
Hermanito y Hermanita
Hermanito y Hermanita vivían en un pueblito al borde de un bosque enorme y misterioso. Cada noche, soñaban con aventuras y casas de dulces que brillaban bajo el sol. Un día, una voz suave les susurró al viento: "Venid a descubrir lo más dulce del bosque". ¿Qué encontrarían al seguirla?
Hermanito era valiente y juguetón, y Hermanita era lista y risueña. Ambos amaban recoger flores y escuchar el canto de los pájaros.
Cada día, su mamá les preparaba bocadillos y les recordaba no alejarse demasiado. Hermanito le guiñaba un ojo y Hermanita le prometía que regresarían antes del ocaso.
Una mañana soleada decidieron explorar aquel bosque que asomaba entre árboles altos. Con una mochila pequeña y pan recién hecho, avanzaron con cuidado.
Al principio todo fue divertido. Cogieron bayas jugosas y rieron al ver ardillas bailar entre las ramas. Pero al mediodía se dieron cuenta de que el sendero desaparecía bajo hojas secas. El sol empezó a bajar y el bosque se llenó de sombras danzantes.
Hermanito sacó migas de pan y las fue dejando en el suelo para encontrar el camino de regreso. Hermanita sonrió y dijo: "Así volveremos sin perdernos".
Pronto, el viento sopló fuerte y las migas volaron. Los dos se miraron asustados. "¿Y ahora?", preguntó Hermanito. Hermanita lo abrazó y respondió: "Juntos pensaremos una solución".
Más adelante, vieron una casita hecha de galletas y caramelos. Sus muros brillaban y el techo era de chocolate. Sus ojos se iluminaron y olieron miel y fresas dulces.
En la puerta, apareció una señora delgada y amable. Sonrió y dijo: "Entrad, pequeños exploradores. Limpiad mi salón y os daré más dulces". Parecía amigable, y los niños entraron sin pensar en peligro.
La señora los sentó en una mesa y les dio delantales. "Barred aquí y fregad allá", dijo suavemente. Hermanito sacó la lengua al barrer, mientras Hermanita frotaba el suelo con energía. Hermanito guardó una galleta pequeña en su delantal y Hermanita soltó una risita traviesa.
Al caer la noche, la señora cerró la ventana de madera y sonrió con voz juguetona: "¿Queréis quedaros un rato a jugar más?" Hermanito titubeó y miró a Hermanita.
Hermanita señaló la gran estufa. Susurró: "Si la empujamos, la ventana se abrirá". Hermanito asintió y juntos empujaron con fuerza.
La estufa crujió y la ventana se abrió de golpe. Una brisa fresca entró y pintó de luz el salón. La señora tropezó con un cuenco y soltó una risita. Hermanito agarró la mano de Hermanita y salieron corriendo.
Hermanito sujetó la mano de Hermanita y corrieron fuera de la casita. Los árboles los recibieron como viejos amigos, y siguieron el sendero con más cuidado. Hermanito abrazó a Hermanita y dijeron que nunca más se separarían.
Al amanecer llegaron a casa donde su mamá los esperaba con los brazos abiertos. Les dio un gran abrazo y les dijo que se habían portado muy bien. La madre lloró de alegría y les sirvió compota de manzana con miel para celebrar su regreso.
Aquella noche, antes de dormir, Hermanito y Hermanita comentaron: "El bosque puede ser mágico, pero también hay que ser valientes y listos". Y aprendieron que lo más importante era ayudarse uno al otro.
Desde entonces, siempre recordaban: "Juntos somos más fuertes".
Hermanito era valiente y juguetón, y Hermanita era lista y risueña. Ambos amaban recoger flores y escuchar el canto de los pájaros.
Cada día, su mamá les preparaba bocadillos y les recordaba no alejarse demasiado. Hermanito le guiñaba un ojo y Hermanita le prometía que regresarían antes del ocaso.
Una mañana soleada decidieron explorar aquel bosque que asomaba entre árboles altos. Con una mochila pequeña y pan recién hecho, avanzaron con cuidado.
Al principio todo fue divertido. Cogieron bayas jugosas y rieron al ver ardillas bailar entre las ramas. Pero al mediodía se dieron cuenta de que el sendero desaparecía bajo hojas secas. El sol empezó a bajar y el bosque se llenó de sombras danzantes.
Hermanito sacó migas de pan y las fue dejando en el suelo para encontrar el camino de regreso. Hermanita sonrió y dijo: "Así volveremos sin perdernos".
Pronto, el viento sopló fuerte y las migas volaron. Los dos se miraron asustados. "¿Y ahora?", preguntó Hermanito. Hermanita lo abrazó y respondió: "Juntos pensaremos una solución".
Más adelante, vieron una casita hecha de galletas y caramelos. Sus muros brillaban y el techo era de chocolate. Sus ojos se iluminaron y olieron miel y fresas dulces.
En la puerta, apareció una señora delgada y amable. Sonrió y dijo: "Entrad, pequeños exploradores. Limpiad mi salón y os daré más dulces". Parecía amigable, y los niños entraron sin pensar en peligro.
La señora los sentó en una mesa y les dio delantales. "Barred aquí y fregad allá", dijo suavemente. Hermanito sacó la lengua al barrer, mientras Hermanita frotaba el suelo con energía. Hermanito guardó una galleta pequeña en su delantal y Hermanita soltó una risita traviesa.
Al caer la noche, la señora cerró la ventana de madera y sonrió con voz juguetona: "¿Queréis quedaros un rato a jugar más?" Hermanito titubeó y miró a Hermanita.
Hermanita señaló la gran estufa. Susurró: "Si la empujamos, la ventana se abrirá". Hermanito asintió y juntos empujaron con fuerza.
La estufa crujió y la ventana se abrió de golpe. Una brisa fresca entró y pintó de luz el salón. La señora tropezó con un cuenco y soltó una risita. Hermanito agarró la mano de Hermanita y salieron corriendo.
Hermanito sujetó la mano de Hermanita y corrieron fuera de la casita. Los árboles los recibieron como viejos amigos, y siguieron el sendero con más cuidado. Hermanito abrazó a Hermanita y dijeron que nunca más se separarían.
Al amanecer llegaron a casa donde su mamá los esperaba con los brazos abiertos. Les dio un gran abrazo y les dijo que se habían portado muy bien. La madre lloró de alegría y les sirvió compota de manzana con miel para celebrar su regreso.
Aquella noche, antes de dormir, Hermanito y Hermanita comentaron: "El bosque puede ser mágico, pero también hay que ser valientes y listos". Y aprendieron que lo más importante era ayudarse uno al otro.
Desde entonces, siempre recordaban: "Juntos somos más fuertes".