
El Zorro y el Gato
Un día soleado, mientras paseaba por el bosque, un Zorro muy orgulloso se encontró con un Gato. El Zorro caminaba con su cola bien alta, moviéndola de un lado a otro como si fuera un abanico de plumas.
—¡Hola, señor Gato! —dijo el Zorro con voz de sabelotodo—. ¿A que no sabes quién es el animal más astuto de todo este bosque? ¡Soy yo! Conozco, nada más y nada menos, que mil trucos para escapar de cualquier problema.
El Gato, que estaba sentado lamiéndose una patita con mucha calma, levantó la vista y parpadeó.
—¿Mil trucos? —repitió con su voz tranquila—. Vaya, eso es un montón. Yo, la verdad, soy más sencillo. Solo me sé uno.
El Zorro soltó una risita burlona.
—¿¡Uno solo!? ¡Pero qué simple! ¿Y qué haces si ese truco no te funciona? Yo, en cambio, soy un experto. Puedo correr más rápido que el viento, puedo cavar un túnel en diez segundos, puedo hacerme pasar por una estatua de piedra y hasta sé cómo imitar el canto de un pájaro para despistar a cualquiera. Soy un genio de los escapes.
El Gato, sin ofenderse, se estiró perezosamente.
—Bueno, mi truco puede que sea simple, pero nunca me ha fallado.
Justo en ese momento, un sonido rompió la paz del bosque. A lo lejos se oyeron unos ladridos fuertes y amenazantes: ¡GUAU, GUAU, GUAU! Un grupo de perros de caza se acercaba a toda velocidad.
El Gato no se lo pensó dos veces.
—¡Ahí vienen los perros! —maulló—. ¡Adiós, Zorro!
Y ¡zas! En un abrir y cerrar de ojos, corrió hacia el árbol más alto que encontró, clavó sus garras en la corteza y trepó hasta una rama segura, muy por encima del peligro.
Abajo, el Zorro se quedó completamente helado. El pánico se apoderó de él. “¡Ay, no! ¡Los perros!”, pensaba con el corazón latiéndole a mil por hora. “¿Qué truco uso? ¿El de correr en zigzag? ¿O el de esconderme bajo las hojas secas? ¡Quizás el de nadar por el río! Pero, ¿y si me ven? ¡Son tantos trucos! ¡No sé cuál elegir!”.
Mientras el Zorro seguía dudando, perdido entre sus mil ideas, los perros llegaron. Al ver al Zorro paralizado en medio del camino, comenzaron a perseguirlo en círculos. El pobre Zorro corría de un lado para otro, tropezando, dando vueltas y sin saber qué hacer. Ninguno de sus maravillosos trucos le venía a la mente.
Desde lo alto de su rama, el Gato observaba todo con tranquilidad. Finalmente, los perros se cansaron de perseguir al Zorro y se fueron detrás de un conejo que pasó por allí. El Zorro, jadeando, con el pelo revuelto y muy avergonzado, se detuvo bajo el árbol.
El Gato bajó con un salto elegante y se acercó a él.
—Amigo Zorro —dijo con amabilidad—, ya ves. A veces, es mejor saber una cosa bien, que saber mil a medias.
Y el Zorro aprendió la lección. Desde entonces, recordó siempre que es mejor tener un truco que funciona, que mil trucos en la imaginación.
—¡Hola, señor Gato! —dijo el Zorro con voz de sabelotodo—. ¿A que no sabes quién es el animal más astuto de todo este bosque? ¡Soy yo! Conozco, nada más y nada menos, que mil trucos para escapar de cualquier problema.
El Gato, que estaba sentado lamiéndose una patita con mucha calma, levantó la vista y parpadeó.
—¿Mil trucos? —repitió con su voz tranquila—. Vaya, eso es un montón. Yo, la verdad, soy más sencillo. Solo me sé uno.
El Zorro soltó una risita burlona.
—¿¡Uno solo!? ¡Pero qué simple! ¿Y qué haces si ese truco no te funciona? Yo, en cambio, soy un experto. Puedo correr más rápido que el viento, puedo cavar un túnel en diez segundos, puedo hacerme pasar por una estatua de piedra y hasta sé cómo imitar el canto de un pájaro para despistar a cualquiera. Soy un genio de los escapes.
El Gato, sin ofenderse, se estiró perezosamente.
—Bueno, mi truco puede que sea simple, pero nunca me ha fallado.
Justo en ese momento, un sonido rompió la paz del bosque. A lo lejos se oyeron unos ladridos fuertes y amenazantes: ¡GUAU, GUAU, GUAU! Un grupo de perros de caza se acercaba a toda velocidad.
El Gato no se lo pensó dos veces.
—¡Ahí vienen los perros! —maulló—. ¡Adiós, Zorro!
Y ¡zas! En un abrir y cerrar de ojos, corrió hacia el árbol más alto que encontró, clavó sus garras en la corteza y trepó hasta una rama segura, muy por encima del peligro.
Abajo, el Zorro se quedó completamente helado. El pánico se apoderó de él. “¡Ay, no! ¡Los perros!”, pensaba con el corazón latiéndole a mil por hora. “¿Qué truco uso? ¿El de correr en zigzag? ¿O el de esconderme bajo las hojas secas? ¡Quizás el de nadar por el río! Pero, ¿y si me ven? ¡Son tantos trucos! ¡No sé cuál elegir!”.
Mientras el Zorro seguía dudando, perdido entre sus mil ideas, los perros llegaron. Al ver al Zorro paralizado en medio del camino, comenzaron a perseguirlo en círculos. El pobre Zorro corría de un lado para otro, tropezando, dando vueltas y sin saber qué hacer. Ninguno de sus maravillosos trucos le venía a la mente.
Desde lo alto de su rama, el Gato observaba todo con tranquilidad. Finalmente, los perros se cansaron de perseguir al Zorro y se fueron detrás de un conejo que pasó por allí. El Zorro, jadeando, con el pelo revuelto y muy avergonzado, se detuvo bajo el árbol.
El Gato bajó con un salto elegante y se acercó a él.
—Amigo Zorro —dijo con amabilidad—, ya ves. A veces, es mejor saber una cosa bien, que saber mil a medias.
Y el Zorro aprendió la lección. Desde entonces, recordó siempre que es mejor tener un truco que funciona, que mil trucos en la imaginación.
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