La Princesa y el Guisante

La Princesa y el Guisante

por Hans Christian Andersen

⏱️3 min3-4 añosSensibilidadAutenticidad
Érase una vez un príncipe llamado Leo que quería encontrar una amiga muy especial, pero no una amiga cualquiera. ¡Tenía que ser una princesa de verdad! Una princesa de verdad, pensaba Leo, es alguien con quien puedes compartir tus galletas y contarle tus secretos más divertidos. Viajó por muchos lugares, pero no la encontraba. Una princesa que conoció solo hablaba de vestidos, y otra hacía gárgaras con su jugo de naranja. ¡Ninguna parecía ser la indicada! Un día, Leo volvió a su castillo, un poco triste. Esa noche, una tormenta súper ruidosa llegó. ¡ZAS!, un rayo iluminó el cielo. ¡BRUUM!, tronó con fuerza. ¡PLOF, PLOF, PLOF!, la lluvia golpeaba las ventanas. De repente, alguien llamó a la puerta del castillo: ¡TOC, TOC, TOC! El príncipe corrió a abrir. Allí, de pie, había una chica empapada de pies a cabeza. El agua goteaba de su nariz y sus zapatos hacían “charco, charco” en el suelo. "Hola", dijo tiritando de frío. "Soy la princesa Ana y mi carruaje se atascó en el lodo. ¿Puedo quedarme aquí esta noche?". "¡Claro que sí!", dijo el príncipe. Pero su mamá, la reina, que era muy astuta, pensó: "¿Una princesa de verdad? Mmm... tengo una idea para averiguarlo". La reina fue en secreto a la cocina, buscó en un frasco y sacó un guisante. Era un guisante diminuto, verde y redondito. Fue a la habitación de invitados, lo puso en medio de la cama de madera y llamó a los ayudantes. "¡Traigan colchones!", ordenó. Y pusieron uno, y dos, y cinco, y diez… ¡hasta veinte colchones, uno encima del otro! La cama era una torre altísima que casi tocaba el techo. ¡Parecía una montaña de suavidad! Cuando la princesa Ana vio la cama, sus ojos se abrieron como platos. "¡Wow! ¡Qué cama tan alta! ¿Cómo voy a subir?". Con una pequeña escalera de madera, Ana trepó y trepó hasta llegar a la cima. Se acurrucó y dijo "buenas noches". A la mañana siguiente, durante el desayuno, la reina le preguntó con una sonrisa pícara: "¿Dormiste bien, querida?". Ana bostezó y se estiró. "Para nada", se quejó. "Fue una noche terrible. Había algo duro en la cama, ¡creo que era una roca! Me moví y me moví, pero no podía ponerme cómoda. Siento todo el cuerpo como si hubiera dormido sobre un montón de legos". ¡El príncipe Leo y la reina se miraron con alegría! "¡Lo sabía!", exclamó la reina. "¡Solo una princesa de verdad, de las más sensibles del mundo, podría sentir un guisante tan chiquito debajo de veinte colchones!". El príncipe Leo sonrió. ¡Por fin había encontrado a su princesa de verdad! Ana no solo era sensible, también era divertida y le encantaban las galletas con chispas de chocolate. Se hicieron los mejores amigos del mundo entero. Y así, gracias a un guisante chiquitín, comenzó una amistad sin fin.

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