a enviar sus rayitos de luz. No eran muy fuertes, eran suaves y tibios, como una caricia. El hombre levantó la cabeza y sintió el calorcito en sus mejillas. "Mmm, qué agradable", pensó. Y se desabrochó el primer botón de su abrigo.
El Sol vio esto y brilló un poco más. Sus rayos eran ahora más cálidos y envolvían al hombre como un abrazo gigante y calentito. El aire se puso delicioso. El hombre empezó a sentir mucho calor. "¡Uy, qué calor!", exclamó con una gran sonrisa. Ya no necesitaba el abrigo. Se lo quitó del todo, lo dobló y lo puso sobre su brazo. Siguió su camino, muy contento y cantando una cancioncilla.
El Sol miró al Viento, que ahora estaba muy callado. Con mucho cariño, el Sol le dijo: "Lo ves, amigo. A veces, ser bueno y cariñoso consigue mucho más que toda la fuerza del mundo".
Y desde ese día, el Viento aprendió que un abrazo tibio es más fuerte que un gran soplido.
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