
La Pastora de Gansos
Cada mañana, Luna salía al prado con su rebaño de gansos parlanchines. Los gansos graznaban canciones divertidas y ella los guiaba con una sonrisa. ¿Qué pasaría cuando alguien nuevo apareciera en el camino y los gansos decidieran jugar una nueva travesura?
Luna era una niña muy alegre que cuidaba a sus gansos en los verdes prados cerca del bosque. Cada ganso tenía un plumaje brillante y un pico curioso. Cada día, ella los llevaba con su pequeña campana y cantaba suaves canciones. Los gansos seguían su paso con entusiasmo, moviendo el cuello de un lado a otro y graznando de alegría.
Una mañana soleada, un viajero apareció en el sendero. Era un hombre alto con un sombrero ancho y una capa ligera. Sonrió a Luna y dijo: “¿Quieres que tus gansos conozcan un atajo junto al río?” Luna dudó un instante, pero aceptó confiada. El viajero comenzó a caminar, y los gansos, curiosos, lo siguieron en fila india.
Pronto, los gansos dejaron de marchar detrás de Luna. Comenzaron a corretear, a chapotear en charcos y a picotear flores. El viajero se puso a cantar una canción graciosa y los gansos graznaron aún más fuerte. Luna miró hacia atrás y vio que el camino estaba en silencio. “¡Oh, no!”, exclamó. Se llevó la mano al corazón y tomó la campana.
Luna hizo sonar la campana con fuerza, pero los gansos estaban ocupados jugando con hojas y cantando con el viajero. La campana tintineó varias veces, pero no escucharon. Entonces empezó a correr en zigzag, siguiendo el rastro de huellas de patas en la tierra húmeda.
Primero llegó junto a un burro que comía hierba. “¿Has visto a mis gansos?”, preguntó Luna. El burro se detuvo, la miró y rebuznó con voz suave: “No los vi, pero cruzaron corriendo hacia el granero”. Luna le dio las gracias y siguió su camino, imaginando a los gansos escondidos entre las pajas.
Luego encontró una vaca que pastaba cerca de un árbol. La vaca le habló con voz profunda: “Yo no los vi pasar, pero escuché un fuerte chapoteo cerca del río”. Luna sonrió y agradeció a la vaca. Mientras tanto, un gallo que cantaba en una valla se unió a la búsqueda: “¡Cloc, cloc! ¡Los vi brincar en el agua!”. Luna aplaudió y siguió el sonido de chapoteos.
Al llegar al río, vio sus gansos chapoteando con patos y jugando con hojas flotantes. El viajero se había marchado sin decir nada, y los gansos graznaban muy contentos. Luna se arrodilló junto al agua, meneó la campana y empezó a cantar la canción que siempre usaba para llamarles.
Poco a poco, los gansos dejaron de jugar. Formaron fila, se acercaron nadando y treparon a la orilla con elegancia. Luna los abrazó con cuidado, limpió su plumaje y les dijo con voz suave: “Ahora volvemos juntos a casa”.
Bajo el sol del atardecer regresaron felices por el mismo sendero. Luna caminó al frente, y los gansos la siguieron saludando con graznidos suaves. Desde aquel día, aprendieron que la aventura es más divertida cuando todos vuelven juntos. Los amigos siempre vuelven a casa.
Luna era una niña muy alegre que cuidaba a sus gansos en los verdes prados cerca del bosque. Cada ganso tenía un plumaje brillante y un pico curioso. Cada día, ella los llevaba con su pequeña campana y cantaba suaves canciones. Los gansos seguían su paso con entusiasmo, moviendo el cuello de un lado a otro y graznando de alegría.
Una mañana soleada, un viajero apareció en el sendero. Era un hombre alto con un sombrero ancho y una capa ligera. Sonrió a Luna y dijo: “¿Quieres que tus gansos conozcan un atajo junto al río?” Luna dudó un instante, pero aceptó confiada. El viajero comenzó a caminar, y los gansos, curiosos, lo siguieron en fila india.
Pronto, los gansos dejaron de marchar detrás de Luna. Comenzaron a corretear, a chapotear en charcos y a picotear flores. El viajero se puso a cantar una canción graciosa y los gansos graznaron aún más fuerte. Luna miró hacia atrás y vio que el camino estaba en silencio. “¡Oh, no!”, exclamó. Se llevó la mano al corazón y tomó la campana.
Luna hizo sonar la campana con fuerza, pero los gansos estaban ocupados jugando con hojas y cantando con el viajero. La campana tintineó varias veces, pero no escucharon. Entonces empezó a correr en zigzag, siguiendo el rastro de huellas de patas en la tierra húmeda.
Primero llegó junto a un burro que comía hierba. “¿Has visto a mis gansos?”, preguntó Luna. El burro se detuvo, la miró y rebuznó con voz suave: “No los vi, pero cruzaron corriendo hacia el granero”. Luna le dio las gracias y siguió su camino, imaginando a los gansos escondidos entre las pajas.
Luego encontró una vaca que pastaba cerca de un árbol. La vaca le habló con voz profunda: “Yo no los vi pasar, pero escuché un fuerte chapoteo cerca del río”. Luna sonrió y agradeció a la vaca. Mientras tanto, un gallo que cantaba en una valla se unió a la búsqueda: “¡Cloc, cloc! ¡Los vi brincar en el agua!”. Luna aplaudió y siguió el sonido de chapoteos.
Al llegar al río, vio sus gansos chapoteando con patos y jugando con hojas flotantes. El viajero se había marchado sin decir nada, y los gansos graznaban muy contentos. Luna se arrodilló junto al agua, meneó la campana y empezó a cantar la canción que siempre usaba para llamarles.
Poco a poco, los gansos dejaron de jugar. Formaron fila, se acercaron nadando y treparon a la orilla con elegancia. Luna los abrazó con cuidado, limpió su plumaje y les dijo con voz suave: “Ahora volvemos juntos a casa”.
Bajo el sol del atardecer regresaron felices por el mismo sendero. Luna caminó al frente, y los gansos la siguieron saludando con graznidos suaves. Desde aquel día, aprendieron que la aventura es más divertida cuando todos vuelven juntos. Los amigos siempre vuelven a casa.