La Doncella sin Manitas

La Doncella sin Manitas

por Hermanos Grimm

⏱️3 min3-4 añosValentíaAmistad
Había una vez una niña con una sonrisa tan grande que alegraba el bosque. Vivía en una pequeña casita junto a un arroyo cantador y un jardín que reía con flores.

Una noche, un zorro mágico apareció en la puerta. Sus ojos brillaban como estrellas y su cola ondeaba sin parar. Con un destello de luz, hizo que sus manitas desaparecieran como hojas al viento. La niña despertó y vio sus manos irse volando muy lejos. Se asustó un poco y se abrazó a su almohada. Sin embargo, respiró hondo y dijo: «Soy valiente». Al amanecer, salió despacio de la casita para encontrar ayuda. Caminó entre helechos y cantos de grillos, siguiendo un rastro de huellas pequeñas. Aunque el camino era oscuro, ella siguió adelante con su gran corazón.

Al salir el sol, la niña llegó a una casita escondida entre robles altos. Una abuelita dulce asomó su sonrisa y le abrió la puerta. Le ofreció una bebida caliente con miel y un pañuelo suave para abrazar sus brazos. La abuela tejía mantas de colores y le cantaba canciones suaves. Juntas recogieron frutos rojos del huerto y plantaron nuevas semillas. La niña aprendió a saludar al sol y a dar las gracias a la tierra por cada semilla que crecía. Cada sonrisa de la abuela le dio fuerza para seguir.

En el jardín aparecieron amigos peludos. Un conejito blanco le traía zanahorias tiernas y jugaban a esconderse entre las flores. Una ardilla risueña guardaba nueces en su bolsillo imaginario y danzaba al son del viento. Un mapache curioso le mostraba luciérnagas que brillaban en la noche. Incluso un erizo pequeño se asomó para oler una flor. Todos juntos corrían, saltaban y compartían cuentos tontos. La doncella reía con el corazón contento, disfrutando del regalo de cada amigo.

Un día, un príncipe de ojos amables pasó cabalgando por el bosque. Al escuchar las risas y las canciones de vuelo, detuvo su caballo y se acercó. Vio a la niña pintando flores con palitos y barro. Quedó maravillado por su alegría. Entonces decidió ayudarla. Le construyó un taller junto al río, con mesas bajas, pinceles suaves, acuarelas de muchos colores y hojas blancas grandes. Cada tarde, el príncipe le cantaba canciones y ella pintaba mariposas, soles y manitas brillantes. A veces, él tocaba un pequeño tambor y juntos pintaban al ritmo de la música.

Una tarde, la niña pintó un cielo lleno de estrellas doradas alrededor de un par de manitas alegres. De pronto, su pincel empezó a brillar con luz de luna. ¡Puf! Sus manitas reales aparecieron de nuevo en sus brazos. Sintió calor, cosquillas y un gran abrazo por dentro. Saltó de alegría y abrazó al príncipe. Los conejos, ardillas y mapaches chirriaron de felicidad. El río susurró una canción nueva, como un coro de hilos de plata. La doncella comprobó sus dedos uno a uno y sonrió sin parar.

El príncipe abrazó a la doncella y la invitó a celebrar en su castillo. Allí hicieron una fiesta con dulces de miel, flores colgantes y música suave. Bailaron con linternas de papel y contendores de risas. Luego, la familia creció con dos hijos curiosos que aprendieron a pintar y a cuidar el bosque. Cada tarde, todos jugaban junto al jardín risueño, compartiendo cuentos, canciones y abrazos cariñosos.

Y colorín, coloradito: siempre, siempre brillaron las manitas de la doncella feliz.