Las Doce Princesas Bailarinas

Las Doce Princesas Bailarinas

por Hermanos Grimm

⏱️3 min3-4 añosMagiaAlegría
Cada noche, las doce princesas del reino desaparecían misteriosamente de sus camas. Nadie sabía adónde iban ni por qué, porque todos sus zapatos volvían rotos y llenos de polvo al amanecer. El rey, cansado y curioso, decidió encontrar al valiente que revelara el secreto de las princesas bailarinas.

El rey ofreció una gran recompensa a quien revelara el misterio. Quien lo lograra, recibiría un saco de monedas de oro y el honor de bailar con una princesa bajo la luz de la luna. Príncipes y caballeros de tierras lejanas vinieron con sombreros altos y espadas brillantes, listos para la aventura. Pero cada uno regresaba al amanecer con los pies cansados y sin haber descubierto nada.

Hasta que apareció un joven soldado bondadoso y risueño. No buscaba gloria ni corona; solo quería ayudar y, de paso, ver algo divertido. Una anciana amiga de la cocina le entregó una capa suave y le dijo: “Póntela para deslizarte sin que nadie te vea”. El solía dar saltos de alegría, pero aquella noche se quedó en silencio, preparado para desvelar el secreto.

Cuando el reloj dio la medianoche con un suave “toc, toc”, el soldado vio que una esquina de la gran alfombra roja, que cubría el largo pasillo del castillo, se movía sola. Con mucho cuidado, la levantó también y apareció una escalera tapizada de terciopelo azul. Bajó despacio, sintiendo cómo el aire le acariciaba la cara y escuchando risas que sonaban como campanitas.

Al pie de la escalera, el soldado llegó a un bosque diminuto, cuyas hojas centelleaban como diamantes y olían a flores dulces. Luciérnagas danzaban alrededor, guiándolo hacia un salón de cristal. Allí, pequeñas hadas encendían luces de colores y una orquesta de flautas y tambores tocaba una música alegre. Las princesas aparecieron, cada una vestía un color distinto, y bailaron de la mano, dando vueltas rápidas y riendo con ganas.

El soldado, curioso, se unió al baile. Sus pies pisaban el suelo con cuidado para no torcerse, pero en cuanto se animó, dio un pequeño salto y las princesas aplaudieron. De pronto, una princesa tropezó y su zapato hizo “crac”, como si estuviera hecho de pan duro. Todos soltaron una carcajada, y el soldado guardó silencio, encantado con la fiesta secreta. Cuando el reloj anunció las primeras luces del alba con un repiqueteo suave, el soldado se despidió, bajó corriendo la escalera y volvió al dormitorio intentando no hacer ruido.

Al amanecer, el rey revisó a todos sus invitados y descubrió al soldado despierto. Con asombro, escuchó la historia y vio el polvo plateado en los zapatos del joven. El rey aplaudió sorprendido y declaró al soldado ganador. Cumplió su promesa: le entregó monedas de oro y lo invitó a bailar una vez más con las princesas ante todo el reino.

Desde esa noche, el pasadizo quedó cerrado con llave. Las princesas cuidaron sus zapatos y bailaron cada día en el gran salón del castillo, donde todas las familias podían ver sus risas y giros mágicos. Y así, las princesas aprendieron que la verdadera magia estaba en la alegría de bailar juntas.