La Cenicienta

La Cenicienta

por Hermanos Grimm

⏱️5 min3-4 añosEsperanzaBondad
Había una vez una niña dulce y amable que vivía con su madrastra y sus dos hermanastras, quienes la hacían limpiar toda la casa. A pesar de los montones de polvo y las tareas, la niña siempre mantenía una sonrisa y un corazón esperanzado. Cada día soñaba con un momento mágico que la hiciera sentir especial.

Todas las mañanas, la niña barría el patio y fregaba los pisos con paciencia. Sus hermanastras se vestían con ropa brillante y la miraban de reojo, burlándose de sus harapos. La madrastra le encargaba más y más trabajo: lavar, ordenar, cocinar. La niña guardaba silencio y cantaba una canción suave para acompañarse.

Un día llegó un mensajero real con una invitación al gran baile del príncipe. Todo el reino estaba invitado. Las hermanastras saltaron de emoción y comenzaron a arreglarse con peines y lazos. La niña también deseaba ir, pero la madrastra le dijo que solo podría si antes terminaba todas sus tareas.

Cuando la niña se sentó a llorar junto al pozo tras limpiar el corral, apareció una hada madrina con una varita brillante. Con un movimiento suave, convirtió una calabaza en una carroza dorada y varios ratones en elegantes caballos. Luego transformó el vestido viejo de la niña en un traje plateado lleno de luz. Antes de subir a la carroza, el hada dijo: “Debes regresar antes de la medianoche, pues al sonar la campana todo volverá a como estaba.”

Al llegar al palacio, la niña llamó la atención de todos. Sus hermanastras la miraron sin reconocerla. El príncipe se acercó con una sonrisa y la invitó a bailar. Giraron muy despacio bajo las luces, y la música suave llenó el gran salón.

Cuando el reloj empezó a dar las doce campanadas, la niña recordó al hada madrina y salió corriendo. En su prisa, perdió un zapato de cristal en las escaleras. El príncipe lo recogió y, con esperanza en la mirada, prometió encontrar a quien calzara esa pequeña pieza de cristal.

Al día siguiente, el príncipe fue de puerta en puerta con el zapato. Las hermanastras intentaron ponérselo, pero sus pies no encajaban. Al llegar a la casita donde vivía la niña, la madrastra intentó esconderla, pero el príncipe notó una mirada clara y amable tras la ventana. Le pidieron probar el zapato, y al hacerlo, este calzó perfectamente.

El príncipe sonrió y alzó a la niña del brazo con ternura. La llevó al palacio, donde se casaron en una fiesta llena de flores, música y risas. La niña dejó atrás el polvo y las tareas, y vivió como princesa junto a su príncipe.

Y vivieron siempre felices recordando que los sueños se cumplen con un poco de ayuda y mucho corazón.