
Las Doce Princesas Bailarinas
En un reino muy alegre, vivía un rey con un gran misterio. Tenía doce hijas, ¡doce princesas!, y cada mañana, sus zapatitos de baile aparecían rotos. ¡Como si hubieran bailado toda la noche! El rey no entendía nada y quería saber su secreto.
Prometió un gran premio a quien pudiera descubrir qué hacían las princesas. Muchos lo intentaron, pero todos se quedaban dormidos.
Un día, llegó un joven soldado de buen corazón. Por el camino, una anciana amable le regaló una capa mágica. "Póntela y nadie podrá verte", le dijo.
Esa noche en el palacio, el soldado se hizo el dormido, ¡hasta roncó un poquito! Las princesas, pensando que dormía, se levantaron en silencio. La mayor dio tres golpecitos en el suelo y ¡zas!, apareció una escalera secreta. Una por una, las doce bajaron con risitas.
El soldado, con su capa invisible, las siguió sin hacer ruido. La escalera llevaba a un bosque con árboles de hojas de plata que sonaban como campanitas. Luego, cruzaron un lago brillante en barquitos que las esperaban, hasta llegar a un castillo lleno de música y luces.
Allí, las princesas bailaron muy contentas. Dieron vueltas y más vueltas, riendo sin parar. ¡Bailaron tanto que sus zapatitos se gastaron! El soldado, para tener una prueba, tomó una copita dorada de una mesa y la guardó.
Antes de que saliera el sol, las princesas volvieron a sus camas, cansadas pero felices. A la mañana siguiente, el soldado fue a ver al rey. "Majestad, sé el secreto de las princesas", le dijo. Y le contó todo: la escalera, el bosque de plata y el baile en el castillo escondido. Para demostrarlo, le enseñó la copita de oro.
El rey llamó a sus hijas, que se sorprendieron mucho. Pero no se enojaron, porque el soldado era bueno y solo quería ayudar. El rey, feliz por haber resuelto el misterio, nombró al soldado el héroe del reino.
Para celebrar, organizaron un baile gigante, ¡esta vez invitando a todos! Y desde ese día, las princesas compartieron su alegría y bailaron en el palacio con todo el mundo.
Prometió un gran premio a quien pudiera descubrir qué hacían las princesas. Muchos lo intentaron, pero todos se quedaban dormidos.
Un día, llegó un joven soldado de buen corazón. Por el camino, una anciana amable le regaló una capa mágica. "Póntela y nadie podrá verte", le dijo.
Esa noche en el palacio, el soldado se hizo el dormido, ¡hasta roncó un poquito! Las princesas, pensando que dormía, se levantaron en silencio. La mayor dio tres golpecitos en el suelo y ¡zas!, apareció una escalera secreta. Una por una, las doce bajaron con risitas.
El soldado, con su capa invisible, las siguió sin hacer ruido. La escalera llevaba a un bosque con árboles de hojas de plata que sonaban como campanitas. Luego, cruzaron un lago brillante en barquitos que las esperaban, hasta llegar a un castillo lleno de música y luces.
Allí, las princesas bailaron muy contentas. Dieron vueltas y más vueltas, riendo sin parar. ¡Bailaron tanto que sus zapatitos se gastaron! El soldado, para tener una prueba, tomó una copita dorada de una mesa y la guardó.
Antes de que saliera el sol, las princesas volvieron a sus camas, cansadas pero felices. A la mañana siguiente, el soldado fue a ver al rey. "Majestad, sé el secreto de las princesas", le dijo. Y le contó todo: la escalera, el bosque de plata y el baile en el castillo escondido. Para demostrarlo, le enseñó la copita de oro.
El rey llamó a sus hijas, que se sorprendieron mucho. Pero no se enojaron, porque el soldado era bueno y solo quería ayudar. El rey, feliz por haber resuelto el misterio, nombró al soldado el héroe del reino.
Para celebrar, organizaron un baile gigante, ¡esta vez invitando a todos! Y desde ese día, las princesas compartieron su alegría y bailaron en el palacio con todo el mundo.
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