
La Luna
Había una vez un país donde siempre, siempre era de noche. Imagina un lugar sin sol, sin estrellas y, lo más triste, ¡sin luna! La gente caminaba a tientas, y a veces, ¡pum!, chocaban unos con otros en la oscuridad. "¡Cuidado por dónde vas!", se decían entre risas.
En este país vivían cuatro amigos muy valientes. Estaban aburridos de no poder jugar afuera cuando querían. Un día, uno de ellos, el más aventurero, dijo: "¡He escuchado un secreto! En el país vecino tienen una lámpara mágica colgada de un árbol. La llaman 'luna' y brilla un montón".
"¡Una luna!", exclamaron los demás. "¿Por qué nosotros no tenemos una?".
Decididos a encontrarla, los cuatro amigos viajaron al país de al lado. Y allí, en medio de un campo verde, vieron un gran roble. Colgada de una de sus ramas más fuertes, había una bola plateada que desprendía una luz suave y cálida. ¡Era la luna!
"¡Es más bonita de lo que imaginé!", suspiró uno de los amigos.
"Y mira", dijo otro, "la gente de aquí tiene muchas lamparitas. A lo mejor no la echan de menos si la tomamos prestada".
Con mucho cuidado, para no hacerle ni un rasguño, descolgaron la luna del árbol. La pusieron en una carretilla con mantas suaves y la llevaron a su hogar. El viaje de vuelta fue fácil, porque la propia luna les iluminaba el camino.
Al llegar a su país oscuro, colgaron la luna en el árbol más alto de la plaza del pueblo. ¡Y puf! De repente, todo se llenó de una luz plateada y amable. Los niños salieron a correr, los gatos a jugar con ovillos y los mayores a charlar bajo el nuevo brillo. ¡La alegría había llegado al país de la noche eterna!
Pasó el tiempo, y la gente era muy feliz con su luna. Pero un día, los cuatro amigos vieron a unos viajeros de otros países lejanos que miraban la luna con asombro. "¡Qué maravilla!", decían. "Ojalá tuviéramos una luz así en nuestro hogar".
Los amigos se miraron. Habían sido un poco egoístas. La luna era demasiado especial para guardarla en un solo lugar. Así que, entre todos los habitantes del pueblo, tomaron carrerilla y le dieron a la luna el empujón más grande que pudieron.
¡Fiuuuu! La luna salió volando, cada vez más y más alto, hasta que se quedó flotando en el cielo oscuro, justo donde la vemos ahora.
Desde ese día, la luna brilla para todos. Y si la miras bien por la noche, a veces te guiña un ojo. Porque la luna es una amiga que nos cuida desde el cielo.
En este país vivían cuatro amigos muy valientes. Estaban aburridos de no poder jugar afuera cuando querían. Un día, uno de ellos, el más aventurero, dijo: "¡He escuchado un secreto! En el país vecino tienen una lámpara mágica colgada de un árbol. La llaman 'luna' y brilla un montón".
"¡Una luna!", exclamaron los demás. "¿Por qué nosotros no tenemos una?".
Decididos a encontrarla, los cuatro amigos viajaron al país de al lado. Y allí, en medio de un campo verde, vieron un gran roble. Colgada de una de sus ramas más fuertes, había una bola plateada que desprendía una luz suave y cálida. ¡Era la luna!
"¡Es más bonita de lo que imaginé!", suspiró uno de los amigos.
"Y mira", dijo otro, "la gente de aquí tiene muchas lamparitas. A lo mejor no la echan de menos si la tomamos prestada".
Con mucho cuidado, para no hacerle ni un rasguño, descolgaron la luna del árbol. La pusieron en una carretilla con mantas suaves y la llevaron a su hogar. El viaje de vuelta fue fácil, porque la propia luna les iluminaba el camino.
Al llegar a su país oscuro, colgaron la luna en el árbol más alto de la plaza del pueblo. ¡Y puf! De repente, todo se llenó de una luz plateada y amable. Los niños salieron a correr, los gatos a jugar con ovillos y los mayores a charlar bajo el nuevo brillo. ¡La alegría había llegado al país de la noche eterna!
Pasó el tiempo, y la gente era muy feliz con su luna. Pero un día, los cuatro amigos vieron a unos viajeros de otros países lejanos que miraban la luna con asombro. "¡Qué maravilla!", decían. "Ojalá tuviéramos una luz así en nuestro hogar".
Los amigos se miraron. Habían sido un poco egoístas. La luna era demasiado especial para guardarla en un solo lugar. Así que, entre todos los habitantes del pueblo, tomaron carrerilla y le dieron a la luna el empujón más grande que pudieron.
¡Fiuuuu! La luna salió volando, cada vez más y más alto, hasta que se quedó flotando en el cielo oscuro, justo donde la vemos ahora.
Desde ese día, la luna brilla para todos. Y si la miras bien por la noche, a veces te guiña un ojo. Porque la luna es una amiga que nos cuida desde el cielo.
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