La Vela de Sebo

Había una vez una velita de sebo. Era muy sencilla y olía a campo. A su lado, en una caja muy bonita, vivía una vela de cera, blanquita y con perfume a flores.

"¡Yo soy para las fiestas importantes!", decía la vela de cera, estirándose para parecer más alta.

La velita de sebo la miraba y pensaba: "Quizás yo no soy para fiestas, pero estoy segura de que sirvo para algo muy bueno". Y con esa idea, esperaba tranquila su momento.

Un día, los dueños de la casa guardaron la elegante vela de cera en un cajón. A la velita de sebo la llevaron al desván, un cuarto tranquilo justo debajo del techo. Allí, la velita esperó. No estaba triste, solo sentía curiosidad por saber cuándo podría ayudar.

Una noche de tormenta, ¡PUM! De repente, la luz se apagó. ¡Toda la casa quedó a oscuras! "¡Ay, qué susto! ¡Necesitamos luz!", dijo la mamá. "¡No te preocupes!", contestó su hijo pequeño. "¡Recuerdo que hay una velita arriba, en el cuarto de los tesoros!".

Subieron al desván con una linterna. "¿Dónde estará?", preguntó la mamá. El niño miró en una cajita y… "¡Aquí! ¡La encontré!", gritó muy contento. Era la velita de sebo. Al niño no le importó que estuviera un poco polvorienta. "¡Es perfecta!", dijo mientras la limpiaba con mucho cariño.

Bajaron corriendo a la sala, y la mamá puso la velita en un platito. Con una cerilla, encendió la mecha. ¡Fsss! Nació una llamita dorada, cálida y muy brillante. ¡Qué maravilla! Su luz llenó toda la habitación y pintó sombras divertidas en la pared que hicieron reír al niño.

La velita de sebo nunca se había sentido tan feliz. ¡Estaba haciendo lo mejor que sabía hacer: dar luz y alegría! Mientras, la vela de cera seguía en su cajón, esperando una fiesta que no llegaba. El niño miraba la llamita bailar y abrazó a su mamá. "Mamá", le susurró, "esta velita es mi favorita". La mamá le preguntó por qué, y el niño respondió con una gran sonrisa: "Porque no importa si es pequeña, ¡lo que importa es su luz tan brillante por dentro!".