
La Piedra Filosofal
Había una vez un hombre muy simpático llamado Albus, que tenía un taller lleno de frascos de colores. A Albus le encantaba mezclar líquidos que hacían ¡fizz! y ¡puf! Un día, en un libro muy viejo, leyó sobre la Piedra Dorada. El libro decía que esta piedra mágica podía convertir cualquier cosa en oro brillante y reluciente. ¡Imagínate, hasta las piedras del camino o un calcetín perdido!
—¡Oh, qué increíble! —exclamó Albus, con los ojos abiertos como platos—. ¡Con esa piedra podría tener el tesoro más grande del mundo!
Así que Albus empezó a buscarla. Buscó debajo de la alfombra, ¡pero solo encontró una pelusa! Miró dentro de la tetera, ¡pero solo había agua! Pasaba todo el día en su taller, mezclando líquidos de color rosa y azul, esperando que la magia apareciera. Pero lo único que conseguía eran pequeñas nubes de humo que olían a fresa y a chicle.
Albus estaba tan ocupado buscando su tesoro que no se daba cuenta de las cosas bonitas que había afuera. No veía el sol que calentaba la ventana ni escuchaba a los pajaritos que cantaban en el árbol. Se sentía un poco cansado y triste porque su magia no funcionaba.
Un día, después de que una poción verde solo hiciera burbujas de jabón, Albus salió a tomar aire fresco. Se sentó en su jardín, que estaba un poco vacío. De pronto, vio una semillita en el suelo, tan pequeña como una lenteja. "Bueno, no eres de oro, pero te voy a plantar", pensó Albus. Hizo un hoyito en la tierra, puso la semilla con cuidado y le echó un poquito de agua.
Al día siguiente, Albus regó la semilla otra vez. Y al otro también. Muy pronto, un pequeño tallo verde asomó para decir "¡hola!". ¡Estaba creciendo! Albus sintió una alegría muy grande en su corazón. Cada día cuidaba su plantita, y esta crecía más y más, hasta que se convirtió en un girasol gigante, con pétalos amarillos tan brillantes como el sol.
Albus miró su enorme flor y sonrió. Era mucho más bonita que cualquier moneda de oro. Empezó a plantar más semillas y pronto, su jardín se llenó de flores rojas, azules y moradas. ¡Era el jardín más alegre de todo el pueblo! Un día, su amiga Lila vino a visitarlo. "¡Qué jardín tan precioso!", dijo ella con asombro. Albus, con una gran sonrisa, cortó la flor más radiante y se la regaló.
Lila le dio un abrazo muy fuerte. En ese momento, Albus sintió que su corazón brillaba más que todo el oro del mundo. Había encontrado la verdadera magia. Porque el tesoro más grande no es el que se encuentra, ¡sino el que se crea con amor para compartir!
—¡Oh, qué increíble! —exclamó Albus, con los ojos abiertos como platos—. ¡Con esa piedra podría tener el tesoro más grande del mundo!
Así que Albus empezó a buscarla. Buscó debajo de la alfombra, ¡pero solo encontró una pelusa! Miró dentro de la tetera, ¡pero solo había agua! Pasaba todo el día en su taller, mezclando líquidos de color rosa y azul, esperando que la magia apareciera. Pero lo único que conseguía eran pequeñas nubes de humo que olían a fresa y a chicle.
Albus estaba tan ocupado buscando su tesoro que no se daba cuenta de las cosas bonitas que había afuera. No veía el sol que calentaba la ventana ni escuchaba a los pajaritos que cantaban en el árbol. Se sentía un poco cansado y triste porque su magia no funcionaba.
Un día, después de que una poción verde solo hiciera burbujas de jabón, Albus salió a tomar aire fresco. Se sentó en su jardín, que estaba un poco vacío. De pronto, vio una semillita en el suelo, tan pequeña como una lenteja. "Bueno, no eres de oro, pero te voy a plantar", pensó Albus. Hizo un hoyito en la tierra, puso la semilla con cuidado y le echó un poquito de agua.
Al día siguiente, Albus regó la semilla otra vez. Y al otro también. Muy pronto, un pequeño tallo verde asomó para decir "¡hola!". ¡Estaba creciendo! Albus sintió una alegría muy grande en su corazón. Cada día cuidaba su plantita, y esta crecía más y más, hasta que se convirtió en un girasol gigante, con pétalos amarillos tan brillantes como el sol.
Albus miró su enorme flor y sonrió. Era mucho más bonita que cualquier moneda de oro. Empezó a plantar más semillas y pronto, su jardín se llenó de flores rojas, azules y moradas. ¡Era el jardín más alegre de todo el pueblo! Un día, su amiga Lila vino a visitarlo. "¡Qué jardín tan precioso!", dijo ella con asombro. Albus, con una gran sonrisa, cortó la flor más radiante y se la regaló.
Lila le dio un abrazo muy fuerte. En ese momento, Albus sintió que su corazón brillaba más que todo el oro del mundo. Había encontrado la verdadera magia. Porque el tesoro más grande no es el que se encuentra, ¡sino el que se crea con amor para compartir!
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