La Hija Del Rey Del Marjal

La Hija Del Rey Del Marjal

por Hans Christian Andersen

⏱️6 min3-4 añosAceptaciónAmistad
En un pantano mágico, lleno de juncos altos y flores de mil colores, vivía la princesa Helga. Helga era muy especial. Por el día, era una niña alegre con un vestido que parecía hecho de rayos de sol. Le encantaba correr descalza por la hierba, saludar a las mariposas y construir pequeños castillos de barro a la orilla del agua.

Pero cuando el sol se despedía con un bostezo naranja y se iba a dormir, ¡puf! Algo increíble sucedía. Helga se convertía en una pequeña ranita. Era una ranita verde brillante, con ojos curiosos y una diminuta corona de oro que nunca se le caía. Como ranita, le encantaba saltar de nenúfar en nenúfar, chapotear en el agua fresca y cantar su canción a la luna: ¡croac, croac! Aunque le gustaba ser ranita, a veces se sentía un poquito sola en la oscuridad.

Una tarde soleada, un niño llamado Erik llegó al pantano para buscar piedras lisas. Vio a Helga jugando cerca de las flores y se acercó con una gran sonrisa. "¡Hola! ¿Cómo te llamas?", preguntó Erik. "Me llamo Helga", respondió ella, riendo. "¿Quieres jugar a las escondidas?". ¡Claro que sí! Jugaron toda la tarde. Se escondieron detrás de los árboles, hicieron carreras de hojas en el arroyo y se contaron secretos. ¡Se hicieron los mejores amigos en un solo día!

Cuando el cielo empezó a teñirse de rosa, Helga sintió un nudo en la barriga. Se estaba haciendo de noche. "Oh, no", pensó con preocupación. "Pronto seré una ranita. ¿Qué pensará Erik? ¿Ya no querrá ser mi amigo si descubre mi secreto?". El miedo hizo que dijera muy deprisa: "¡Adiós, Erik! ¡Tengo que irme a casa!". Y sin más, salió corriendo y se perdió entre los juncos altos.

Erik se quedó confundido. "Qué raro", pensó. "Lo estábamos pasando muy bien". Esa noche, como echaba de menos a su nueva amiga, tomó una pequeña linterna y volvió al pantano a buscarla. "¿Helga?", llamaba en voz baja. No la veía por ninguna parte. Pero entonces, el haz de luz de su linterna iluminó una hoja grande que flotaba en el agua. Sobre la hoja había una ranita verde. Y esa ranita... ¡llevaba una corona dorada muy, muy pequeñita!

Erik reconoció la corona al instante. Se acercó despacito, sin hacer ruido para no asustarla. No sintió miedo, solo una gran curiosidad. Con una sonrisa, le susurró: "¿Helga? ¿Eres tú?". La ranita lo miró con sus grandes ojos y movió la cabecita, diciendo que sí.

La cara de Erik se iluminó de alegría. "¡Esto es increíble!", exclamó feliz. "¡Qué suerte tengo! De día tengo una amiga que es una princesa, ¡y de noche tengo una amiga que es una ranita saltarina! ¡Así podremos jugar siempre, sin parar!".

Al oír eso, el corazón de ranita de Helga se llenó de una felicidad tan grande que dio el salto más alto y alegre de toda su vida, aterrizando con un divertido ¡plof! en el agua. ¡Croac, croac!, cantó, que en idioma de rana significa "¡Gracias!". Tenía un amigo de verdad, uno que la quería tal y como era.

Desde ese día, Erik y Helga fueron inseparables. Jugaban a la pelota bajo el sol y daban saltos de competición bajo la luna. Su amistad era tan especial como ellos.

Y recuerda, un amigo de verdad te quiere siempre, ¡seas como seas!

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