El Yesquero

El Yesquero

por Hans Christian Andersen

⏱️5 min3-4 añosAmistadAlegría
Había una vez un soldado muy bueno que regresaba a casa después de un largo viaje. Mientras caminaba por un sendero soleado, encontró un árbol hueco muy curioso. Dentro, ¡había una cajita de metal! Era un yesquero. Sin saber que era mágico, el soldado se lo guardó en el bolsillo y siguió su camino hasta llegar a una gran ciudad llena de vida.

Esa noche, en su pequeña habitación, el soldado quiso encender una vela. Recordó la cajita y la usó. ¡Chas! Una chispa saltó y, de repente, apareció un perrito simpático con ojos tan grandes y redondos como dos tazas de té. “¡Guau! ¿En qué puedo ayudarte?”, preguntó el perro, moviendo la cola. El soldado, muy sorprendido pero feliz, le pidió una cena deliciosa porque tenía mucha hambre. En un instante, el perro volvió con pan calentito y sopa. ¡Qué maravilla!

Al día siguiente, el soldado escuchó a la gente hablar de la princesa del castillo. Decían que era muy dulce, pero que estaba siempre triste porque sus padres, el rey y la reina, no la dejaban salir a jugar por miedo a que algo le pasara. "Pobre princesa, debe sentirse muy sola", pensó el soldado. "¡Ya sé! ¡Usaré mi magia para hacerla reír!".

Con una idea brillante en mente, el soldado tomó su yesquero. Lo golpeó una vez. ¡Chas! Y apareció el perrito con ojos de taza. Lo golpeó dos veces. ¡Chas, chas! Y llegó un perro más grande, con ojos brillantes como platos. Lo golpeó tres veces. ¡Chas, chas, chas! Y apareció un perro gigante y bueno, con ojos tan grandes como las ruedas de un carruaje. Los tres movían la cola, listos para la aventura.

"¡Amigos!", dijo el soldado. "¡Vamos a darle una sorpresa a la princesa!". Fueron todos juntos al jardín del castillo. El perro pequeño hizo piruetas en el aire. El perro mediano jugaba al escondite detrás de los rosales. Y el perro gigante se tumbó en el césped y dejó que los pajaritos se posaran en su lomo, ¡como si fuera una montaña suave y peluda!

La princesa, que miraba por la ventana con cara aburrida, de repente abrió mucho los ojos. Primero sonrió un poquito, y luego soltó una carcajada tan grande y alegre que se escuchó por todo el palacio. El rey y la reina corrieron a ver qué pasaba. Al ver a los perros jugando y a su hija tan feliz, sus corazones se llenaron de alegría. No sintieron miedo, solo felicidad.

El rey y la reina bajaron al jardín y le dieron las gracias al soldado. "Has traído la alegría a nuestro hogar", dijo la reina con una gran sonrisa. "Por favor, ven a jugar con la princesa siempre que quieras". Y así, el soldado y la princesa se hicieron los mejores amigos. Jugaban todos los días con los tres perros mágicos, llenando el castillo de risas y ladridos felices.

Y con un chasquido mágico y un gran “¡guau!”, todos jugaron felices para siempre.

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