
Las Cigüeñas
En el tejado más alto de un pequeño pueblo, había un nido muy grande. Allí vivían Papá y Mamá Cigüeña con sus cuatro pequeños polluelos. Los polluelos eran muy curiosos y pasaban el día entero asomados al borde del nido, mirando con sus ojitos brillantes todo lo que pasaba en la plaza de abajo. [Ilustración: Cuatro polluelos curiosos asomándose desde un gran nido en un tejado.] Papá Cigüeña les enseñaba a mantenerse en equilibrio sobre una pata, ¡haciendo un divertido clac-clac!, y Mamá Cigüeña les mostraba cómo estirar sus enormes alas blancas.
Un día, unos niños juguetones los vieron desde la calle. En lugar de saludarlas, empezaron a cantar una canción un poco fea: "¡Cigüeña, cigüeña, de pata larga, vete volando, no nos haces gracia!". Los pequeños polluelos se pusieron muy tristes. Sus suaves plumitas se pusieron de punta, ¡se erizaron por completo!, y metieron sus cabecitas bajo el ala protectora de su mamá. [Ilustración: Los polluelos tristes, con las plumas erizadas, escondidos bajo el ala de su mamá.]
Pero un niño llamado Leo, que jugaba cerca, no se unió a la canción. Al contrario, les dijo a los otros con voz clara: "¡No canten eso! Son unas aves muy bonitas y están cuidando a sus bebés". Al oírlo, los otros niños se quedaron en silencio y, un poco avergonzados, se fueron a jugar a otra parte. Desde el nido, Mamá Cigüeña sonrió.
Esa misma noche, Mamá Cigüeña acurrucó a sus polluelos y les contó un secreto muy importante. "Nuestro trabajo es mágico", les susurró. "Ayudamos a que los bebés, que esperan para nacer, lleguen como hermanitos y hermanitas a las familias que los quieren mucho. Por eso nuestras alas deben ser fuertes y nuestro corazón, bueno". Los polluelos la miraron con sus grandes ojos, muy sorprendidos.
Pasaron las semanas y los polluelos crecieron mucho. Practicaron sus vuelos hasta que sus alas se volvieron grandes y poderosas, capaces de volar por encima de las nubes. Cuando llegó el otoño, toda la familia se preparó para su gran viaje anual. Pero antes de irse, decidieron hacer algo especial.
Volaron en círculos sobre la casa de Leo. Con mucho cuidado y silencio, dejaron una pequeña cesta en el balcón de su ventana. Dentro, un bebé dormilón y sonriente descansaba plácidamente. [Ilustración: Una cigüeña dejando suavemente una cesta con un bebé en la ventana de un niño.] ¡Leo tendría un nuevo hermanito con quien jugar!
Los otros niños vieron la escena desde sus casas y recordaron su canción traviesa. Sintieron sus mejillas ponerse coloradas. Entonces, el niño que había empezado la primera canción tuvo una idea fantástica. Corrieron todos juntos a la plaza, miraron al cielo y cantaron con todas sus fuerzas una nueva canción: "¡Cigüeña, cigüeña, amiga del cielo, gracias por tu vuelo, te damos un beso!".
Mamá y Papá Cigüeña escucharon la nueva y alegre melodía. Dieron una última vuelta sobre la plaza, batiendo sus alas como si aplaudieran. Era su forma de decir "adiós y gracias". [Ilustración: Las cigüeñas volando felices en el cielo mientras los niños las saludan con la mano desde abajo.] Y todos los niños aprendieron que las palabras amables hacen que el mundo sea un lugar mucho más feliz.
Un día, unos niños juguetones los vieron desde la calle. En lugar de saludarlas, empezaron a cantar una canción un poco fea: "¡Cigüeña, cigüeña, de pata larga, vete volando, no nos haces gracia!". Los pequeños polluelos se pusieron muy tristes. Sus suaves plumitas se pusieron de punta, ¡se erizaron por completo!, y metieron sus cabecitas bajo el ala protectora de su mamá. [Ilustración: Los polluelos tristes, con las plumas erizadas, escondidos bajo el ala de su mamá.]
Pero un niño llamado Leo, que jugaba cerca, no se unió a la canción. Al contrario, les dijo a los otros con voz clara: "¡No canten eso! Son unas aves muy bonitas y están cuidando a sus bebés". Al oírlo, los otros niños se quedaron en silencio y, un poco avergonzados, se fueron a jugar a otra parte. Desde el nido, Mamá Cigüeña sonrió.
Esa misma noche, Mamá Cigüeña acurrucó a sus polluelos y les contó un secreto muy importante. "Nuestro trabajo es mágico", les susurró. "Ayudamos a que los bebés, que esperan para nacer, lleguen como hermanitos y hermanitas a las familias que los quieren mucho. Por eso nuestras alas deben ser fuertes y nuestro corazón, bueno". Los polluelos la miraron con sus grandes ojos, muy sorprendidos.
Pasaron las semanas y los polluelos crecieron mucho. Practicaron sus vuelos hasta que sus alas se volvieron grandes y poderosas, capaces de volar por encima de las nubes. Cuando llegó el otoño, toda la familia se preparó para su gran viaje anual. Pero antes de irse, decidieron hacer algo especial.
Volaron en círculos sobre la casa de Leo. Con mucho cuidado y silencio, dejaron una pequeña cesta en el balcón de su ventana. Dentro, un bebé dormilón y sonriente descansaba plácidamente. [Ilustración: Una cigüeña dejando suavemente una cesta con un bebé en la ventana de un niño.] ¡Leo tendría un nuevo hermanito con quien jugar!
Los otros niños vieron la escena desde sus casas y recordaron su canción traviesa. Sintieron sus mejillas ponerse coloradas. Entonces, el niño que había empezado la primera canción tuvo una idea fantástica. Corrieron todos juntos a la plaza, miraron al cielo y cantaron con todas sus fuerzas una nueva canción: "¡Cigüeña, cigüeña, amiga del cielo, gracias por tu vuelo, te damos un beso!".
Mamá y Papá Cigüeña escucharon la nueva y alegre melodía. Dieron una última vuelta sobre la plaza, batiendo sus alas como si aplaudieran. Era su forma de decir "adiós y gracias". [Ilustración: Las cigüeñas volando felices en el cielo mientras los niños las saludan con la mano desde abajo.] Y todos los niños aprendieron que las palabras amables hacen que el mundo sea un lugar mucho más feliz.
Cuentos que te pueden gustar
Descubre historias similares llenas de aventuras y enseñanzas