
Las Estrellas de Oro
En un lugar no muy lejano, vivía una niña con un corazón tan grande como el sol. No tenía familia y era muy, muy pobre. Tan pobre que su única casa era el mundo entero y su única cama, un rinconcito de hierba suave. Todo lo que poseía era la ropa que llevaba puesta y una hogaza de pan que un panadero amable le había dado. A pesar de no tener casi nada, la niña era muy generosa y siempre estaba dispuesta a compartir su sonrisa.
Un día, mientras paseaba por un sendero lleno de flores, se encontró a un anciano sentado en una piedra. "¡Hola!", dijo la niña. "Hola, pequeña", respondió el anciano. "Tengo tanta hambre que mi barriga ruge como un león". La niña no lo dudó ni un segundo. Partió su pan por la mitad y le dio el trozo más grande. "¡Para usted!", dijo con alegría. "¡Que tu bondad te sea devuelta!", exclamó el anciano mientras se despedía.
La niña continuó su camino, canturreando una canción. Al poco rato, vio a un niño más pequeño que ella que tiritaba de frío. Sus orejitas estaban rojas y no paraba de estornudar. "¡A-a-achís! ¡Qué frío hace sin gorro!", se quejaba. La niña se quitó su gorrito de lana y se lo puso con cuidado en la cabeza del niño. "¡Toma, para que tus ideas no se enfríen!", bromeó ella.
Más adelante, el viento empezó a soplar más fuerte y se encontró con una niña que intentaba abrigarse con sus brazos. "¡Brrr, mis brazos parecen palitos de helado!", dijo la niña temblando. Sin pensarlo, la generosa niña se quitó su chaquetita y se la puso a la otra niña por los hombros. "¡Ahora estarás más calentita que un pan recién hecho!", le aseguró con una risa.
Finalmente, cuando ya empezaba a anochecer, vio a otra niña sentada junto a un árbol, con el vestido tan viejo y roto que se le veían las rodillas. A la niña le dio un poquito de pena quedarse sin su propio vestido, que era su posesión más bonita, pero la pena por la otra niña era mayor. Se lo quitó y se lo entregó. "Ten, este vestido es mágico y le encanta dar abrazos", le susurró.
Ahora, la niña se encontraba sola en medio del campo, vestida solo con su camisita. Miró hacia el cielo, que estaba oscuro y lleno de puntitos brillantes. "¡Qué bonitas son las estrellas!", pensó. Y entonces, ocurrió algo mágico. ¡Pop! Una estrella cayó del cielo. ¡Pop, pop! Cayeron dos más. ¡Pronto, una lluvia de estrellas fugaces descendió hacia ella! Pero no eran estrellas normales. Al tocar el suelo, ¡clink, clank!, se convertían en preciosas monedas de oro, relucientes y tibias.
Y como por arte de magia, apareció flotando frente a ella el vestido más maravilloso que jamás había visto, tejido con hilos de luna y suavidad. La niña se lo puso y se sintió como una princesa. Recogió todas las monedas de oro en la falda de su nuevo vestido. Desde ese día, nunca más le faltó de nada y pudo seguir compartiendo su inmensa fortuna con todos los que lo necesitaban.
Y así fue como aprendió la lección más brillante de todas: Dar con el corazón te llena el mundo de estrellas.
Un día, mientras paseaba por un sendero lleno de flores, se encontró a un anciano sentado en una piedra. "¡Hola!", dijo la niña. "Hola, pequeña", respondió el anciano. "Tengo tanta hambre que mi barriga ruge como un león". La niña no lo dudó ni un segundo. Partió su pan por la mitad y le dio el trozo más grande. "¡Para usted!", dijo con alegría. "¡Que tu bondad te sea devuelta!", exclamó el anciano mientras se despedía.
La niña continuó su camino, canturreando una canción. Al poco rato, vio a un niño más pequeño que ella que tiritaba de frío. Sus orejitas estaban rojas y no paraba de estornudar. "¡A-a-achís! ¡Qué frío hace sin gorro!", se quejaba. La niña se quitó su gorrito de lana y se lo puso con cuidado en la cabeza del niño. "¡Toma, para que tus ideas no se enfríen!", bromeó ella.
Más adelante, el viento empezó a soplar más fuerte y se encontró con una niña que intentaba abrigarse con sus brazos. "¡Brrr, mis brazos parecen palitos de helado!", dijo la niña temblando. Sin pensarlo, la generosa niña se quitó su chaquetita y se la puso a la otra niña por los hombros. "¡Ahora estarás más calentita que un pan recién hecho!", le aseguró con una risa.
Finalmente, cuando ya empezaba a anochecer, vio a otra niña sentada junto a un árbol, con el vestido tan viejo y roto que se le veían las rodillas. A la niña le dio un poquito de pena quedarse sin su propio vestido, que era su posesión más bonita, pero la pena por la otra niña era mayor. Se lo quitó y se lo entregó. "Ten, este vestido es mágico y le encanta dar abrazos", le susurró.
Ahora, la niña se encontraba sola en medio del campo, vestida solo con su camisita. Miró hacia el cielo, que estaba oscuro y lleno de puntitos brillantes. "¡Qué bonitas son las estrellas!", pensó. Y entonces, ocurrió algo mágico. ¡Pop! Una estrella cayó del cielo. ¡Pop, pop! Cayeron dos más. ¡Pronto, una lluvia de estrellas fugaces descendió hacia ella! Pero no eran estrellas normales. Al tocar el suelo, ¡clink, clank!, se convertían en preciosas monedas de oro, relucientes y tibias.
Y como por arte de magia, apareció flotando frente a ella el vestido más maravilloso que jamás había visto, tejido con hilos de luna y suavidad. La niña se lo puso y se sintió como una princesa. Recogió todas las monedas de oro en la falda de su nuevo vestido. Desde ese día, nunca más le faltó de nada y pudo seguir compartiendo su inmensa fortuna con todos los que lo necesitaban.
Y así fue como aprendió la lección más brillante de todas: Dar con el corazón te llena el mundo de estrellas.
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