La Liebre y la Tortuga

La Liebre y la Tortuga

por Esopo

⏱️4 min3-4 añosConstanciaHumildad
En un bosque grande y soleado, vivía una liebre que era muy, muy rápida. Cuando corría, parecía un cohete. ¡Fiuuum! "¡Soy la más rápida del mundo!", le gustaba gritar para que todos la oyeran.

En el mismo bosque vivía una tortuga muy tranquila. Caminaba despacito, dando un pasito... y luego otro pasito. La liebre siempre se reía de ella. "¡Hola, tortuga lenta!", le decía burlándose. Un día, la tortuga se cansó de sus bromas. Aunque se sentía un poco triste, respiró hondo y aceptó el reto de la liebre: "Está bien. Hagamos una carrera".

¡La noticia voló por el bosque! Todos los animales se reunieron para ver. El búho sabio dio la señal: "¡Preparados, listos... ¡YA!".

¡ZAS! La liebre salió disparada como una flecha. En un minuto, ya no se la veía. Desde lejos, gritó: "¡Nos vemos en la meta, tortuguita!". La tortuga, mientras tanto, empezó su viaje. Un pasito, y luego otro. Pasito a pasito, sin prisa pero sin detenerse.

A mitad de camino, la liebre miró hacia atrás. No vio a la tortuga por ninguna parte. "Uf, qué aburrida es esta carrera", pensó. "Esa tortuga es tan lenta que me da tiempo de sobra para una siestecita". Vio un árbol con una sombra muy fresca y se tumbó a descansar. Al poquito rato, se quedó profundamente dormida. ¡Rrrr... zzzz!

Mientras la liebre roncaba, la tortuga seguía su camino. ¡No se había detenido ni un segundo! Pasito a pasito, muy despacito. Con su ritmo constante, pasó al lado del árbol donde dormía la liebre. Le sonrió en silencio para no despertarla y siguió adelante. ¡Un pasito, y otro pasito hacia la meta!

De repente, ¡la liebre se despertó con un gran bostezo! El sol ya estaba bajando. "¡Oh, no! ¡La carrera!", recordó. Se levantó de un salto y corrió como nunca antes. ¡Sus patas volaban sobre el suelo!

Pero cuando llegó, sin aliento, no podía creer lo que veían sus ojos. ¡La tortuga ya estaba allí, cruzando la línea de meta! Todos los animales la aplaudían y gritaban: "¡Bravo, tortuga! ¡Ganaste!".

La liebre se quedó quieta, muy sorprendida. Había aprendido que ser la más rápida no sirve de nada si te confías. Y la tortuga, con su gran sonrisa, demostró que lo importante es seguir adelante, siempre adelante.

Y así fue como la tortuga enseñó a todos un gran secreto: a veces, para ganar, solo hay que seguir caminando sin rendirse.

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